Soy leyenda: Will Smith vs. los monstruos

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Gran parte de la popularidad que tiene en los Estados Unidos y el mundo entero el actor, modelo y rapero afroamericano Will Smith se la debe a taquilleras superproducciones de ciencia-ficción.

Desde los días de Hombres de negro hasta Yo, robot fueron varias sus incursiones en este género y otras variantes del fantástico, parcela que, pese a atraerle tanto al intérprete, no le ha dado por lo general los buenos dividendos histriónicos que otras franjas dramáticas; verbigracia el drama boxístico, Alí, de Michael Mann, hasta ahora su rol de más relieve. 

Si, en Yo, robot Smith y Hollywood abrevaban, una vez más, en la obra de Isaac Asímov, para tirar a chacota las diez leyes de la robótica y buena parte de la esencia de su obra, algo más o menos semejante ocurre con otro de los autores entrañables de los lectores de ciencia-ficción en Soy leyenda (I’m a Legend, 2007). 

Le tocaría el turno en este filme al escritor Richard Matheson y la obra del mismo nombre que escribiera en 1954, a criterio de entendidos literarios, crisol excelente de ciencia-ficción y terror, ambientado en una California apocalíptica, donde el único de los humanos supervivientes en la Tierra tenía que vérselas con una raza emergente de vampiros en fase de dominación del mundo. 

Pero en la arriesgada propuesta de Matheson, el presunto héroe/víctima humano muta en victimario de esa nueva especie, que a la larga está preparada evolutivamente para poblar el planeta.  

La novela juega con el planteo de situar al ser humano como el sujeto “anormal” en un mundo de vampiros, al tiempo que filosofa en torno a la soledad, el sentido de la vida, las transformaciones sociales, los credos existenciales…, sin dejar de preguntarse interrogantes claves como ¿quiénes somos en realidad?, ¿hacia dónde vamos como especie?… 

A la película del director de video clips Francis Lawrence (conocido en cine por su previa y olvidable Constantine, otra fantástica al servicio de Keanu Reeves), en cambio, no le interesa plantearse dilemas, formular conjeturas, ni nada que huela a gastar neuronas por parte del espectador. 

Soy leyenda es Richard Matheson llevado a cine de palomitas. Puro entretenimiento de fórmula de laboratorio, “cadáver exquisito” hecho crecer con pedazos de disímiles trozos de películas post-apocalípticas, mal pegados a fragmentos calcados de Día de los muertos o la muy anterior La invasión de los cuerpos vivientes, ambas de George A. Romero; el éxito inglés 28 días (conocida también como Exterminio), su secuela, y hasta escenas de Planeta Terror, lo último de Robert Rodríguez. 

Es muy lastimoso que así sea, pues se tiene la sensación a lo largo de todo el metraje de estar presenciando la más desaprovechada historia del género que tuviera entre manos Hollywood en años (las dos versiones cinematográficas precedentes del libro de Matheson, El último hombre en la Tierra, 1964, y El último hombre vivo, 1971, tampoco le hicieron plena justicia), un relato que daba para mucho más en la exploración de diversas variantes dramáticas. 

De ellas, la principal: la angustia humana de ese único protagonista, Robert Neville, el científico militar encarnado por Smith, en este Nueva York un día después de todo. Aunque decir que al actor le falta talento e incluso carisma, o empatía con el espectador no le conferiría objetividad a esta reseña, pues de veras los tiene, el guión puesto sobre la mesa no le propicia mucho nivel de maniobrabilidad en este sentido. Y la única manera que tiene la escritura cinematográfica de conectarnos con la humanidad del personaje es a través de sentimentaloides y a veces insertados a destiempo flash back alusivos al drama familiar de Neville, o mediante esos monólogos consigo mismo, a ratos risibles. 

Soy leyenda, además, engaña y no entrega lo que en una promisoria introducción sugería. El comienzo del filme -estupendo- de calles desiertas, ciervos que aparecen, sombras de felinos, maleza en el asfalto, silencio absoluto, paisaje ganado por la monumentalidad del hecho arquitectónico como figura regente de una civilización desolada… y luego, este hombre caminando en medio de esa nada de la cual es anfitrión, con su pastor alemán y su rifle, todo esto está concebido y filmado con indudable magnetismo. 

Pero una superproducción hollywoodense, mucho menos una donde prácticamente el 85 por ciento del metraje está habitado por un solo personaje, no puede permitirse continuar lo anterior por mucho tiempo. 

Es ahora, claro, que Lawrence y su equipo de guionistas y realizadores de efectos especiales, cocinan el caldo para la acción. Es tiempo de que aparezcan los “bichos”, zombis gestados en laboratorio por la mala pata inintencional de científicos entre los que se encuentra Neville, criaturas ávidas de matar que con los vampiros de Matheson solo tienen de semejanza que únicamente pueden salir de noche. A menos que Neville o su perra Samantha se metan de día en algún oscuro edificio por ellos confiscado. 

La historia de Robert Neville, el único superviviente a un virus asolador y fulminante que ha acabado con casi todos los humanos y mutado a los restantes en monstruos, quien busca resueltamente un antídoto contra este flagelo, pierde fuelle a partir de entonces, hasta agotarse a lo largo de toda la segunda hora, pese a cuanto se le intenta incorporar tensión a ultranza y se trabaje la acción con el elemento añadido del suspense, lo que en cierto modo la salva del total hundimiento en sí misma. 

A la altura de las postrimerías, entra a escena una bella mujer, su descendencia -no sólo será para que le recuerden al pobre Neville su pasado trágico familiar-, los bichos empiezan a esfumarse, emergen poblaciones supervivientes, sale el sol, y todo vuelve a la normalidad. Pensar algo diferente hubiera sido cosa de locos con película semejante. 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “Soy leyenda: Will Smith vs. los monstruos

  • el 7 diciembre, 2017 a las 5:15 pm
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    Gracias por tu comentario, siempre con elementos factuales que agradece el lector. Saludos.

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  • el 7 diciembre, 2017 a las 12:02 pm
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    Esta película posee un final alternativo que a las claras fue el que usted vio. Dicho final, en lo personal, fue una real basura: habiendo leído e interiorizado la novela de Matheson te percatas que esta película echa por tierra varios de sus preceptos fundamentales; solo la sigues viendo para ver qué pasa, por supuesto, ya no con placer y sí con bastante disgusto.
    Al parecer, una producción que exige megataquilla no puede darse el lujo de autoflagelar a su héroe y convertirlo en una leyenda por haberse rendido frente a una raza superior y convertido en monstruo para esa sociedad nueva. No, eso no compagina con los gustos de las masas, sería absurdo pensar que algo así generara los casi 600 millones de dólares recaudados. Estos millones van de la mano, precisamente con ese apastelado final que acaba usted de reseñar: “…los bichos empiezan a esfumarse, emergen poblaciones supervivientes, sale el sol, y todo vuelve a la normalidad”, haciendo trizas en última instancia la idea y el dilema planteado por el literato en su novela.
    Por otro lado, sería un verdadero sacrilegio no comentar algo sobre la banda sonora de esta película, atreviéndome a decir que es lo mejor que posee. La BSO de “Iam legend” es una de las piezas mayores y más logradas en el repertorio de James Newton Howard y ni siquiera tengo que trastear Internet para que me lo reafirmen, basta solo concatenar imagen y sonido.
    Si Will Smith está falto de empatía, carisma o emoción, esta obra magistral le otorga todo lo que le falta. Busquen la pista titulada “Reunited” y querrá escucharla una y otra vez, o “Epilogue” que muestra un dominio sutil y complejo del arpa. Y por supuesto, los momentos que más me gustan de Howard, los de pura tensión in crescendo con “The Jagged Edge”. Un deleite!
    En fin, si por un lado hay elementos para quejarse, al menos hay otros más felices.

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