Solemnidad

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Todo lo solemne, peregrina. Al cementerio Tomás Acea, de la ciudad de Cienfuegos, llegan cada año cientos de personas para honrar con sus pasos la rebeldía de aquellos que se sublevaron cuando el sol todavía no conspiraba con la mañana. Abuelos, jóvenes y niños agotan las calles en su desfile, mientras cúpulas, fachadas coloniales y monumentos se recuestan sobre las olas, expectantes.

Todo lo solemne, se eleva. La entrada al camposanto asciende a la cúspide del obelisco dedicado a los héroes. El mausoleo, obra de los arquitectos Daniel Toboada, Enrique Capablanca, y del escultor Evelio Lecour, se erigió en 1977. En su base de mármol reposan los osarios, y de ahí crece la pilastra, con rebeldes fundidos en cobre martillado, y fusiles a punto para la gesta.

Todo lo solemne, lleva flores. Tras las notas apesadumbradas del trompeta, rosas, jazmines, orquídeas y dalias se acumulan al pie del monumento. La única necrópolis jardín de Cuba vive su primavera en septiembre, entre centenares de flores que rompen de la mano del pueblo, como tributo a los mártires de una epopeya que las estaciones nunca entenderían.

Todo lo solemne, es historia. Un 5 de septiembre de 1957, marinos y civiles del movimiento revolucionario 26 de Julio se alzaron en Cienfuegos contra la tiranía de Fulgencio Batista. La ciudad fue libre entonces durante varias horas, pero murieron 46 hombres. El cementerio Tomás Acea remata una evocación que comienza viva en Cayo Loco, se desenfrena a disparos en el Parque Martí, y yace luego en el sepulcro.

Todo lo solemne, descansa.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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