Snowpiercer: el tren del 1% contra el 99%

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Snowpiercer, del surcoreano Bong Joon-ho, transcurre en un futuro (2031) en el cual el planeta está congelado, cuan grande es, como consecuencia de un experimento fallido para acabar con el calentamiento global. En este mañana distópico —con cierto hálito de Mad Max, Brazil, Doce monos, Matrix e Hijos del hombre, pero con trasfondo ideológico más abiertamente reivindicativo, definido, pugnante— un tren da la vuelta al mundo, entre la nieve, por los mismos raíles, los 365 días del año, sin parar. En dicho engendro mecánico una poderosa clase minoritaria explota, de forma feudal, a la inmensa mayoría pobre, la cual sobrevive en el furgón de cola.

Inspirado en la novela gráfica Le Transperceneige (1983), de Jean-Marc Rochette, Jacques Lob y Benjamin Legrand, el connotado realizador asiático fraguó en Snowpiercer (traducido en el mercado castellano como Rompenieves; aunque en Cuba lo renombraron Rompe hielo) el filme de más clara plataforma política de izquierdas realizado en cualquier cinematografía durante el último cuarto de siglo. Muy superior a Distrito 9 y, sobre todo, a la muchísimo más elemental/comercial Elyseum, filmes ambos del surafricano Neill Blomkamp y acaso entre los pocos con algún ligero rango de comparación en tal sentido, al menos en la ciencia-ficción.

Además de modélico en su ritmo, planimetría, articulación de largas secuencias de combate, soberbias atmósferas y visualidad general, el largometraje resulta paradigmático en el empleo de la ciencia ficción (género muy rico en su polisemia y posibilidades de discurso) y la acción para exponer la tesis de la lucha de clases; del combate a los yugos, dictados e imperios posibles, mediante la unidad colectiva a favor de una causa común, en tanto único mecanismo posible de supervivencia para la mayoría. A caballo entre la superproducción con cerebro y el videojuego de lecturas políticas marxistas —las dos cosas raras donde las haya hoy día-, los vagones de esta serpiente congelada asemejan “pantallas”, saltos de nivel que los “facinerosos” deben pasar de modo inexorable hasta alcanzar la cabeza de la locomotora.

La gente del tren rompenieves apreciada en los fotogramas de la cinta es ese 99 % que no pudo triunfar en las calles norteamericanas contra el 1 % en control del planeta; si bien aquí la muchedumbre sí va en plan de victoria. Bong Joon-ho, de tan explícito y claro, llega incluso a subrayar en demasía un subtexto que extravasa tal herramienta para erigirse en completa declaración de principios.

Lo de poner a Chris Evans (el Capitán América) al frente de esta rebelión popular contra el poder es una irónica maldad de Bong. Rica coña.

En la incursión, con actores sajones y rodada en inglés, del todoterreno director de la fantástica El huésped e imprescindibles dramas de la pantalla surcoreana a la manera de Madre, destaca la presencia del legendario John Hurt de ecos orwellianos, junto a Tilda Swinton y Ed Harris: con cierto punto de comparación su rol aquí al gestado en El show de Truman. Apreciar el desdoblamiento de la segunda es de veras refocilante.

Votada por los críticos coreanos como la mejor película local de 2013, fue vista por unos 10 millones de nacionales, solo superada por The Attorney (también de 2013) y El huésped (2006), del propio realizador, cual antes consignamos. Resultó suceso de taquillas, igual, en Francia u otras naciones. No obstante, su entrada al mercado norteamericano no fue posible debido a la total diferencia de criterios entre el todopoderoso distribuidor Harvey Weinstein y Bong Jong-hoo. El primero, claro está, le exigía nuevo montaje al segundo. Por supuesto, resulta casi imposible que un filme semejante —al menos así; sin cortes ni vaselina—, logre colarse en la tierra de Superman. Si un simple artículo de Putin en The New York Times desquició a parte de la nación, Snowpiercer podría, literalmente, volver locas a algunas mentes allí.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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