Sinfonías de reuniones

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Este oficio nuestro de cada día, al decir de Gabriel García Márquez el mejor del mundo, nos permite estar en una misma semana en varios escenarios: la conferencia de una alta personalidad de la Cultura, un Taller con la presencia del embajador de México, acto político de significación histórica, un recorrido por la montaña y hasta una visita de campo del Grupo Nacional de la Agricultura Urbana, con su respectivas conclusiones. Observen qué variopinta y ecléctica combinación, pero en todas las ocasiones, en todas, escuchamos “sinfonías” comunes.
Claro, es que a veces son algo aburridas las citas, y cuando ya tenemos la noticia, entonces miramos y escuchamos, con la vista y el oído aguzados, los ruidos, tanto de la comunicación como del ambiente. Por allá por la tercera fila del teatro comienza uno de los participantes a toser, con cierto recato para no molestar, pero es en vano, se produce un efecto dominó, y se escucha como un eco, que se repite y se repite, muchas veces impidiendo escuchar las intervenciones. Y no es una tos alérgica, no, es tos de catarro, que invita al contagio.

Y entonces yo, que a esa hora doy rienda suelta a mis fantasías, para que el tiempo transcurra aprisa, imagino a un grupo de médicos, a la entrada de cada reunión, tomando temperatura y haciendo pruebas rápidas de esputo, para que todo aquel que tenga catarro, se vea impedido de entrar al recinto. Sí, como sucede en los círculos infantiles: “¿agüita por la nariz?, ¡no puede entrar!”¿Con qué derecho van a contaminar al resto? Si es necesario, que delegue o mande a la secretaria, o al chofer, si total, ellos tienen a veces más prerrogativas que los propios jefes.

Ya se ha calmado el tose tose, cuando de repente suena un celular, y no es un tono cualquiera, no, qué va, es un tono chillón y estridente, y todos buscan con la mirada al dueño del cell, se voltean, y el mismísimo profesor Guanche puede estar acuñando un importante tema de Antropología Sociocultural, que en ese preciso instante la atención la tiene una persona que no cuelga, sino que sale apresurado del plenario. Claro, si cuelga entonces tendría que llamar él y pagar, y eso sí que duele.

Pero es tanto el irrespeto, sí, porque no lleva otro calificativo, que al rato, vuelve a sonar otro teléfono, como si no bastara el primero, para avisar y que el resto de los indisciplinados chequee y ponga en vibrador, silencio o apagado el equipo de marras. Es molesto, muy molesto, hasta para mí, que a la hora de transcribir me salen todos los ruidos ambiente, y cuando alguien está “tocando” el tema principal, vaya, algo así como “el pollo del arroz con pollo”, escucho un móvil, alguien tose o suena la bisagra de una puerta. Hasta se me ocurre pedir en el próximo Consejo Editorial, un frasco con aceite, para antes de entrar a un plenario a una cobertura periodística, lubricar las bisagras. Hasta nos podrían pagar un plus por esa función, porque ahora mismo manejo la información de los teatros y sitios de reunión de la ciudad, y hasta de la provincia, que tienen problemas con las bisagras de sus puertas.

Hace poco una colega, compañera de una interminable reunión que cubríamos, me dijo que estaba obsesionada, claro, era su primer trabajo de la semana y ya yo contaba el sexto. Pero viene la mejor parte, aquella que incluso está en los libros de Luis Ramírez Cabrera, encarnada en un personaje que creo que se nombra Pepe. Cuando ya creemos que terminó el encuentro, comienzan a pedir la palabra un “grupito” de aquellos a los que les gusta escucharse, y que en los sectores están bien identificados. Y ahí se forma el hala y estira, cada cual defendiendo su pedacito y haciendo las conclusiones sin que nadie se lo pida, o en el mejor de los casos, deshaciéndose en odas a los organizadores del evento, como si esa no fuera su función.

¿Que si esto es un mea culpa? Bueno, esta profesión, que es la mejor del mundo y también la peor pagada, nos permite alertar a los planificadores de eventos, quienes pueden “pedir”, desde la amabilidad, y justo antes del encuentro que: “los teléfonos se pongan en tono bajo; no acudan a los recintos personas con gripe o enfermas (ponerlo en la citación o invitación, antes del Orden del Día); los participantes se abstengan de pararse de sus asientos cada cinco minutos; y PROHIBIR a los cultores de escucharse pedir la palabra de manera recurrente”. Créanme, estas sinfonías molestan e interrumpen. Pensemos en ello.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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