Símbolos locales: La leyenda de Guanaroca

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En los tiempos más remotos, Huión, el Sol, abandonaba periódicamente la caverna donde se guarecía para elevarse en el cielo y alumbrar a Ocon, la tierra, pródiga y feraz, pero huérfana todavía del humano ser (…).

Al mágico conjuro de Huión, surgió Hamao, el primer hombre. Ya tenía el astro rey quien lo adorara, lo saludara todas las mañanas con respeto desde los alegres valles y altas montañas. Esto le bastaba a Huión y no se preocupó más de Hamao, a quien el gran amor que por su creador sentía, no lograba llenarle el corazón.

En medio de la universal manifestación de vida y amor, sentía Hamao languidecer su espíritu y le afligía la inutilidad de su vida solitaria. La sensible y dulce Maroya, la Luna, se compadeció de Hamao, y para dulcificar su existencia, le dio una compañera, creando a Guanaroca, la primera mujer. Grande fue su alegría. Los dos se amaron con frenesí (…) De su unión nació Imao, el primer hijo. Ella, madre al fin, puso en él todo su cariño, y el padre, celoso, creyéndose preterido, concibió la criminal idea de arrebatárselo.

Una noche, aprovechando el sueño de Guanaroca, cogió Hamao al tierno infante y se lo llevó al monte. El calor excesivo y la falta de alimento, produjeron la muerte de la débil criatura. Entonces el padre, para ocultar su delito, tomó un gran güiro, hizo en él un agujero y metió dentro el frío cuerpo del niño, colgando después el citado fruto de la rama de un árbol.

Notando Guanaroca, al despertar, la ausencia del esposo y del hijo, salió presurosa en su busca. Vagó ansiosa por el bosque, llamando en vano a los seres queridos, y ya rendida por el cansancio, iba a caer al suelo, cuando el grito estridente de un pájaro negro, probablemente el judío, le hizo levantar la cabeza, fijándose entonces en el güiro que colgaba en la rama del próximo árbol.

Sea por la innata curiosidad que ya se manifestaba en la primera mujer, o por un extraño presentimiento, Guanaroca se sintió compelida a subir al árbol y coger el güiro. Observó que estaba perforado y con espanto creyó ver en su interior el cadáver del hijo adorado. Fue tan grande el dolor y tan intensa la emoción, que se sintió desfallecer y el güiro escapó de sus manos, cayendo al suelo; al romperse, vio con estupor que de él salían peces, tortugas de distintos tamaños y gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina abajo.

Acaeció entonces el mayor portento que Guanaroca viera: los peces formaron los ríos que bañan el territorio de Jagua, la mayor de las tortugas se convirtió en la península de Majagua y las demás, por orden de tamaño, en los otros cayos. Las lágrimas ardientes y salobres de la madre infeliz, que lloraba sin consuelo la muerte del hijo amado, formaron la laguna y laberinto que lleva su nombre: Guanaroca.

 (Tomado del libro Tradiciones y leyendas de Cienfuegos, de Adrián del Valle, 1919.)

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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