¿Servidores públicos?

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Busco el concepto que define al Servidor Público: “Es la persona que desempeña un empleo, cargo o comisión (…) y está obligada a apegar su conducta a los principios de legalidad, lealtad, honradez, imparcialidad y eficiencia”.

Y ni corto ni perezoso medito de inmediato: ¡Qué lejos estamos de aplicarlo en la vida real como está definido, y mucho menos de controlarlo y exigirlo!

Pienso también en quienes deben atender con decencia al ciudadano de a pie en la realización de un trámite legal; en el bodeguero, el carnicero, el dependiente de un centro gastronómico, ya sea de un centro estatal o privado; en el médico, la enfermera, el técnico de laboratorio clínico, el farmacéutico; la recepcionista; el reparador de equipos electrodomésticos; el dependiente de un mercado en cualquier moneda… El listado se hace enorme.

¿Y dónde encontramos total cordialidad, buena atención, respeto, eficiencia…? Aseguro, sin temor a equivocarme, que en muy pocos lugares. Cuando somos bien tratados nos parece encontrarnos con seres de otras galaxias, extraterrestres. La mala actitud hacia el prójimo está tan enraizada como la mala hierba en los campos.

No sé si a usted le sucederá igual, pero en muchas ─demasiadas─ ocasiones cuando voy en búsqueda de un servicio público lo hago con tremendo temor, como le sucedió al señor del famoso cuento del gato hidráulico para cambiar un neumático en medio de una noche.

Tampoco esgrimo en que se trata de un derecho ciudadano, una parte muy importante ─como todas─ del Concepto de Revolución: “Es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”.

La Constitución de la República, en el Artículo 64, refrenda: “Es deber de cada uno (…) acatar la disciplina del trabajo, respetar los derechos de los demás, observar las normas de convivencia socialista y cumplir los deberes cívicos y sociales”.

Repito: ¡Qué distante estamos de materializa todo eso!

En un comentario recién escrito, titulado Civismo, el que lamentablemente no fue publicado porque al parecer se traspapeló en el correo electrónico, afirmé: “Por la televisión cubana, hace algunos años, disfruté de una amplia disertación sobre el tema, hecha por Fina García Marruz, poetisa, ensayista, investigadora y crítica literaria cubana (…), en la que ella abogó por el rescate del Civismo, porque se defendiera en cada espacio y formara parte del currículo escolar en los diversos tipos de enseñanza”.

Esa es una asignatura y una deuda muy pendientes.

Mientras más ando y desando la ciudad donde vivo y otras del país y busco la atención de algún servidor público noto que aumenta el inadecuado comportamiento de las personas y se pierde la compostura paulatinamente, como agua entre los dedos.

Ejemplos pueden citarse miles. Solo pondré uno. Hace poco una amiga me contó que requirió realizar una gestión de su empresa (no personal) en una dependencia estatal. Llegó al lugar. Saludó como es debido. Hizo una pregunta. Y la respuesta de quien la atendió fue fatal, inadecuada totalmente. Me comentó que salió de allí hasta con deseos de llorar, debido a la impotencia. Solo puede afirmarse ante un caso como ese: ¡Qué lástima que pervivan en sitios de atención a los ciudadanos personas con cierta irracionalidad!

Algún defensor a ultranza de lo que ocurre en el país podría esgrimir cierto intento de justificación, como las tensiones con las que vivimos a diario; la escasez de medicamentos, productos alimentarios y otros; la inflación desmesurada y galopante; los altos e insostenibles precios; la mala calidad del pan… Nada debe causar la desatención, el maltrato, el irrespeto…

En una interesante conversación un académico me dijo que las crisis económicas generaban crisis sociales y la vida lo demuestra cada vez más en nuestro país.

No obstante, como integrantes de una sociedad unida, luchadora, persistente y solidaria merecemos ser mejores atendidos en cualquier servicio, falte lo que falte y ocurra lo que ocurra. No todos somos culpables de los problemas que puedan afrontar quienes tienen la responsabilidad de servir a la población. Tengamos presente que no nos hacen un favor, sino cumplen el deber que les corresponde como técnicos, especialistas o simples trabajadores, por lo cual perciben un salario, que si bien no alcanza para sufragar los gastos ni de la mitad del mes ni disfrutar de lugares y espacios merecidos, es un salario al fin.

“Aprendí que la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste… pero nunca olvidará lo que le hiciste sentir”, expresó Maya Angelou (1928 ─ 2014), escritora, poeta, cantante y activista.

Nunca deberíamos olvidar esa frase.

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Ramón Barreras Ferrán

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos.

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