Se vende, pésima comedia cubana

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Se vende, dirigida por Jorge Perugorría, representa la menos sólida dentro de su carrera como realizador, y eso que ni Afinidades ni Amor crónico fueron justamente modelos del mejor cine. Constituye un filme irregular, disperso e incoherente, resentido por varios elementos, de los cuales el que más lacera al metraje es el excesivo subrayado de sus planteamientos conceptuales y visuales. Tanto que pareciera un guión para presentar en las escuelas de cine de cuanto no debe hacerse en este, con independencia ello de cual género fuere. Su filiación dentro de la comedia no entraña la entrega de patente de corso para sobrepasar lo pleonástico y rayar la tautología.

Uno infiere que todo en el filme va a ser masticadito y explicadito desde el mismísimo discurso inicial sobre los cambios experimentados en la familia de Nácar, la protagonista, a través de los años hasta el período especial y el nuevo siglo. De cierto, ya abruman bastante a un narratario con decoro determinadas explicaciones cinematográficas for export de primer grado sobre el ismo histórico que padecimos los cubanos y ahora cosmetizamos para chanza no tanto de locales como sobre todo del público extranjero. La mayor parte de tales “exégesis” con signo del cerdo revolcándose en el fanguero, huérfanas de causales e interrelaciones, opera solo en tanto telón de fondo para el chiste fácil de tantísima comedieta de las dos décadas más recientes.

Tras la introducción de Se vende, la cámara sale del cementerio de Colón, sitio donde la joven con nombre de jabón de baño ochentero del cual nadie en la trama se olvida pese a su carácter remoto, dialoga con la madre muerta -no es la de Bajo Ulloa- los domingos y el cadáver le brinda lecciones de supervivencia. La lente arriba a la calle criolla, ese dinosaurio con pinta de dragón tropical que bota fuego sobre isleños quienes pese a lo maltratataditos todavía tienen el buen ánimo de realizar competencias de cargar cubos de agua. Por la anatomía sinuosa del  bicho remóntase la guagua, ese monstruo rodante a cuyo loor sacan aquí inserto antológico de la Fornet en Se permuta (el filme, se supone, homenajea al Tabío de dicho largometraje y El cuerno de la abundancia, mas principalmente a Gutiérrez Alea). Aunque en la guagua de Perugorría no dejen a nadie con los senos al aire aplastados contra el cristal delantero, deviene su concreción cinemática una guerniquización picassiano-gaudí y hálito bretoniano del conocido sketch de Carlos Ruiz de la Tejera.

Las escenas del ómnibus, luego de pasar, obvio, por el establecimiento comercial nombrado “La lucha” (¡cuánta sutileza!) son, sin vaselina, la combinación de Dora la exploradora con Las pistas de Blue y, ojo alumno, rellena los espacios en blanco; lo que ocurre es que no hay uno que poner: todo está tan explícitamente remarcado que resulta molesto. Por el interior del vehículo solo resta por transitar un elefante, pues no contento el director con meter todos los prototipos o arquetipos posibles -no importa cuán reales fueren; no se trata de eso aquí- circulan además bloques de la construcción, televisores… sin inmutar, por supuesto, a aquellos, desde el rascabucheador al musical, los amantes, los conversadores o la que lee Crimen y castigo a ultraje de Raskólnikov. La putrefacción de la puesta en escena alcanza ahora rango de corta por gangrena.

En la marquesina del cine Yara vista desde la ventanilla, claro está, se deja leer el estratégico anuncio del homenaje al blanco creador antes mencionado que aquí tributan, para que a nadie le quede dudas el propósito de una apuesta interesada en darle derecho de cohabitación a lo serio y lo divertido. Lo de Salvador Wood reencarnando por un momento en la cola del cementerio a su Juanchín eterno de La muerte de un burócrata sí le sale bien a Perugorría en lo tocante a honrar a Titón, como igual, ya en otros sentidos, el cameo de la Cucú Diamante de Amor crónico en el almendrón, o varios momentos que desatan la hilaridad, pese a su simpleza: por ejemplo, el del policía oriental a quien Nácar le seudo lee la mano. Empero, poco hacen por conferirle densidad, peso específico a una pieza por otro lado pletórica de trazos gruesos y personajes ultracaricaturrescos como el encarnado por Mario Balmaseda, padre de la joven laboratorista (Dainelys Fuentes) figura central de Se vende. Es él la hiperbastardización de antecedentes dibujados por Enrique Molina.

El relajo está bien, pero hasta este debe tener su orden y no convertirse en presa del caos, choterías de pacotilla e irrespetos, porque la pantalla cubana no es un estúpido show de Univisión. Desde que los sepultureros profanadores de tumbas, más con un toque de McKendrick lisérgico que los de la Universal, desentierran al padre momificado de la necrópoli habanera hasta que Noel, el novio de Nácar (el propio Perugorría) lo exhibe en su exposición, con similitudes demasiado obvias a un líder histórico de la humanidad (al cual Balmaseda interpretó, culmen de la ordinariez, no de la metatextualidad ni del ingenio), todo cuanto ocurre con dicho personaje, ya sea en su etapa de vivo o en la de muerto, es de veras muy poco feliz y saludable, para usar los eufemismos más bonitos a mano.

Hay gente que dicen que no creen en ná y van a consultarse por la madrugá. Es cierto, pero de eso a que La Habana en sus diferentes estamentos abarrote el sitio donde Nácar y Noel venden, en trozos muy arturodecordovarianos de El esqueleto de la señora Morales -enunciada verbalmente la cita sí, ni pregunten- los cadáveres de los padres para “trabajos religiosos”, más que risa (y reitero, al margen del género observado: la comedia negra en este caso), generan pena. Por nosotros mismos y la imagen que proyectamos. No se trata de hacer películas con niños poniéndole las pañoletas en la escuela ni otras alejadas de la realidad cubana, a la manera ciertos exponentes pretéritos, pero, caramba, tampoco soltar a los siete cielos esto de que por vender aquí no solo se vende desde una ciruela hasta una bóveda, sino también cadáveres promocionados en internet. No quisiera ni pensar que creería de Cuba el espectador foráneo (ya de por sí sujeto a andanadas meteóricas de vitriolo matutino contra la islita en sus medios) al ver semejante exhortación no se sabe si a la burla o a la lástima. Si bien tampoco estoy seguro si fuera del área de cobertura del Caribe, la sagüesera de Miami o “África mía como todos te maltratan” alguien sea capaz de entender el timbre del sacrílego mal chiste de las osamentas. Ojalá.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Se vende, pésima comedia cubana

  • el 12 mayo, 2017 a las 1:40 pm
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    De madre con esto, esas comedietas meten miedo, para no decir espanto, aunque todo sea dicho, nuestra realidad actual no podía ser más grotesca y bizarramente disparatada. Trabajo de Relaciones Públicas en un hotel y veo pasar desde lo más divino hasta lo más profano, y se ven cada cosas… Poner en venta los huesos de un pariente por Internet? Se verán horrores? No, mi estimado crítico, ya se están viendo, y por desgracia…

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