¿Se termina o comienza una vida distinta?

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Hace poco más de 80 días se diagnosticaron los primeros pacientes con la Covid-19 en Cuba. Hasta entonces nos parecía tan lejana la enfermedad, como si el virus no pudiera alcanzarnos, y solo nos asombraban, hasta entonces, las noticias llegadas de China, y la ciudad de Wuhan se nos hizo cercana en geografía regional.

Hasta ese día específico la noción del peligro parecía inalcanzable, hasta exagerada, incluso para los periodistas que ya asistíamos a las reuniones de grupos de trabajo, temporales, permanentes, y hasta yo misma, pensé resultaban hiperbólicas las medidas que planificaban. Pero no, el SARS-CoV-2 llegó, penetró nuestras fronteras y enfermó a cubanos, y la epidemia engrosó cifras, las estadísticas aumentaron y hasta el léxico varió, porque la palabra “cuídese” se convirtió en la más usada de los últimos tiempos.

Y nos vimos con un nasobuco cubriendo nuestras caras, distanciándonos de los semejantes, quedándonos en casa, participando de pronto de una dinámica que solo conocíamos en filmes o series. Se paralizó el transporte, muchos dejaron de asistir a sus trabajos, cerraron las escuelas… y en medio de la noche nos despertaba el insomnio y pensábamos ¿cómo haremos para sobrevivir al encierro?

Hoy, cuando las curvas, pronósticos y modelos coinciden en apuntar a una disminución del contagio y la trasmisión, disminuyen los casos, aumentan las altas y los recuperados, volvemos, poco a poco, a pensar en una apertura, en que habrá mañana, y el anhelo de desandar las calles se hace cercano… pero, ¿es tiempo de desmovilizarnos?

La realidad, más rica que cualquier pronóstico, apunta a que no, que no es tiempo de regresar a la normalidad, pese a que las cifras tienden a disminuir. Todo lo ganado en materia de aislamiento y distanciamiento, finalizará cuando las autoridades de Salud así lo determinen; sus expertos, únicamente, resultan los autorizados a regresarnos a la vida de antes, aunque nunca será igual. Nasobuco, distanciamiento social, lavado de manos y otras medidas higiénicas, serán de ahora en adelante, el ABC de cada jornada para enfrentarnos a la vida.

En materia de ahorro y eficiencia económica, imagino los estudiosos sabrán aprovechar la tendencia a la disminución: ¿cuántos son suficientes en una empresa, institución o fábrica? ¿Cuánto combustible es necesario para mover a un país? ¿Cuántos aprovechan el transporte al máximo, y cuántas personas deben tomar un ómnibus?… y son demasiados las preguntas, los cuántos, trending topic de tiempos difíciles, en los que la escasez puso al descubierto a los acaparadores, egoístas y aprovechados.

También sabremos dar curso a los saldos positivos de una epidemia que nos empujó puertas adentro de los hogares, a vivir en familia; que nos hizo aprovechar los momentos y espacios con eficiencia; que nos mostró el compromiso y empeño de los trabajadores de la Salud, médicos, enfermeros… TODOS, quienes necesitan reconocimiento social y no críticas peyorativas a un oficio, que queda demostrado una vez más, es humanista y vital.

Mucha literatura, cine, radio, espacios de TV, dispondrán de ahora en adelante de temas y guiones, historias para contar, anécdotas… de cómo una vez la raza humana, la de cerebro superior, se vio obligada a confinarse por la vida, y debió sacar un extra de esas reservas que todos llevamos a cuestas, para vivir en confinamiento, ayudar y conocer mejor al vecino, consumir menos alimentos para evitarse una cola. Yo, en lo personal, he probado las arepas mañaneras y el arroz con leche y canela de mi vecina Gretchen; he conocido cómo se las ingenian ella y Henner, el esposo, para mantener entretenidos en un pequeñito apartamento a sus pequeños; las historias de Mercedes, la nonagenaria de Gibara, sui géneris miembro de esa familia. Supe cuán fuertes son mis padres, y extrañaré a Javier, el joven pesquisador que todos los días venía a saber de nosotros.

Sin dudas, no será igual para nadie, seremos distintos y tendremos que ser mejores, porque ahora viviremos en endemia con un virus que nos quiso robar la alegría, pero probó la fuerza de una campaña antiepidémica que demostró somos humanos unidos por la supervivencia. Y tendremos una prenda más en nuestros roperos, los nasobucos; los de Reinel y Dianko tienen en casa una gaveta, porque vinieron desde la humildad, esos tesoros de tiempos distintos que usaremos.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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