El rojo en la zona roja de la Covid-19, de Cienfuegos a México (+galería)

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 12 segundos

Ellos montaron al avión y no estaban rojos. Él bajó las escalerillas con la cara que parecía un tomate caribeño. Ella se asustó, pero debió esperar hasta el hotel para aterrizarle en el brazo el tensiómetro y chequear la presión arterial, lo siguió con la vista todo el tiempo. La altura les provocaba una sensación rara en el estómago, en la cabeza, en los sentidos…; llegaban a la tierra azteca vestidos de blanco y sin una devoción por el picante.

Cuba ni había anunciado en sus medios oficiales la salida de profesionales de la brigada médica Henry Reeve rumbo a México, cuando el mundo ya lo sabía por los canales de ese país centroamericano. Las versiones respecto al hecho crearon una nube gris y ellos lo percibieron cuando el último escalón les devolvió la firmeza del suelo.

“La llegada fue un poco difícil; existían diferencias en cuanto a los protocolos de actuación ante la Covid-19, y también celos profesionales que con el paso del tiempo lo sobrellevamos (…) Fuimos los dueños de las zonas rojas en esos hospitales, pero de igual modo prestamos servicios en terapia, urgencias, respiratorio, traumatología (…) Un inicio complejo, pero lo supimos revertir a lo cubano”, dice el Dr. Yosmel Álvarez González, especialista en Medicina General Integral (MGI), primero de los dos en contar la historia de sus tres meses en el hospital Rubén Leñero de la ciudad de México, a una altura media de 2 mil 250 metros sobre el nivel del mar.

Yosmel en urgencias, hospital Rubén Leñero de la ciudad de México
Yosmel en la zona roja, hospital Rubén Leñero de la ciudad de México.

Una institución sanitaria especializada en Ortopedia y Traumatología, que apoya ante el sustancial incremento de la pandemia. Ellos clasificaban a los pacientes que acudían con síntomas respiratorios y luego, de requerirlo, los asistían en terapia. Desde que el “Rubén Leñero” les abrió las puertas, la entrada a la zona roja se hizo rutinaria, un ir y venir que nunca dejó de ser estresante para el que quedaba fuera.

“El personal médico mexicano se dio cuenta que éramos pareja porque estábamos pendientes de las horas que pasábamos adentro. Yo le mandaba a decir llevas siete horas, sale, cámbiate y vuelves entonces; él tampoco perdía la cuenta del tiempo. Adentro sientes el silencio de la muerte. La ropa pesa y no paras de trabajar; quieres estar del lado de la vida, aunque sabes que las posibilidades son mínimas”, agrega Onislaydis Rodríguez García, MGI también, con varios años de experiencia y dos misiones anteriores en  Venezuela y Brasil.

En los 90 días casi ni caminaron la ciudad. Las ventanillas de los medios de transporte eran el soporte para verla en su dinámica diaria y contemplar la modernidad aún con rasgos indígenas; y pensaban en la fuerza de los genes, en la vitalidad de una cultura ancestral que no quiere borrarse a pesar de las nuevas tecnologías, a pesar de los siglos de colonialismo brutal en la tierra azteca.

“Nos reconocían por el acento, aunque nos confundían a veces con dominicanos (…) En Cuba siempre se reaniman a los pacientes, hasta el último minuto se lucha por la vida, tengan la edad que tengan. Sin embargo, allá el protocolo es diferente. Un día, en el servicio de terapia, una mexicana entró en paro y traté de reanimarla, pero eso no estaba permitido, tuve que darle la espalda sin revertir la situación. Nosotros sabíamos que debíamos ajustarnos a sus métodos médicos y no podíamos pasar por encima de eso; igualmente uno se lo siente, no estamos formados así, duele no luchar”, relata Álvarez González en plena conversación, aún con nasobuco, no puede quitárselo aunque ya pasaron los rigurosos días de aislamiento en La Habana, y dio negativo a dos PRC antes de pisar su Cienfuegos natal.

En algo coinciden los dos: la mayoría de los pacientes contagiados con el SARS-CoV2  llegaban a los centros hospitalarios mexicanos en un estado final. “A las consultas de clasificación de Covid-19 llegaban casi desfallecidos; tenían que aguardar en esas condiciones por un atendimiento de seis horas como mínimo por la cantidad de pacientes acumulados en las áreas de urgencias. Luego de las tres horas de ingresados oías que se activaba el código negro, muchos morían antes de las 24 horas de tratamiento. La atención primaria de salud en ese país prácticamente no funciona, hay muy pocos consultorios médicos y estos en su generalidad son privados; les recomendábamos activar las pesquisas, trabajar con la comunidad y las zonas más vulnerables”, específica Onislaydi, mientras busca imágenes que ilustren su historia.

espera de resultados de exámenes complementarios.
Onislaydi Rodríguez García, en espera de resultados de exámenes complementarios.

Un presagio salía de boca en boca cuando ellos llegaron al hospital mexicano: es obligatorio enfermarse. Eso les paralizó el alma, ellos no podían enfermarse. Una niña pequeña le esperaba a su regreso. “Trabajamos tres equipos de guardia, cada uno de seis médicos, y ninguno se enfermó durante la estancia allí. A pesar de tener los medios de seguridad, nos caracterizó la ayuda mutua entre nosotros; trabajábamos en equipo, y de mirarnos sabíamos la necesidad del otro (…) El personal de enfermería mexicano no hace lo que los de aquí hacen por rutina o protocolo; allá el médico deber realizar las extracciones de sangre, retirar el set de sutura…, pero nos acostumbramos rápido”, agrega la mujer, la madre que no dejó de pensar en su hija, en los tantos abrazos que le debía a su regreso.

Dos sismos le movieron el piso en tierra azteca. Lo cuentan entre las cosas para no volver a vivir, mientras ilustran las fotos de su estancia en ese país centroamericano. En México fueron dueños de la zona roja, donde los síntomas de la Covid-19 eran evidentes. La insuficiencia respiratoria, arritmias, procesos de trombo embolismo, nunca faltaban entre las complicaciones asociadas a este nuevo coronavirus; contra ellas lucharon hasta que las gotas de sudor corrían debajo de los trajes de cosmonautas, así bien se les pudieran llamar.

La comida fue uno de los talones de Aquiles de la colaboración; aun cuando pedían bajas o ninguna dosis de picantes en los alimentos elaborados, el menú siempre sobrepasó los niveles máximos tolerables de ese ingrediente típico de la nación, a lo cual nunca se acostumbraron. “De todos modos había manzanas; ella sí perdió peso, pero yo comía manzanas por ella y por mí”, dice Yosmel, y sus ojos chinos se vuelven más chinos, la risa no se ve detrás del nasobuco.

“Poco a poco comenzamos a dialogar con los intensivistas hasta lograr consensos y una retroalimentación entre ambos sistemas de salud. La despedida no se pareció a la llegada, muchos agradecieron nuestra presencia. Los pacientes estuvieron satisfechos con los cuidados del personal cubano; esa era nuestra misión y se cumplió con creces (…) Pronto debemos irnos a Venezuela, la lucha por la vida no termina…”, agrega Onislaydi, un tanto conclusivo.

A una altura media de 2 mil 250 metros sobre el nivel del mar él se puso rojo como un tomate caribeño. Ella lo siguió con la vista hasta que en el hotel aterrizó el tensiómetro sobre el brazo; luego vino la pastilla debajo de la lengua. Ellos pisaron la zona roja de la Covid-19, vieron lo que nadie quiere ver. Medían el tiempo. Ella se ponía roja bajo las máscaras plásticas, él ni lo supo. Medía el tiempo.

[Best_Wordpress_Gallery id=”21″ gal_title=”Colaboradores cienfuegueros contra la covid-19 en México”]

Visitas: 0

Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

Un Comentario en “El rojo en la zona roja de la Covid-19, de Cienfuegos a México (+galería)

  • el 22 agosto, 2020 a las 3:21 pm
    Permalink

    Están escapado estos médicos

    Respuesta

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *