Retirada a los 35

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De niña, al visualizar mi futuro, los ’30, o los ‘ta, cual solemos decir, me parecían una edad muy lejana, remontada en un mañana que tardaría siglos en convertirse en “hoy”. Ya entonces me veía como profesional —aun cuando no alcanzara a vislumbrar carrera específica alguna— inmersa en una vida laboral con la cual me ganaría el sustento y aportaría a la sociedad. De contar con buena salud, pensaba, la jubilación llegaría al vencer los 55. Aunque jamás cruzó por mi mente la idea de que, frente a muchos asuntos, a los 35 ya estaría prácticamente retirada.

Sí, retirada. Jubilada no, pues la ley actual establece para ello la edad de 60 años. Sin embargo, desde hace tiempo percibo cierta tendencia mundial a determinar que una persona solo es útil cuando aún no ha rebasado siete lustros en su peregrinar. Sobre esa corriente de pensamiento viajan convocatorias a las más disímiles oportunidades: concursos, puestos de trabajo, estudios de postgrados…

Aun organismos internacionales dentro la Organización de Naciones Unidas (ONU), en diversas ocasiones establecen límites de edad en varios de sus avisos, bajo la excusa de incentivar el empleo y empoderamiento juvenil, deprimido, es cierto, en el panorama laboral actual. Sin embargo, tampoco es innegable que en determinadas latitudes, personas influyentes esconden tras ese argumento una clara discriminación laboral por la edad que gravita sobre los mayores.

Desconozco cuándo y con base en cuáles argumentos, algunos decisores y gestores sociales determinaron que pasados los 35 años las personas perdían el ímpetu, la voluntad, la creatividad, la capacidad intelectual y otras aptitudes que conducen al crecimiento profesional e individual.

Hace poco, una amiga me comentaba sobre cierta oportunidad de empleo en una institución internacional. Mientras leía los requisitos, las ilusiones por el puesto se inflamaban en mi mente: era graduada universitaria, dominaba el Inglés, tenía más (mucho más) de tres años de experiencia, estaba dispuesta a reubicarme…, pero ¡pobre de mí!, ya rebasaba los 35 años.

Concuerdo. La juventud, ese “divino tesoro”, resulta la etapa ideal para emprender nuevos derroteros, asumir retos, sin embargo ello no significa que un hombre o mujer adulto esté obligado a renunciar a sus sueños o desestimar algún anhelo debido a no contar ya con los bríos de la mocedad. Quizás los compromisos familiares, mucho más intensos en ese momento de la vida, puedan verse como una muralla, mas esta no tiene porqué ser infranqueable si se cuenta con la determinación y el ímpetu para sortearla.

La discriminación por edad no solo perjudica a los adultos, es claro. También, a menudo, los más jóvenes encuentran tropiezos a la hora de aspirar por un puesto. Pero algo queda claro, esos obstáculos aparecen con más frecuencia ante los cuarentones, quienes han de enfrentar diversos estereotipos como aquel de “a mayor edad, menor rendimiento”, o que a esas alturas ya no resisten la presión en un universo cada vez más competitivo, o ya no tienen incentivos para un mayor desarrollo dentro de su carrera.

Cada mito sobre la inconveniencia de emplear a hombres y mujeres que pasan de los ’40 resulta desmontable. Tanto es así que, ante la sorpresa de no pocos, algunos empleadores vuelven la mirada hacia este grupo etáreo, pues creen que la experiencia, la lealtad, el sentido de compromiso (valores fáciles de hallar a estos años), compensan la energía de los tiempos mozos.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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