Dimitir o venderse, el dilema de los Cahiers

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Resulta cada día más difícil en el mundo occidental realizar un periodismo y un ejercicio de la crítica serios, de sello independiente, porque los medios son controlados por emporios comerciales a los que, salvo excepciones en extremo contadas, en realidad no les interesa esa función, sino seguir sumando capital mediante la conversión de las plataformas que compran en cabeceras destinadasal entretenimiento más ramplón y la publicidad.

Los dueños de este negocio (no lo ven, no lo pueden ver, cual instrumento de servicio) en la actualidad son los principales causantes de la debacle occidental del periodismo; no tanto internet, como suele repetirse.

La enésima prueba de lo anterior es el atentado a la cultura que el grupo de empresarios e inversores que ha comprado la fundacional revista francesa de crítica de cine Cahiers du Cinema se propone hacer con dicho mítico emblema del gremio a nivel planetario, ente integrante por derecho propio de la historia del cine.

No más adjudicársela, la panda de ignorantes anunció un proyecto de reformas para convertir al legendario bastión del análisis cinematográfico, cultural por extensión, en “una revista snob, moderna, con estilo”: otra Chic, Marie Claire, Hola

Por donde se viera, resultaba preferible su cierre inmediato antes de perpetrar semejante afrenta al pensamiento, al órgano fundado en 1951 donde, merced a paradigmáticos artículos/ensayos, se razonó (y literalmente escribió, pues los propios directores firmaban en sus página) a la Nueva Ola Francesa, al cine de autor universal y a grandes directores sajones.

En respuesta a las intenciones editoriales de los nuevos regentes de Cahiers, su directiva y redacción, en pleno, dimitió. Reza el  comunicado de renuncia: “Nos han dicho que la revista se volverá amigable y moderna. Sin embargo, los Cahiers nunca hemos sido ni lo uno ni lo otro (…)Los miembros de Cahiers du cinema tomaron partido contra el tratamiento mediático de los chalecos amarillos, contra las reformas que afectan la universidad (Parcoursup) y la cultura, y cuestionaron a su llegada la legitimidad del Ministro de Cultura, quien también se congratula públicamente por la adquisición de esta empresa privada (…).

Constituye una muestra de ética y de valor; sobre todo cuando se piensa en el muy incierto destino profesional de semejantes personas. Francia es uno de los sitios del mundo donde continúa publicándose crítica de cine en los periódicos, pero los puestos están ocupados en un sector y un país donde escasean sobremanera las ubicaciones laborales.

Tanto los directivos como los críticos o periodistas especializados de Cahiers renunciaron para no prostituirse, dimitieron para no venderse: algo raro hoy día. Su mensaje debe propalarse, su lección moral es resonante.

Ahora bien, el destino de Cahiers veía venirse. El escenario idiotizado de las redes sociales, donde muchos muestran sus vergüenzas intelectuales al intentar ser periodistas o críticos aunque no hayan leído una información de prensa ni visto cuatro películas en su vida, y el seguimiento de los lectores a órganos digitales que reseñan cualquier obra fílmica en dos líneas con tres estrellitas fue erosionando de forma progresiva los márgenes de venta de la revista, los cuales alalumbrar 2020 andaban por los 13 mil ejemplares al mes.

Ya en 2009 la revista había sufrido su primer infarto, cuando, a la sazón propiedad del grupo editorial del diario Le Monde, su nivel de ventas (entonces 20 mil números mensuales) determinó su desaparición. En aquel momento, debido en primer grado al extraordinario prestigio histórico del medio, fue adquirida por PhaidonPress, editorial inglesa especializada en libros de arte y cultura, la cual, más por mero mecenazgo que por reales dividendos, le permitió otros años más de vida.

Pero sin remedio llegó ahora, literalmente, ese “fin de una época” otras veces anunciado, pues si a Cahiers la pueden convertir en una revista rosa, pueden hacer literalmente de todo. El periodismo occidental tocó fondo desde hace por lo menos tres lustros y esta supone la última, e incomparable, confirmación.

Sus medios son juguetes de multimillonarios, siempre vinculados a los poderes hegemónicos y por tanto depositarios de su línea ideológica. Y la principal cartilla de los tanques pensantes que dominan el adormilado rebaño planetario es mantener al receptor sumido en las tinieblas intelectuales.

Por si no bastaran las tan mal empleadas redes sociales para lograrlo, también desaparecen todo vestigio de razonamiento en los órganos que fungieron como referentes en sus respectivos campos de análisis cultorológico. ¿De vuelta a la Edad Media?

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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