Reinaldo Naranjo salva con la suya la vida de 47 en intento de secuestro de avión

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A cambio de su vida, el 11 de julio de 1971 el cienfueguero Reinaldo Naranjo Leiva salvó a todos quienes viajaban en un avión que dos individuos intentaron desviar hacia Miami. Era aquel un vuelo de Cubana de Aviación en la ruta Boyeros-Cienfuegos, la tarde de ese día, con 47 personas a bordo entre pasajeros y personal de la nave aérea. El hecho era otro, uno más de los provocados por la Ley norteamericana de Ajuste Cubano, aprobada cinco años antes por el Congreso de los Estados Unidos.

Muchos fueron los autores de actos heroicos dentro de la aeronave: los tripulantes, el piloto, Diósmedes Matos; el copiloto, Reniel Díaz; la aeromoza cienfueguera Dania Valdés, que golpeó con una bandeja a uno de los atacantes que la quería usar como rehén; el ingeniero de vuelo; el teniente José Fernández Santos, pasajero que herido gravemente mantuvo a raya con su pistola a los dos aeropiratas quienes trataban de despojarlo de su arma, y a los dos los hirió…  Pero, Reinaldo Naranjo Leiva, fue más que generoso: fue altruista.

La tragedia ocurrió a más de 12 mil pies de altura, cuando el AN-24 CUT-878 sobrevolaba la Ciénaga de Zapata, proa a Cienfuegos. Un individuo joven se abalanzó sobre la aeromoza que se defendió y el teniente del Ejército Rebelde conminó con su arma al agresor a sentarse. Pero éste le gritó a su compañero de fechoría: “Si no nos llevan para Miami, ¡tira la granada!”, y este otro joven, tan inexperto como aquel, la arrojó por el pasillo. El mortal artefacto rodó hacia la cola del avión. Por allá estaba sentado Reinaldo Naranjo Leiva, quien en su desempeño como administrador del aeropuerto sureño, regresaba de una reunión de trabajo en la capital.

Rey, el tercero de ocho hermanos de una familia campesina en la zona de Turquino, del municipio cienfueguero de Rodas, reconoció la granada como de las de fragmentación, idéntica a las que había manipulado durante las prácticas de su servicio militar, un tiempo atrás. Comprendió que el estallido causaría gravísimos efectos sobre el fuselaje del avión,  irremisiblemente condenado a caer por efecto de la descompresión, y allí viajaban once niños, mujeres y personas de edad…

Sin pensarlo dos veces, el joven de apenas 28 años se abalanzó sobre el explosivo y lo oprimió contra su pecho y abdomen para atenuar los efectos de la onda expansiva sobre la nave.
Testigos de aquel vuelo 740 recuerdan una explosión enorme, hubo un sacudimiento de horror, hubo olor a pólvora, olor a sangre generosa, y hubo un héroe y mártir que entregó su vida a cambio de la de los demás.

Algunas esquirlas de la granada hirieron de gravedad al teniente Fernández Santos. Los dos jóvenes agresores, trataron entonces de apoderarse de su arma, pero éste logró herirlos antes de desmayarse. Los pilotos encerrados en su cabina, observaban por la mirilla hacia el pasillo, y maniobraron de manera tal que cada vez que los secuestradores trataban de pararse y caminar hacia el militar, los hacían perder el equilibrio y caer; otros pasajeros también impidieron que se acercaran al herido. Así regresaron al aeropuerto José Martí, donde apresaron a los que creyendo en los cantos de sirena del modo de vida americano pusieron en riesgo de morir a casi medio centenar de personas.

Fernández salvó su vida en el trágico intercambio, pero falleció joven a causa de las secuelas de una de aquellas heridas en el hígado. Los dos asesinos fueron juzgados y condenados a la pena capital. Y los cienfuegueros despidieron emocionados en el cementerio Tomás Acea al  hombre que a cambio de la suya salvó las de 47 compatriotas en un acto heroico.

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Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

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