Raúl Roa: el eterno Canciller de la Dignidad

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El 18 de abril de 1907 nació en La Habana una de las figuras más peculiares y queridas de la Revolución Cubana: el inolvidable Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García, aquel que no le dejaba pasar una a los imperialistas y sus secuaces en la ONU o en la OEA, y quien permitió hablar en un encuentro nacional a un representante diplomático de Washington en Cuba, “pero sin guapería”. Único.

La condición de escritor de Raúl Roa García se manifestó indistintamente en el cultivo de varios géneros de la creación literaria: ensayo, crítica, biografía, periodismo. Fue, además, en otros órdenes de definición intelectual, orador, profesor, historiador, diplomático, parlamentario… Pero hay un rasgo, entre los tantos que singularizan su imprescindible obra revolucionaria, que define su naturaleza y se verifica sobre todo a la hora de enfrentar a su adversario: la ironía.

Los años de la Revolución del ’30 fueron escenario de sus arengas ígneas, sus encontradas diatribas y panfletos rebeldes, en los cuales ya se delineaba la probada vocación patriótica y el estilo del periodista elegante que fundía el primor de la forma con la entraña del contenido.

Su proverbial ironía es exquisita, fruitiva, en las peculiares polémicas sostenidas durante la época con Jorge Mañach, Raúl Maestri, Marcos García Villarreal y Pilar Jorge de Tella, fundamentalmente.

Su ensayo-epístola Reacción vs. Revolución, concebido cuando fue trasladado por enfermedad en presidio al Hospital Militar de Columbia, no pudo publicarse en ningún medio, debido a su dureza. Dicha epístola dirigida a Jorge Mañach, al tiempo, la recogería el semanario Noticias.

Reacción vs. Revolución es la respuesta obligada al señor que prácticamente vapulea a un compañero de Roa del Ala Izquierda Estudiantil -Porfirio Pendás-, intelectualmente en desventaja ante el curtido autor de Indagación del choteo.

Roa le sale al paso a Mañach y gesta un valioso documento que estudia el papel de las minorías revolucionarias en la lucha de clases como cuestión nudal: “(…) Los intelectuales que opten por la militancia burguesa o la inhibición, o la neutralidad, no merecen otra calificación que la de traidores al mundo que nace y servidores, expresa o tácitamente, del crimen, de la explotación, de la arbitrariedad, de la injusticia, elementos basales del mundo que muere”, expone.

El ensayo representó una muestra conspicua de la polémica inteligente y revolucionaria. Roa expuso su tesis con claridad y certeza, amparado en la fuerza vencedora de la razón y la de sus palabras. Mañach opta por el silencio. Le responde tan solo con unas líneas personales, en las cuales les ruega lo exima de una contestación inmediata. Si bien quien igualmente fuera un magnífico intelectual, aunque distante en lo político de Roa, no pudo menos que reconocer: “Tu carta es hermosísima como realización dialéctica. Y yo me siento de veras honrado con ella. Es un documento para esta hora negra y un chorro de luz en ella”.

Antes de salir del Presidio Modelo, en enero de 1933, Roa publicaría en El Mundo un texto en contra de la apología nazi fascista titulada El nacionalsocialismo alemán, libro de Raúl Maestri. La contrarréplica de su tocayo, en el Diario de la Marina, determinó que el creador de Bufa subversiva le dirigiera una de sus mordaces “cartas”. Su naturaleza y extensión impidieron publicarla en la prensa diaria, por lo cual se recogió en un folleto. Roa aplasta al tránsfuga, en otro tiempo amigo suyo. Cáustico, mordaz, abalanza una andanada de apóstrofes contra el rostro de Maestri, quien osara hacerle algunas alusiones despectivas y llamarlo “loco”.

Tocante a ese punto, le contesta: “En cuanto a mi ‘desequilibrio mental’ te digo que me siento muy orgulloso de sufrirlo. Ya sé que para muchos paso por loco. Es más: en la Universidad me denominan cariñosamente así. Pero un ´loco´ muy especial. Loco porque no transigía ni transijo con lo establecido, ni con las glorias oficiales, ni con los mediocres, ni con la abyección, ni con la injusticia. Loco porque mantenía y mantengo ideas que perturban la tranquila digestión de acomaditicios y miméticos (…)”.

Un día Roa se le presentó a Maestri en el Diario de la Marina y le descargó, en medio de la redacción, una pistola de agua repleta de orina.

Para el órgano militante Línea, el autor de Retorno a la alborada escribirá, a la sazón, algunos artículos. Uno de estos, acerca de los trotskistas en el seno del Ala Izquierda Estudiantil, quienes arremetían contra el Partido Comunista.

Marcos García Villarreal encabezaba la tendencia dentro del Ala. Roa, maestro al zaherir, ataca los flancos débiles del adversario político. Todo el sarcasmo posible en el siguiente retrato de Villarreal: “Marquitos Villarreal se metió a comunista una tarde otoñal, cuando sintió dentro de sí el derrumbamiento definitivo del poeta que él creía llevar acurrucado en el pecho, como un ruiseñor enjaulado. Debió haber sido terrible para Marquitos Villarreal. El sol comenzaba a tramontar el horizonte, se presentían ya las primeras estrellas, el aire frío, cruel, constante. Marquitos estaba de duelo, pero la poesía de fiesta. Porque la realidad era que Marquitos lo que hacía con sus versos era maltratarla de manera implacable. El comunismo no sabía la clase de tipo que venía a su seno, aunque afortunadamente no tardó mucho tiempo en constatarlo”.

Desde las páginas de la revista Carteles la señora Pilar Jorge de Tella urge a luchar sin tregua contra el comunismo. A Roa le parece justa (en el sentido clasista) la apelación de la “alta dama de la sociedad”, cree que ella cumple su rol histórico cuando propugna la ofensiva feroz contra esa doctrina política y todo el movimiento revolucionario que encabritaba la Isla. “Es la manera de reaccionar de su clase”, escribe.

La encopetada señora asegura que el país se encuentra en plena crisis en los años ’30, como consecuencia de la expresión de esa doctrina y ese movimiento. Su replicante le proporciona una explicación general, desde el plano de las ciencias sociales, de las causas de esa crisis, que no la achaca ni a Mendieta ni a Grau, porque “eso equivaldría a tomar el rábano por las hojas”.

Le advierte, en cambio, a la dama que el fenómeno de la crisis guarda estrecha dependencia con la estructura socioeconómica neocolonial de la nación. Le aclara que la convulsión imperante en esta Isla -en vilo desde la muerte de Rafael Trejo en septiembre de 1930 hasta el fin de Gerardo Machado el 12 de agosto de 1933, y aun después-, no es obra de Moscú ni de unos cuantos “intelectuales presumidos”, como ella dijera.

Insta a la firmante en Carteles a que “no se olvide que el comunismo encontrará su mejor levadura en la represión sistemática y brutal del movimiento obrero, en la supresión a sangre y fuego de las huelgas y de todos los derechos democráticos, en la política de hambre y desempleo, en la persecución y en la cárcel, en el desplazamiento de las riquezas nacionales (…)”.

El creador de 15 años después escribe jalonado por una coyuntura que impulsa el movimiento revolucionario -del cual es activa partícula- a expandir su accionar por todos los puntos; y la prensa constituye un eslabón fundamental, herramienta esencial para la prédica de su discurso..

Esta efervescente década del ’30 ve aparecer la firma de Raúl Roa en Línea, Alma Máter, Universidad de La Habana, Ahora, Bohemia, El País…, por regla general enfilado el contenido de los textos hacia lo político; a diferencia del período inicial de los años veinte (se estrena periodísticamente en 1925), mucho más volcado a lo literario.

El periodismo de Roa durante la década del ’30 del pasado siglo resulta crucial para entender ese significativo capítulo de la historia de Cuba. Carlos Rafael Rodríguez calificó a sus trabajos de la etapa como los materiales “hirsutos y febriles que ayudaron tanto a definir el contenido político de las izquierdas en el momento decisivo de nuestro proceso revolucionario”.

En el aniversario del  nacimiento de tan importante figura del ámbito político y literario del siglo XX cubano, y siempre, es y será menester tanto repasar sus piezas fundacionales. E, igual, desvelar a las hornadas emergentes el valor patriótico, el compromiso ético, la altura intelectual de esta personalidad, acreedora de múltiples responsabilidades de primer nivel a lo largo del proceso social iniciado en 1959 y quien falleciera en su natal La Habana el 6 de julio de 1982, tras una vida pletórica de vivencias personales de magnos acontecimientos vinculados a la historia de su Patria, donde resalta, sobremanera, su etapa de Ministro de Relaciones Exteriores.

Su aporte en tal sentido a la Revolución fue inestimable. Defendió la verdad de Cuba y se hizo merecedor del justo calificativo de Canciller de la Dignidad.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica