Rafael Trejo: campanadas del reloj de la historia

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Yo no podré olvidar jamás la sonrisa con que me saludó Rafael Trejo cuando lo subieron a la sala de urgencia, solo unos minutos después que a mí, y lo colocaron a mi lado. Yo estaba vomitando sangre y casi desvanecido de debilidad; pero su sonrisa, con todo, me produjo una extraña sensación indefinible. Era algo así como si me devolviera la cólera de la pelea a pesar de la sangre perdida. Era que yo había sabido ya, que Trejo, con sus 20 años poderosos, se moría (…)

(…) Entre vahído y vahído yo había podido oír estas palabras, que percibí extrañamente, como si estuviera dentro de un aparato de radio que sonara a lo lejos, con un poco de estática: …éste se salva… si no hay fractura… las heridas de la cabeza son muy aparatosas… se pierde mucha sangre… pero aquel pobre muchacho no lo salva ni Dios… tiene una hemorragia interna… interna… interna”.

Así describía Pablo de la Torriente Brau los últimos minutos con vida de Rafael Trejo González, el joven estudiante universitario de apenas 20 años, asesinado durante una protesta estudiantil contra la dictadura de Gerardo Machado, el 30 de septiembre de 1930.

La mañana de la jornada señalada Felo, como le conocían en el círculo más íntimo, estudiante de tercer año de la carrera de Derecho, miembro de una familia de clase media, vistió su traje más usado, y se caló un sombrero de pajilla pintado de aluminio, arrancó la hoja de ese día del almanaque y se dijo, el 30 de septiembre entraría en la Historia.

Y así resultó. La manifestación venía preparándose desde días atrás, y perseguía el objetivo de reivindicar a los estudiantes expulsados de la Universidad por actividad revolucionaria; al tiempo que demandaban la renuncia de Machado. La efervescencia hervía en la sangre de los jóvenes universitarios y llegó el momento, esperado por los sicarios para reprimir.

La manifestación bajó la escalinata y los policías de Machado cargaron violentamente contra todos. En la esquina de San Lázaro e Infanta se produjo una confusión terrible. Pablo de la Torriente Brau, que utilizaba contra los policías como única arma sus puños, cayó gravemente herido en la cabeza. Al ir a auxiliarlo, Marinello fue detenido. Mientras esto sucedía, Rafael Trejo, en Jovellar e Infanta, en corajudo arranque se enredó cuerpo a cuerpo con un policía. Díaz Baldoquín acudió en su ayuda tratando de arrebatarle el arma al verdugo. Sonó una descarga y Felo se derrumbó chorreando de sangre sobre el pavimento regado de casquillos y manifiestos”, relataban para la historia los protagonistas.

Y así pasó Rafael Trejo a la inmortalidad, el joven cubano, universitario, veinteañero, que no pensaba en la comodidad de un hogar de clase media, tranquilo, tocando el piano o saliendo a divertirse con los amigos, pensaba sin embargo, en la Patria envilecida, aquella en la que los de su tiempo no podían ni siquiera estudiar en la universidad si pensaban diferente.

Después, a Rafael Trejo se lo llevaron de aquel rincón para hacerle la arriesgada operación para salvarlo. A mí me pasaron para la cama en donde él había estado, y en la mía pusieron a Isidro Figueroa. El hospital se fue llenando de gente, tan numerosa que hacía huhú… como el mar. Teté Casuso pudo pasar a verme, empujada por el pueblo a la brava, y pronto yo me sentí mejor. Las mujeres, viejas y muchachas, llenaron las salas, y se hacían abrumadoras como abejas, a fuerza de preguntas. Trejo se fue muriendo. Yo lo descubría por el silencio, al que de pronto se le ponía, como un rubí brillante, la palabra ¡Asesinos!, que algún compañero, con cólera incontenida, hacía estallar”.

Así terminaba su relato Pablo De la Torriente Brau. Y desde entonces, aunque no militara formalmente en la izquierda, Felo pasó a ocupar el sitial de los jóvenes valiosos que encumbraron la Patria.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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