Quills, letras prohibidas

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Marat-Sade, dirigida en 1966 por Peter Brook, a partir de la pieza teatral; Marquis, realizada por el belga Henri Xhonneux en 1989; y Sade, superproducción francesa desembarcada en Cannes 2000 para ser despachada por la crítica con cuatro enojosos adjetivos, representan los antecedentes -en el último caso fueron filmaciones prácticamente paralelas- más cercanos en el tratamiento de la famosa figura del marqués de Sade por el cine, antes de Quills, letras prohibidas (2001). Esta versión norteamericana sobre fragmentos de la vida del peculiar personaje histórico, al mando de un director maldito y con un elenco internacional liderado por los tres camaleones Geoffrey Rush, Kate Winslet y Michael Caine, corrió mejor suerte internacional que la gala del mismo año de Benoit Jacquot, aunque también sin menos redobles de los esperados.

Philip Kaufman, realizador objeto de culto debido a parte de su oeuvre, autor de las controversiales La insoportable levedad del ser y Henry y June -un tipo que se las piensa más que Kubrick para filmar- aceptó con efusividad el guión de Doug Wrigth según la puesta en las tablas, al conciliar dos de sus inveteradas banderas de lucha: sexualidad y libertad de expresión. El relato está centrado en los días postreros de Donatien Alphonse Francois, nombre original del señor a quien debemos la plantación del nombre de uno de los -ismos más curiosos de las aberraciones de la psicología sexual: el sadismo, con sus coligados efectos asociativos en la conducta general del individuo presa de la desviación. Estamos en la época en que esta fierecilla, jamás domada, se encuentra recluida, sin la gracia de Napoleón, en el manicomio de Charenton, sitio donde fallecería para 1814.

El quid de la cosa está en observar la pugna del noble libertino por publicar a toda costa sus pasajes eróticos, en contra de la voluntad de las autoridades del gobierno; Coulnier, el director religioso del hospicio y, especialmente, el doctor Royer-Collard, todo un prototipo del autoritarismo, quienes inexitosamente hacen lo imposible por impedirlo. Esta contradicción catalizadora del conflicto dramático opera en un plano simbólico primario -las intenciones discursivas son tan claras como hollywoodiana, a fin de cuentas, resulta la estructura del filme, mal que le duela a desahuciados kaufmanófilos a la espera de otra película rarita- como el triunfo de los condenados de expresión contra los catonianos díctums censores. En El escándalo de Larry Flynt, Milos Forman defendía sin miramiento posible la libertad de expresión, de una manera tan obnubilada que no reparaba en que a quien realmente se apoyaba era al mayor pornógrafo de la nación, a su producción editorial y su curia. El abogado Kaufman toma como lanza a uno de los más grandes hedonistas de los tiempos. En la cinta de Forman la magnitud de la intención no se correspondía con la dimensión humana ni el tipo de expresión del individuo a partir de cuya órbita gravitaba el sujet. Claro que no sucede exactamente otro tanto con el patrón inspirativo aquí, pues si bien a Sade algunos no le han dejado tira sin cuchillada en el pellejo, ha sido en cambio encaramado por iluminadas mentes al cénit de los hombres más geniales y libres de espíritu de la historia. Lo cual tampoco quita para que Quills, letras prohibidas, como aquella otra película, vaya a mecerse en el regazo de una cosmovisión filo primera enmienda constitucional americana, muy en la cuerda del discurso eterno de Hollywood.

Quills, letras prohibidas es mucho más conservadora de lo presumible, atendiendo a tema y director. Se habla muchísimo más de sexo de lo que se practica y, verdaderamente, ni la escenita necrófila con el cadáver de la Madeleine de Kate Winslet ni los garabatos con sangre o mierda del marqués en las paredes impresionan mucho a quienes esperábamos una película más herética y menos etiqueteable. Esta no muy sádica versión de Sade en verdad entretiene, la recorre un humor que bien le sienta, discurre con oficio narrativo y la respaldan los suculentos registros del australiano Rush y la británica Winslet. Mas en Cine unos cuantos logros no aseguran la trascendencia.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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