Que nos recuerden humanos, no depredadores

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Cuba atraviesa en cuanto corre de 2020 a la actualidad uno de sus epi­sodios más difíciles luego del período especial.

Ha sido un contexto donde convergieron la pandemia, devasta­dora en la salud y en la retracción del turismo con su función clave de ingre­sar divisas; el ensañamiento del go­bierno de Trump y la postergación de sus sanciones por la administración siguiente; la inserción y permanencia de la Isla en la tan injustificada como extremadamente dañina lista de “es­tados patrocinadores del terrorismo”; la ocurrencia de eventos meteorológi­cos u otros de alto impacto; el saldo no halagüeño de medidas económicas sin los resultados en pos de los cuales fue­ron concebidas; corrupción; descontrol en grandes entidades económicas; robo de las fuentes madres de recursos; au­mento del burocratismo; una inflación exacerbada y en ocasiones inducida por entes inescrupulosos que lucran o les conviene o siguen un guion…

Todo los anteriores fenómenos, al­gunos por supuesto consecuencias di­rectas de otros, contribuyeron a confi­gurar el actual estado del país, con sus carencias marcadas, limitaciones y la dificultad presente para cada gestión cotidiana, panorama al cual se aña­de, con el ánimo de generar aún más desazón entre la gente, un metódico trabajo concebido y financiado por los servicios de inteligencia y otras agencias de los Estados Unidos, con la colaboración de “cubanos” que di­cen querer la “libertad” de su país, pero que firman cartas y piden públi­camente contra este intervenciones militares, o agreden y se ponen en contra de sus propios hermanos, cual sucedió en el encuentro del Clásico de Beisbol entre Cuba y EE.UU., algo que nunca había ocurrido a extremos tales, en ninguna parte ni en ningún momento de la historia.

Los próceres de este país, sus gran­des pensadores, fuesen de raíz cris­tiana o no, fuesen socialistas o no, nos enseñaron a amar al prójimo, a ser justos y solidarios. La propia pré­dica de la Revolución, a lo interno e igual a lo externo, se afianzó siem­pre en ese principio esencial para la especie. En varias ocasiones, el Pre­sidente cubano ha convocado a que prevalezca la sensibilidad, la ética y el respeto entre las personas.

El país que nuestros nietos precisa­rían recordar no debe ser este actual donde cubanos maltratan o abusan de cubanos en hoteles u otras enti­dades estatales; no es este en el cual privados del sector gastronómico, del transporte u otros esquilman a sus propios hermanos.

En el manual táctico operativo de la CIA para cambiar regímenes desafectos figura engendrar la polarización y el odio entre connacionales. Puede que en la situación nacional quizá no pesen tanto las técnicas de Langley como la falta de opciones, el desabasteci­miento y las limitaciones de distintos servicios, pero el caso es que cuanto se aprecia a veces en las calles dista mucho de esa convivencia entre her­manos por la que siempre apostamos en nuestro proceso social.

Quien se encuentra en una posi­ción de poder (en este caso posesor del recurso equis) no solo atropella mediante el gravamen colocado a su oferta determinada o su calidad, sino además en su forma de proponerla: sin amabilidad, disposición, buen ánimo. Prima, por el contrario, el tra­to hosco, la hostilidad, malas mane­ras que se expresan desde la ausencia de contacto visual hasta la no expli­cación a preguntas o demandas de los clientes…

Pero no solo se manifiesta en ese tipo de relaciones. Opera además en ya casi cada uno de los escenarios en los cuales se desenvuelve el ciudada­no. Resulta dolorosa la poca o nula sensibilidad de muchos para ayudar a otros, para sensibilizarse con sus problemas, en instituciones, oficinas de trámite, organismos…

Entorpecer y no solucionar parecie­ra ser la palabra de orden de no pocos de quienes pudieran aligerar cargas, propiciar soluciones.

Entregar algo, sin esperar retribu­ción o compensación, también es un atributo básico que se está diluyendo dentro de esta cotidianidad tan líqui­da como amoral, donde a veces los procesos de interacción se conciben como un acto de compraventa.

Ese no es el cubano soñado por Ca­ballero y Martí. Los problemas eco­nómicos (o ni tanto en ciertos casos, porque muchos de quienes maltratan son los que más poder económico o de otro género poseen) no son, no pueden ser, la justificación para el desdén, el abuso, la inhumanidad o la insolencia para con nosotros mismos.

Nuestros nietos no pueden ni deben recordarnos como depredadores, sino como los seres humanos solidarios, honestos, dispuestos a mantenernos del lado correcto de la ética que toda­vía somos buena parte de los cubanos, aunque lamentablemente otros tantos piensen y se proyecten socialmente de un modo bien distinto.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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