Producción en serie

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“El pobre de derecha es el producto mejor elaborado del capitalismo”, sentencia una de las imágenes con texto que circulan en las redes sociales y se conocen por “memes”. Tal vez dichas palabras fueran de la autoría de algún importante intelectual, aunque no se le diera crédito en la foto.
Como somos lo que vemos, según asegura el académico canadiense Marshall McLuhan, el proceso de fabricación inicia cuando los muy ocupados padres sientan al niño frente al televisor a ver los dibujos animados, en su mayoría de factura norteamericana; porque Disney, por ejemplo, cada día adquiere mayor especialización en el arte de transmitir mensajes ocultos en sus filmes.

Llegó la adolescencia. Él y sus amigos, millennials todos (personas nacidas entre 1980 y 2000), tienen los aditamentos necesarios para convertir sus habitaciones en verdaderas fortalezas. Interactúa vía Internet con personas del mundo entero que, como él, no salen de las cuatro paredes que lo protegen ¿o aprisionan? Para compartir ideas, se vale de las redes sociales, plataformas que sustituyen la interacción física por la electrónica.

A propósito de la degradación del lenguaje por el uso de las nuevas tecnologías, ya en la primera mitad del siglo XX, el escritor George Orwell había previsto una sociedad que atentaría constantemente contra la riqueza de este, para de esa forma mutilar la inteligencia humana. “¿No te das cuenta de que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento? A la larga conseguiremos que cometer un crimen de pensamiento resulte literalmente imposible porque no habrá palabras con las que expresarlo”, dice el también autor de Rebelión en la granja, a través de uno de los personajes de su novela distópica 1984.

Después vienen los videojuegos: la primera misión de una de las entregas de Call of Dutty (La llamada del deber) consiste en asesinar al líder histórico de la Revolución cubana en Bahía de Cochinos a través del personaje protagónico de Alex Mason, aunque la representación animada del expresidente de nuestro país logre escapar de la “mano justiciera” del avatar —que, fácilmente, podría manejar cualquier joven— y entrega a Mason a la Unión Soviética para que lo pongan a trabajar en un Gulag durante dos años.

Ya aquel infante trabaja: es adulto. Poco a poco, se han dedicado a construir otro mundo a su alrededor, un mundo sencillo, donde todo es blanco y negro, un mundo fácil de entender, y él se cree más inteligente que su vecino, el presidente del CDR, que llega tarde a la casa porque se la pasa trabajando, lee el periódico Granma y no se costea el Paquete por no necesitarlo.

Las mismas víctimas reniegan de la existencia del trabajo ideológico, orquestado por parte de aquellos que detentan el poder económico y político y lo emplean en aras de mantener su hegemonía respecto a los dominados. Algunos bromean y tildan de paranoicos a quienes critican o alertan al respecto. Otros se percatan del problema, pero se mantienen impasibles. Ese, precisamente, es el objetivo.

El imperialismo cultural se explica hoy como un círculo vicioso, una mentira dulce y adictiva. Por desgracia, para muchos resulta preferible flotar en un río malintencionado por las cataratas de los “dueños del universo”, a la acción cada día menos valorada de nadar a contracorriente.

*Estudiante de Periodismo.

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Miguel Ángel Castiñeira García

Estudiante de Periodismo de la UCLV

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