Por favor, un pesito

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¿“Vale todo” en este juego de obtener beneficios de nuestros visitantes extranjeros? ¿Hasta poner nuestra dignidad en tela de juicio? Los turistas son ya una parte de la realidad cienfueguera. La ciudad los recibe, le muestra todas sus bondades, los acoge, esencialmente porque sabe que, a la larga, su presencia se traduce en ganancias para la economía territorial y, por supuesto, doméstica.

El canje de dinero por bienes y servicios no es la única forma para agenciarse ingresos: “pedir” a los extranjeros resulta otra de las prácticas, para algunos devenida en forma de sustento. Sin distinciones de edad o de género (ancianos, mujeres, adolescentes, niños), visitan escenarios como el parque Martí, el bulevar de San Fernando y el corredor de Santa Isabel y, valiéndose de variadísimas artes, obtienen monedas, ropa, comida, aseo,… cualquier objeto potencialmente comerciable.

Son popularmente conocidos como “pedigüeños”, un concepto definido por la Real Academia de la Lengua Española como: “que pide con frecuencia e importunidad”. La agresividad, vale aclarar, no es una característica común en ellos; aunque se ha manifestado en determinadas circunstancias.

Establecimientos (estatales y no estatales) ubicados en su rango de acción, como cafeterías, hoteles, puntos de venta o restaurantes, suelen afectarse con su presencia; pues ante la cercanía, la primera reacción del turista es el temor y, por supuesto, apartarse del lugar. No solo ellos, pues los propios cubanos preferimos bajar la mirada y cambiar el rumbo ante el “¿No tienes un pesito que me regales?”.

Me gusta pensar que, detrás de cada uno de esos actos, siempre hay una explicación convincente, una discapacidad física o mental, o quizás una familia disfuncional.

Para quienes permanecen en los alrededores de la plaza principal, donde el asedio al turismo es la conducta negativa más frecuente, los pedigüeños afectan y afean la imagen de la ciudad a nivel internacional, máxime en esta zona, expresión de la vida política, económica, social y cultural del territorio. No en vano un trabajador de la rama hotelera comentaba “cuando suben al avión y regresan a su país, no importa si fueron a un solo lugar, esa es la opinión que se llevarán de toda Cuba”.

La recomendación de Cienfuegos como uno de los principales destinos turísticos, publicado en el diario norteamericano The Boston Globe, fue halagadora, pero las opiniones adversas sobre este asunto pueden encontrar acogida en disímiles plataformas digitales y resultar, en definitiva, contraproducentes.

Claro, no es esta la única visión del tema; hay quien, desde fuera, aprecia el fenómeno como una manera de “luchar y resolver su problema”; mientras entre los propios pedigüeños, uno me confiesa “yo no le robo a nadie, solo le pido un CUC a los turistas y por eso la policía me quiere llevar preso”.

En materia jurídica, no constituye un delito. Sin embargo, el Código Penal, en su artículo 72, contempla el estado “peligroso” como “la especial proclividad en que se halla una persona para cometer delitos”, entre ellas se identifica la “conducta antisocial”, representada (entre otros) por quien perturbe el orden de la comunidad o viva “como un parásito social, del trabajo ajeno, o explota o practica vicios socialmente reprobables”; es aquí donde se incluyen los pedigüeños.

Más allá del impacto económico o el margen ilegal del problema, el deterioro social existe. Existe en la madre que lleva a su pequeño en brazos, para despertar la sensibilidad y aumentar sus posibilidades de recibir prebendas, y existe también en los niños en el Muelle Real, pidiendo “inocentemente”, sin respetar el horario escolar ni, en ocasiones, el uniforme; ¿dónde están sus padres?, nos preguntamos.

Si, como no es secreto, el salario de los trabajadores es aún insuficiente, ¿significa que iremos a pedirle a quienes, suponemos, tienen más? ¿Es justificable esta posición? Si la mayoría de estas personas, por razones diversas, requieren de ayuda, ¿qué seguimiento se les da? ¿Quiénes tiene la responsabilidad de garantizar sus necesidades básicas? Sin que paguen justos por pecadores, porque también los hay con “edad y salud” para el trabajo.

Intervención policial aparte, el problema requiere sensibilidad, demostrar el principio martiano de “con todos y para el bien de todos” y asegurarles a ellos una vida digna, incluso en instituciones médicas especializadas, si fuera necesario, para que Cienfuegos no muestre ante el mundo una cara tan fea.

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Rosa M. Díaz Hernández

Lic. Periodismo Graduada de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas 2012

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