Polito Ibáñez: “Al aislarnos dentro de un caracol, desdeñamos la espiritualidad”

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De su cuello cuelga una llave. Demasiado pequeña para abrir una casa, demasiado grande para abrir una caja de música. Tiene unas botas que hacen juego con el estuche de su guitarra, empastan con el pelo alborotado de mestizo rebelde. Bebe un sorbo de vino para soltar cuanto trae de La Habana ardiente.

Me imagino que cuando pisas Cienfuegos siempre te preguntan qué significa para Polito Ibáñez el retorno, el volver a su provincia natal. Sin embargo, me gustaría iniciar la entrevista al revés, o sea, qué significó para ti insertarte en La Habana…

“Quería estudiar Oceanología, pero en mi año no vino la carrera, así que repensé las cosas y aposté por actuación en La Habana, no era mi objetivo ser actor, sino familiarizarme con ese medio. Intuía que entrando a ese espacio podía luego desarrollar mi pasión: la música (…) Era más amigo de los músicos del Instituto Superior de Arte (ISA) que de los actores. En los cinco años que estudié allí aprendí muchísimo.

“No le es fácil a uno del interior del país insertarse en ese medio. Tuve la suerte de conocer a personas especiales como Margarita Marciñeira que me vincularon a la Asociación Hermanos Saíz, y a otros que me dieron un espacio en sus conciertos, sin que ello provocara celos o envidias. Así, poco a poco (…) La Habana se convirtió en el espacio físico donde descubrí mi voracidad por la música”.

No obstante, la poesía en sus temas no tiene que ver con esa mega ciudad, sino con la espiritualidad que emana del campo, del batey…

“Tienes mucha razón cuando dices que esa poesía está anclada a mi origen campesino, a la tierra, al piso de mi casa natal (…) Esa amplitud del campo, ese mirar de las estrellas, sobre todo cuando se es niño, ese contraste de oscuros profundos con la luz de una chismosa en medio del bohío… eso te hace ver poesía en todas partes.

“Llegué a La Habana con un nivel cultural muy precario, por debajo de lo bajo, y esa condicionante me compulsó a leer cuanto libro cayó en mis manos, muchos de ellos de poesía. Me comí toda la literatura, no importaba la región ni el estilo del autor. Los dos primeros años fueron para cultivarme”, dice y mira de vez en cuando la noche, en busca de las estrellas, sabe que es la mejor señal para verificar que los chubascos están lejos de espantar su concierto en el evento Al Sur de Mi Mochila.

El autor de éxitos como Números, Perfume de Jazmín y Me muero de ganas ha demostrado autenticidad probada, lleva años defendiendo la canción cubana.

¿El estar vinculado a esa intelectualidad, a peñas literarias, rondas cinematográficas, performances y galerías de arte… resulta un ingrediente indispensable para la creación, para la confrontación de ideas, para la evolución artística?

“Cada tiempo marca una generación. Yo soy del tiempo en que existían las peñas literarias, El Caimán Barbudo, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano (…) Soy del tiempo en que las personas tenían inquietudes increíbles y por eso hoy me pregunto: ¿es que no hay más inquietudes? Soy de la época de las revoluciones sociales en América Latina, la guerra en El Salvador, de los movimientos guerrilleros… ese contexto no está hoy (…) El celular llegó a suplir las joyas, es más importante tenerlo que lucir un collar de perlas. La gente antes iba de camping a los espacios verdes y ponía su mantel sobre la yerba para pasar el día. Hoy no es igual, la gente está muy apegada a la tecnología, a las colas de las telenovelas, a aislarse en su caracol. Esa parte espiritual, medio bucólica, medio nostálgica, ya no está y eso marca los modos de pensar en sociedad, marca a los artistas, y no digo que sean malos, sino que no han tenido la posibilidad incluso pedagógica de vivir cuánto vivimos nosotros”.

Ahora el creador graba su audio, edita su video y luego lo sube a Youtube, a la nube… y ¿eso es arte?

¿Qué es un artista? Primero creo que es una condición, una actitud ante la vida y lo asumes con responsabilidad, o sea asumes el para qué y por qué estás encima de un escenario. (…) Incluso algunos de los reguetoneros o reparteros no quieren llenarse de dinero, solo les place cantar. El asunto es que la formación a la cual les tocó enfrentarse no se parece ni remotamente a la nuestra o a la pasada. No es que están deformados a transculturizados, sino que ellos creen que eso es el arte, eso fue lo que heredaron del efecto que se produjo ante la crisis económica y social de los noventas.  (…) Son muy libres en el sentido que producen todo, sin que medie una disquera. Pero, a veces, maquetan el sonido y las voces en una casa X y, luego, en vivo, ni se parece a lo que oíste grabado. (…) Hay muchos de estos reguetoneros que le han dado un giro de tuercas al concepto del arte y lo han transgredido a tal escala que les hacen daño a la sociedad porque impulsan antivalores”.

¿Crees que hay cubano sin trova?

“Las personas más incultas, las que jamás van a ir a un concierto de Silvio ni van a ir a un teatro, corean y asisten a sus cantatas por los barrios, eso significa que la trova no es un fenómeno incluso tan cubano, ni tan de Silvio, ni tan de Noel… es algo intrínseco a las profundidades de los pueblos, ni tiene país, ni gobierno, ni etiquetas… son los hombres que cogen una guitarra o una victrola y cantan por las calles sobre los motivos de sus vidas”.

De su cuello cuelga una llave. Justa medida para abrir la bóveda de las palabras y cantarlas, cual hombre sincero que vino desde donde crece la palma.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

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