Pasar por la vida dando lustre

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Hoy no les voy a contar una historia de orfandad, ni de una niñez triste que recorrió con el entonces cajón de la miseria el asfalto urbano.

Allí, en la célebre esquina cienfueguera de Argüelles y Gloria una sencilla mujer espera entre el ruido de vehículos y el bullicio aledaño a la cafetería Las Brisas. La silla de limpiabotas es un artefacto de acero que también aguarda en la acera.

Andrea Alemán Cañizares, pasea la vista a 62 años de recuerdos con satisfacción y de forma desenfadada narra sus memorias, como una mujer más, solo que con quehacer sui géneris:

“Aunque este oficio me llegó por un tío de Santa Clara, mis recuerdos infantiles son con mi padre- expresa con ternura- fui única hija y él era mi amigo, mi confidente, el más fiel consentidor”.

Entrada la mañana, la ropa de Andrea está muy limpia, sustentando la dignidad con que cada día se viste para salir a trabajar. No le teme a la soledad ni a las precariedades.

Un cliente la reclama, retorna a su asiento y comienza a cubrir de betún la superficie del calzado. El movimiento es firme y preciso. A medida que el cepillo se desliza sobre el zapato desaparecen la suciedad y las imperfecciones. Las cerdas presionan el betún hacia los poros del cuero. Ya en esta etapa del proceso comienza a intuirse el brillo que busca.

“Usted me ve extraña en esta labor, pues le agrego más, fui la primera mujer que montó moto en Cienfuegos. Eso fue allá por el año 56”.

¿Usted sabía que la actriz María de los Angeles Santana fue también pionera en eso, la primera fémina que montó una Harley-Davidson en Cuba?

“No, no lo sabía, debe haber sido por la misma época, eso ahora me hace sentir más orgullosa- dijo con ademanes graciosos y retomó el inicio de la conversación:

“Mi padre fue muy apegado a mí y él era mecánico, me complacía en todo y me dejó manejar y aprender su trabajo”.

¿Nunca la han molestado o insultado por practicar actividades propias de los hombres?

“Como no, cierta vez cuando era jovencita y debutaba con mi motor por el Prado me gritaron ‘mariamacho’ y me bajé y se lo tiré encima a quien me ofendió. Creo que existe discriminación, pero me sobrepongo a ella”.

De la pata frontal izquierda de la silla desenrolla un trozo largo de tela. La examina y busca un espacio que no haya utilizado. Las manchas de betún forman una progresión ordenada, así que con rapidez encuentra el espacio libre que necesita. Anuda la tela sobre dos dedos de su mano derecha, esparce una capa de betún sobre la superficie y comienza el proceso de pulitura en la superficie del cuero. Continúa perfilando el zapato derecho, que ha adquirido un tenue brillo de seda.

Andrea tiene títulos de mecanógrafa y taquígrafa, pero nunca los ejerció. No solamente ha sido cuentapropista, alternó su vida laboral como custodio en varios centros y hace unos meses se retiró.

¿Desde cuándo empezaste en el trabajo de limpiabotas?

“Mi papá murió en un accidente en el que yo iba, me complació en ir a San Fernando de Camarones a comprarme una moto y al regreso ocurrió la fatalidad. En el año 78 decidí hacer esta labor”.

Andrea continúa con el zapato izquierdo. Al extremo del sillón penden en un nailon, sus papeles en regla.

“Vienen muchos inspectores -comenta- y es muy duro trabajar para tener que pagar multas”.

En su rostro la candidez trasluce honradez y fortaleza, es de esas personas que nos convencen de que la vida es mucho más que lo material, solo bastan los deseos de levantarse cada mañana.

Así narra la solidaridad de sus vecinos, en el número 5002 de la calle 47, son su única familia, el apoyo incondicional cuando su madre enfermó.

Parece meditar por unos momentos, vuelve a esparcir unas gotas de tinta por los dos zapatos, ahora el lustre es de cerámica.

¿Entonces por qué se decidió a ser limpiabotas?

“Porque me apretó el zapato”.

De esta manera continúa su vida esta campechana mujer, desprejuiciada del estigma de que servicio es servilismo y convencida que su género es grandeza y tesón.

Curiosa aceptación de su postura inclinada, la que asume como dádiva de que ver la vida desde el sesgo puede ser una metáfora de reverencia, dilucidada en el reto de dar lustre a la adversidad.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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