Parar en seco y la búsqueda del equilibro perdido

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El ensayo, como género literario, es uno de los más frecuentes dentro de la Didáctica en todo el mundo, utilizado sobre todo para fundamentar y/o sintetizar un tema de interés particular. No obstante, se aleja bastante de los parámetros que lo asemejan a las conocidas tesis en cuanto a su libertad de estilo, voluntad artística y subjetividad, para persuadir a los lectores.

Las figuras de las letras que hoy conocemos por haber sido magnos poetas o novelistas: George Orwell, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, J. R. R. Tolkien o nuestro José Martí, recurrieron también al ensayo para, ante todo, exponer ideas, corrientes, tendencias, demostrando su desarrollo y pertinencia en los contextos vividos por cada uno.

Hoy, al calor del siglo XXI y la debacle ambiental en la cual está sumida la raza humana y el planeta que la cobija, no es raro encontrar a eruditos de las humanidades preocupados por cuestiones ecológicas, cuando esta no es su “área de confort”.

El colombiano William Ospina (Tolima, 1954) es una de esas gratas excepciones que —a juicio del que suscribe—, representa una voz latinoamericana ineludible en el plano ensayístico, insertando en sus textos las cuestiones medioambientales de un modo atractivo, pero contundente.

Estructurado en seis capítulos, la lectura de Parar en seco (2016) —uno de sus últimos libros con estos rasgos—, fluye como si de una novela breve se tratara, pero también inyectada con la atracción escritural del periodista, que desmenuza poco a poco el tema de su reportaje con las fuentes oportunas bajo su  manga.

Las directrices utilizadas por Ospina para explicar el por qué la raza humana llegó al punto de sucumbir ante la tentativa de la depredación, el utilitarismo y los designios de los “gerentes de lo útil” por la dominación de la naturaleza, quedan aclaradas durante el recorrido de los seis pasajes titulados.

Mediante un bosquejo minucioso por los contenidos de “autores luz” del pasado: textos del prosista británico Aldous Huxley, sobre todo The human situation (1977), los alegatos de Friedrich Nietzsche, las investigaciones y ponencias de Alejandro de Humboldt, la filosofía hegeliana, Hölderlin, interpretaciones de Isaac Asimov o Frederik Pohl.

Cuando Humboldt, a mediados del siglo XIX describió la tierra como un organismo viviente, en el que todo depende de todo, en el que no hay movimiento que no tenga su réplica ni fenómeno que aliente su contrario, ya estábamos advertidos de que toda alteración del equilibrio, forzosamente producirá consecuencias”.

El colombiano aboga a la claras, por la búsqueda del equilibrio perdido desde hace centurias, cuando el hombre colocó la razón en función de la voracidad; la producción, el consumo. No obstante, apunta en este sentido que, “no es fácil decir cuándo comenzó el ser humano a ser consciente de sus propios maleficios”.

Sugestivo resulta el capítulo 4, donde expone cómo la desacralización de la imagen de Cristo y de la naturaleza misma, descoyuntó la esencia de la convivencia simbiótica hombre-naturaleza ante la obsesión del primero por el progreso, hasta llegar al punto de inflexión que supuso la revolución industrial:

“(…) pero el hecho fundacional del mito cristiano se había cumplido: la exaltación del hombre como medida de todas las cosas”.

Muchos lectores del trabajo de Ospina arribarán quizás, a las mismas conclusiones: la paroxismal opulencia nuestra frente a los bienes comunes naturales (aire, agua, suelo, vegetación) nos ha metido en el saco de la mercantilización sin retorno.

Aplaudamos también al autor de El país de la canela, quien nos regala una obra en la que expulsa cualquier tecnicismo o rastro de lenguaje encriptado —que solo hincha los pechos de la comunidad científica—, y nos muestra de una manera simbólica, precisa, a la par de alentadora que: “Si queremos sobrevivir, serán el Sol y el viento los principales proveedores de nuestra energía; que del Sol, del que ya brotó nuestra vida, brotarán como un surtidor nuestros sueños y nuestros inventos futuros”.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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