Paranoia

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El título de la colega Tayli Sánchez, del 4 de abril de 2014, me resultó conmovedor. La columna Diálogo directo en aquella ocasión: ¿El cubano aguanta todo lo que le pongan?, refería la problemática del arroz con mala calidad, pero el tratamiento de la interrogante arrojaba el atadero de maltratos que de forma recurrente afronta cualquier ciudadano que llega con quejas hasta nuestra redacción.

Ellos son un medidor de desatenciones cotidianas, por lo que entonces achaco los malos comportamientos actuales a una especie de paranoia desarrollada como respuesta a indisposiciones.

Luego de muchos años de crisis, nos creemos que nada va a alcanzar, que la guagua se nos va, que los funcionarios que contestan nunca tienen la razón y una declaración de violencia es desatada en colas, ómnibus o en el medio dela calle.

El vocablo paranoia está compuesto por el prefijo “para”, traducido como “fuerao alrededor”, y por otro lado el término“nous”, sinónimo de mente. Tal concepto se utiliza en psiquiatría para nombrar el estado de salud mental caracterizado por la existencia de delirios autorreferentes y manías persecutorias.

Karina Marrón González, subdirectora del periódico Granma, expuso recientemente en una intervención televisiva, durantela sección dirigida por el periodista Lázaro Manuel Alonso, que quienes atendemos cartas en las redacciones, constatamos que muchos aquejados acuden por maltratos en otras estructuras, pues más allá de soluciones materiales, las personas necesitan ser escuchadas.

Coincidieron ambos colegas en el descrédito que la desatención ocasiona, devenido inmovilismo social y causante de que muchos problemas planteados dejen de resolverse, porque las personas no bajan a recoger basura, ni participan en nada.

Precisamente, la ciencia esgrime entre los rasgos de la paranoia, la frialdad emocional y hostilidad con el entorno, pero también egocentrismo y autoritarismo.

Las mayores manifestaciones de ese último matiz ocurren en las colas. Entré una mañana al mercado Cartoqui y en cada mostrador había una bronca de multitudes. El producto expendido eran simples galletas dulces…

Pero al día siguiente, entraban a la guagua repleta, ciudadanos con pomos de un litro, llenos, y explicaban: “Leche condensada en Cartoqui, pero casi hay muertos”. Era un sábado, por lo cual intuyo que trasladar productos de la feria hacia esos mercados ha significado mover la violencia hacia ellos.

Mientras termino este comentario, a una de mis sesiones de Atención a la Población de lunes acude Lino Ramón Castillo Guerra, vecino de calle 113, entre 8 y 10, Tulipán: “Ya yo estuve aquí, no ha sido publicada mi queja, pero arreglaron los salideros de 16 y 97 y otros dos de calle 12, sin embargo, ahora hay otros; tampoco recogen la basura; siguen pasando carretoneros con precios exorbitantes”, y me dijo al cierre: “No podemos aguantarlo todo, como un papel”.

Satisfactoriamente, este compañero insistía en el espíritu de lucha con carácter pacífico y ese es el camino. No podemos permitir que las carencias y los malos tiempos lastren la elemental educación cívica.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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