¿Otra “normalidad” para la cultura?

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Sin siquiera entenderlo del todo, aquella noche de marzo fue la última en que viví la cultura como siempre la había vivido: en carne y hueso; desnuda. El estresante tiempo de la pandemia hace que suene a recuerdos lejanos, pero entonces —apenas tres meses atrás— era imposible que imaginase esa realidad surrealista que sobrevino luego apresuradamente. Tras el cierre de instituciones culturales y la cancelación de eventos artísticos, el escenario se dibujó apocalíptico para lo mejor de la creación humana.

Todas las expresiones del arte y la literatura terminaron acorraladas por la azarosa clausura de sus espacios físicos. ¿Cómo pensar la música, el teatro o la danza fuera de los telones y plazas habituales? ¿Cómo sumergirnos en el universo de la pintura sin galerías donde exponer y apreciar las piezas? ¿Cómo decidirnos por el libro o autor preferido con bibliotecas y librerías igualmente cerradas? Fueron incógnitas retadoras que obligaron a la cultura a abandonar sus zonas de confort y reinventarse los modos de llegar al gran público.

Sí, es cierto, ni las bibliotecas virtuales, ni los espectáculos online son novedad en el ámbito de las redes sociales y el mundo digital, pero nunca antes se explotaron tanto las potencialidades de estas plataformas para crear y cautivar. De lo que eran, meras herramientas para la promoción —más sofisticadas e interactivas— mutaron en los sitios donde reecontrarnos otra vez con la obra de artistas y escritores, que de momento creímos apagada.  

Los conciertos en línea de varios músicos, las exposiciones de artistas plásticos en las “galerías” de Facebook e Instagram, la sugerencia y oferta  gratuita de libros en páginas web, las improvisadas peñas de los creadores desde sus casas y la celebración virtual de citas originalmente diseñadas bajo otros esquemas, lograron mantener vivo ese espíritu de innovación, originalidad y autenticidad que define la cultura; en ocasiones, incluso, de manera mucho más honesta, despojada de los discursos ficticios que imponen determinados contextos. En algunos casos, si se quiere, fue como redescubrir al artista en un ambiente de mayor cercanía e intimidad.

Tocados por el aislamiento social al que nos condujo la emergencia sanitaria, el arte y la literatura se inventaron las formas de permanecer a nuestro lado, salvándonos de temores, desesperanzas e incertidumbres. Ellos, músicos, pintores, escritores, bailarines, actores y cronistas, afectados también por esta parálisis, supieron quebrar la frontera del confinamiento al hacer del cosmos digital la vitrina y espacio sustituto de sus presentaciones. Muchas veces suscitadas por interés y gestión indviduales; otras con el respaldo logístico y financiero de instituciones acompañantes.

Esa metamorfosis cultural en las horas difíciles de la Covid-19 es uno de los legados que debiera migrar con nosotros ahora, en el retorno de medio mundo a la vida que abandonó; esto sin dejar de la mano desafíos muy puntuales. Para un segmento amplio de la población fueron y continúan siendo propuestas inaccesibles, al no disponer de dispositivos móviles ni poder sufragarse de ningún modo la conexión a Internet, ante lo cual urge apostar por políticas de mayor inclusión que garanticen el disfrute pleno de las expresiones artísticas. El tránsito que emprendemos pudiera plantearse, para la cultura, como un viaje en dos direcciones: hacia la normalidad que conocimos, y hacia la normalidad que la crisis nos conminó a crear y a seguir explorando.      

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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