“Patas pa’ arriba”, la vida… y ¿quién escucha?

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La rutina de la señora se aferra al mismo quicio de todas sus mañanas, inalterable. Ella sentada en el muro, la bolsa con pan y la misma gente dispersa en la cola, tempranísimo, componen uno de esos retratos que colgamos en la sala de la casa y con el tiempo olvidamos sacudirlo. A la señora y quizás al resto, la vida se les estanque sin notarlo. Por eso cuando fueron restablecidos los vínculos con Estados Unidos, el 17 de diciembre de 2014, ella permaneció allí, sentada. Y ahora, en otro retorno al viejo capítulo, ella continúa allí, inalterable, en el mismo quicio de todas sus mañanas.

¿Quién lo diría? Ni el más pesimista podría atreverse entonces al vaticinio de otra nueva desventura o confrontación en aquellos días en que dos naciones, históricamente enfrentadas, acordaban las paces y el cese de hostilidades en aras de la buena vecindad y el bienestar de sus pueblos, como debió ser siempre por orden natural. Si era difícil imaginarlo, pensar que al cabo de casi tres años una parte de ese gesto se desmoronara porque el presidente es otro y ya está, iba contra el sentido común, y humano. Pero parece verdad que poco de ambos queda en este mundo.

Del deshielo a la nieve, un soplo. En julio de 2015, los gobiernos de Cuba y Estados Unidos reanudaron las relaciones diplomáticas, luego de una ruptura extendida por más de medio siglo. El hecho, lleno de simbolismo para una generación crecida al centro de la disputa, propició tímidos pasos en el afán de normalización, con el arribo de miles de visitantes estadounidenses al país —aunque no en calidad de turistas―, negociaciones bilaterales, la llegada de aerolíneas norteamericanas y el inaudito voto de abstención de EE.UU. contra su propia política de bloqueo económico en la Asamblea General de Naciones Unidas. No era mucho, pero sí algo; una estrella caprichosa en el cielo empedrado.

Apenas dos años después, resulta ciertamente increíble contar otra realidad, como si los sueños, las ambiciones y las expectativas fueran cosa de juego y se hilaran cual marionetas. Lo más triste es que a veces lo son, porque cuando el pasado mes de junio el presidente Donald Trump derogó la directiva presidencial de Obama para la normalización de las relaciones entre ambos países y restauró algunas restricciones, olvidó, por la bravuconería de unos pocos allá, a quienes viven de este lado del mar y pagan con carencias el absurdo de la política.

Volvió a hacerlo recién, bajo la excusa de los ataques acústicos, con el retiro del 60 por ciento de su personal diplomático en La Habana, la expulsión de otros quince cubanos de Washington y la suspensión temporal del otorgamiento de visas. Las embajadas son casi edificios de adorno y cerca de 106 mil ciudadanos de la Isla ven ahora prolongarse el ansiado reencuentro con sus familiares en suelo estadounidense. Procuran —dicen— lo mejor para nosotros, pero ¿será la asfixia la manera idónea de compensar nuestra existencia?

Todavía con el sol inclinándose sobre la mañana, la señora toma asiento en el quicio como todos los días, sin que nada altere su ritual. Guarda el pan en la bolsa y esconde en la mirada el mismo pesar que abruma al resto de los esparcidos a su alrededor. Solo que ella, anciana, se ha resignado a vivir en la histórica discordia junto al cúmulo de escaseces y episodios burocráticos que nos lastiman. Los sucesos del 17 de diciembre y los posteriores, les son tan ajenos como la propia vida al amanecer siguiente: “patas pa’ arriba”…, y ¿quién la escucha?

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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