Ojos bien cerrados: la gran obra final del maestro Kubrick

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Stanley Kubrick transportó en Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), el sustrato básico de una novela escrita en 1926 al Nueva York de fin del siglo XX, y construyó una extraordinaria cinta sobre las circunstancias definitorias de ciertas obsesiones y asedios perturbadores y/o posibilitadores de la estabilidad de pareja. Tan singular, como no se filmaba ninguna desde los días de El inocente, de Luchino Visconti; o El infierno, de Claude Chabrol.

Ojos bien cerrados, la obra final de Kubrick, es un hermoso recordatorio de cómo la elementalidad a veces suele ser la respuesta más factible, y no por facilista, a algunas de las divagaciones existenciales en que los años suelen meter a dos, cuando ambos aun disponen de un cerebro interrogador y un cuerpo reclamante.

Pocas veces el cine había sido tan tajante. Mientras su hija busca peluches en la juguetería, en ese crucial diálogo de cierre el personaje de Nicole Kidman resuelve en un infinitivo lo que necesitan ella y el encarnado por Tom Cruise (su esposo en la historia) para echarle aceite a una relación castigada por la falta de misterio con la cual fustigan costumbre y cotidianidad: “coger”. La palabra más directa, sabrosa, sucia y simple para designar el acto amatorio. Toda una fórmula descomplicatoria con un, en apariencias primario, pero a la larga profundo basamento de dinámica interna matrimonial, sociología, psicología y hasta religión.

Justamente lo maravilloso de esta película estriba en su gran parecido con la vida. Sencilla, pero complicada; entendible, aunque enrevesada; harto difusa en su obviedad.

Solo los genios saben graficar en pantalla los dos carriles sobre los cuales quedan arrielados la existencia y el hecho erótico-sexual. Kubrick lo era. Y en la búsqueda de la línea ecuatorial de dichas convergencias en la cruzada intermitente y bamboleante del deseo en el matrimonio moderno, no solo hallaría la latitud ansiada, sino refrenda (algo ya sabido, pero casi nunca tan bien dicho) que el Santo Grial que llena de sangre a par de corazones ha de encontrarse en el cerebro. El cuerpo depende de las reacciones bioquímicas del encéfalo. De rastreadores de la copa de la vida, el filme dice, pueden servir desde un toque de marihuana hasta una historia real o inventada que espolvoree la llama del deseo mediante uno de sus principales propiciadores, los celos. La Kidman y Cruise se los reciprocarán.

Los personajes centrales de Ojos bien cerrados no son hedonistas, ni epicúreos, ni nihilistas, cual alguna lectura descarriada indicara; tampoco fríos, burgueses aburridos o personas vacuas. Solo perdieron y buscan desesperadamente la fantasía. Así que el último filme del finado Kubrick, de tener una moraleja, sería de alcance universal, y se sumaría, vista en sentido orbicular, al gran reclamo que el arte nos ha hecho a lo largo de la historia de canonizar la fantasía.

El acto de fe de Ojos bien cerrados contra los diablos de la convención, sofoca su hoguera mediante esa reconciliadora llovizna espiritual de fin de batalla que recorre el alma de Cruise, tras su paradójico -por fallido y fecundo- viaje estilo After Hours a la madrugada a causa del sexo, en pos de sexo y con cero sexo. Periplo con advertencia incluida sobre los callejones sin salida de ciertas experiencias extramatrimoniales. No es que Kubrick se infectara de moralina al término de su insuperable carrera, ni que renegase de ideas lanzadas en su propio largometraje o estuviera hablando de un mundo asexual, sino que, familiar y humanista como no se recuerda antes en su ecléctica filmografía, no concibe mejor altar para desposar pasiones que el ámbito de la pareja, al tiempo que reconviene al sexo prohijado por las necesidades (el vendedor de disfraces) o los caprichos (los millonarios de la orgía, célebre ya en la historia del cine) de los hombres de una nueva Roma, cuya sombra decadente agrisa a sus patricios.

Mirada enaltecedora de la vida y las relaciones sentimentales que el maestro decidió compartir con nosotros antes de morir.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “Ojos bien cerrados: la gran obra final del maestro Kubrick

  • el 26 octubre, 2017 a las 2:17 pm
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    Dieguito: esa es la ventaja de no dejarnos influenciar y de escribir según nuestro criterio e instinto: la libertad absoluta. Saludos. Gracias por tu comentario.

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  • el 25 octubre, 2017 a las 3:37 pm
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    Y mira que le han tirado a este filme de Kubrick, considerado lo peor que hizo por un amplio segmento de la crítica….

    Respuesta

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