Oda a las calendas de enero

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 54 segundos

El 31 de diciembre, a las 12:00 de la noche, abrocha otra boca del tiempo; orbitar sobre el Sol es la medida del don cronológico, intrínseco al ser social y esos movimientos imperceptibles de nuestro navío Tierra alrededor del mayor astro durante doce meses, devienen compás de la dialéctica universal.

Google precisa que el año solar actual tiene 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos, y esa es la dimensión desde que en 1582 el papa Gregorio XIII reorganizó el calendario juliano proveniente de los romanos, por considerarlo con algunos desfases; para eso fue asesorado por astrónomos y físicos.

Ya por entonces estaban superados los ciclos anuales de diez meses, por la incorporación del undécimo mes, ianarius, y el duodécimo, februarius. En el año 153 antes de Cristo, por primera vez se trasladó oficialmente el comienzo del año a enero (la primera luna nueva del mes), dando inicio a la cuenta anual actual .

Quedó instaurado en Europa occidental y casi todo el mundo el calendario gregoriano, aunque la consideración popular del año nuevo es un fenómeno cultural, pues coexisten el concepto musulmán, el chino, el judío, y todos siguen las tradiciones religiosas, independientemente de homologaciones oficiales o ajustes astronómicos.

Lo cierto es que el ritmo global es indetenible; 2017, por ejemplo, sobrepasa en un quinquenio el apocalipsis augurado por los mayas para 2012, pues los labios del tiempo no tragaron la vida, por el contrario, en cada lugar del universo surgen constantes soluciones de perpetuidad.

Urge entonces al hombre compensar esa dinámica de desarrollo, pues la contradicción del paradigma científico de modernidad y postmodernidad, con alternativas de sustentabilidad, sitúan un asunto en la palestra: la vulnerabilidad ecológica es la del sujeto, que al actuar sobre la naturaleza, la aparta.

Es preciso cuidar nuestra nave orbital, recordar el mensaje del cacique Seattle a Franklin Pierce (presidente de los EE.UU. en 1855), cuando alegó: “somos una parte de la Tierra, y ella es una parte de nosotros”.

El nacimiento del año el 1ro. de enero en Cuba reviste ribetes legendarios. Basta citar a Eduardo Galeano en su lírico El paso del tiempo, quien retoma la antigüedad: “Seis siglos después de su fundación, Roma decidió que el año empezaría el primer día de enero…

“No hubo más remedio que cambiar la fecha, por razón de guerra.

“…España ardía. La rebelión, que desafiaba el poderío imperial, devoraba miles de legionarios… Largos años duró el alzamiento, hasta que por fin la ciudad de Numancia, la capital de los rebeldes hispanos, fue sitiada, incendiada y arrasada”.

Y explica el escritor que a orillas del río Duero yacen los restos de la aldea  inmolada, un monumento a la resistencia, pues es símbolo desencadenante de las guerras celtibéricas que obligaron a Roma a cambiar el calendario, para dar tiempo a que los cónsules nombrados cada año, destinados a la contienda en Hispania, tuvieran espacio suficiente para trasladarse e iniciar la campaña.

“Casi nada ha quedado de esta ciudad que cambió, para siempre, el calendario universal… Pero a la medianoche de cada 31 de diciembre, cuando alzamos las copas, brindamos por ella, aunque no lo sepamos, para que sigan naciendo los libres y los años”, agrega Galeano.

¿Habrá mejor coincidencia metafórica para la historia de rebeldía cubana en esta efeméride?

Aquí también las calendas de enero marcaron el hito luminoso, peculiar paralelismo de resistencia y redención que signa cada vuelta al astro rey.

Visitas: 68

Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *