No nos quitarán el San Carlos ni un milímetro de acera

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Nada original, falto de ritmo y con actuaciones poco convincentes, se pinta la trama de agresiones del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba. La activación del Título III de la Ley Helms-Burton —obviado durante más de dos décadas por sucesivas administraciones norteamericanas—, supone el reflejo de históricas ambiciones, acentuadas luego del triunfo de la Revolución.

Su pretencioso afán de recuperar las “propiedades estadounidenses” nacionalizadas por el gobierno de la Isla  tras el umbral de 1959, guarda puntos de contactos con otras políticas y estrategias sumadas a la dramaturgia de este diferendo.

La más cercana  en el tiempo concierne al Plan Bush, proclamado por la administración de George W. Bush en agosto de 2004, bajo el nombre de Informe de la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre. No es fácil de olvidar al paso de quince años, dado su abierto y desfachatado interés de “acelerar la transición” en este país.

Aquel documento, como procurara antes el suspenso Título III de la Helms-Burton, aspiraba también “a la devolución a sus antiguos dueños de todas las propiedades, incluidas todas las viviendas de las que millones de familias serían desalojadas, en menos de un año y bajo la supervisión y control del gobierno norteamericano”.

Tales fueron las apreciaciones del escritor y político cubano Ricardo Alarcón de Quesada, al desentrañar esa supuesta “Asistencia a una Cuba Libre” que advertía, en la implementación del Título III,  la posibilidad de coartar la entrada de recursos e ingresos a la nación caribeña. Por ello el énfasis en que le fuera ofrecido al Presidente un análisis “completo, riguroso y detallado” para determinar si procedía o no su aplicación.

Era preciso —dictaba el Plan Bush— “desalentar las inversiones en propiedades confiscadas cubanas reclamadas por nacionales de los EE.UU.”. Es la misma fórmula con la que hoy intentan espantar a los empresarios extranjeros interesados en invertir en el archipiélago, a través de demandas que se vuelven casi virales, como la realizada en días recientes contra el emblemático Hotel San Carlos, ubicado en el Centro Histórico de la ciudad Cienfuegos.

Incluso, las manifiestas restricciones a las remesas y viajes a Cuba —anunciadas el pasado mes de abril por el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton—, se conectan con medidas similares establecidas en el Plan Bush, las cuales generaron entonces un profundo malestar en la comunidad cubanoamericana, especialmente por los daños a los vínculos familiares.

Si hacemos el recuento, muy poco de lo instrumentado en la escalada de ataques a la Mayor de las Antillas, resulta nuevo. Son, en su mayoría, viejas e inútiles recetas, de probada ineficacia para el sueño yanqui de destruir el proyecto revolucionario cubano, y disfrutar de la fruta madura, una vez precipitada al suelo. Ni nos van a quitar el hotel San Carlos ni nada, ni siquiera un milímetro de acera a los cubanos. Lo curioso es esa obstinación infantil del Tío Sam de querer aplicar fórmulas sin éxito, a sabiendas de su rechazo a nivel internacional y del efecto a la larga: la consolidación ideológica de una Revolución Socialista a solo 90 millas de sus costas.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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