No hay hermandad en el Gran Hermano

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Los principales medios europeos daban cuenta durante la semana en curso del incidente racista de turno del Gran Hermano, sucesos muy comunes estos, por cierto, en el mencionado y otros reality shows como Survivor y varios más que se transmiten ya en casi todo el planeta.

En la más reciente edición del Celebrity Big Brother, o Gran Hermano de los Famosos -donde este año concursan, entre otros, el actor Dirk Benedict, el músico Jermaine Jackson y la ex cantante de S Club 7, Jo O’Meara- debieron expulsar a la participante inglesa Jade Goody.

La Goody arremetió sin misericordia ante las cámaras contra la estrella de cine hindú Shilpa Shetty, burlándose de su acento, así como de las costumbres y estilos de vida de su país.

El rechazo fue casi unánime, pese a ser norma común en la llamada Televisión Realidad actos de semejante cariz. John Sentamu, el primer arzobispo negro de los Estados Unidos, dijo que el espacio mostró una “fea debilidad en una sociedad que parece siempre lista a acusar al extranjero”.

Tres años atrás, MBC, canal de televisión árabe, tuvo que terminar intempestivamente la versión local del programita de personas que conviven durante determinado tiempo en un espacio común de una manera muy competitiva, debido a las protestas de musulmanes ofendidos en sus creencias.

En su obra de culto The Ticklish Subject: The Absent Centre of Political Ontology, el filósofo Slavoj Zizek, echa luz sobre tales manifestaciones, al sostener que “el racismo actual es el racismo de la diferencia cultural”.

Pese a que subsistan, ¡y cómo!, los otros tipos de expresión de esta lacra humana, en realidad en los tiempos que corren tiende a conferírsele preeminencia a la supuesta jerarquía de cierta cultura por arriba de otra. Cultura que, se sabe, es herramienta política de dominación.

Al humillar Jade Goody a Shilpa Sheety estaba sucediendo sencillamente esto.

Pero el racismo no se remite únicamente a la televisión, el cine, las decisiones xenófobas de los grandes centros de poder (léase muros, leyes…), también llega al ciberespacio. Incluso a sus menos pensados sitios, como Second Life.

Cerca de tres millones de personas (el 90 por ciento anglosajones) ha creado ya un doble digital para vivir una segunda vida en el universo virtual de Second Life, como otras 120 disponen de un espacio personal en MySpace, que conforma la mayor red social digital del mundo.

Y resulta que a Second Life ha llevado su demagogia filorracista el ultraderechista político francés Jean-Marie Le Pen. El líder del Frente Nacional inauguró una sede de su partido en Second Life el pasado 5 de diciembre, para promover su ideario fascista y sus aspiraciones presidenciales.

Sin embargo, no todos los habitantes de esta suerte de planeta paralelo virtual le han dado la bienvenida al nuevo inquilino. Ya las pancartas en contra del hombrecillo, a quien le han encasquetado un bigotico hitleraznariano, se hacen ver en las calles de París.

Algunos residentes de Second Life reclamaron a la empresa estadounidense Linden Lab, creadora de esta idea digital, que lo expulsen. Cosa que los de Linden, algo diferente no cabía esperar, no se han apurado en hacer.

Racismo y xenofobia en estado puro se encuentran también en los vídeojuegos de guerra desde que surgieron hace treinta años, preñados de códigos y referentes que señalan a los poderes políticos imperiales como los principales promotores de semejantes preceptos.

Lo que la Goody hizo con la Shetty es lo que Albión hizo con el Indostán; lo que ve cada día; lo que el clon Blair hace en Iraq contra los “sucios árabes”. Nada extraños, pues, sus insultos a la estrella asiática.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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