Ni para la última afeitada… a veces

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Ya sabemos que el cubano está entre los mayores dicharacheros del mundo. La herencia hispana nos dotó, tal vez, del verbo desenfadado a la hora de apelar al refranero popular, y no pocas veces en expresar con gracejo criollo, y por cosecha propia, los más disparatados y ocurrentes dislates y construcciones léxicas de tono hilarante o picante.

“El cubano se burla de él mismo, si es preciso, por tal de sacar a su interlocutor una sonrisa”, es frecuente escuchar. A veces no tenemos límite y nos burlamos o recurrimos hasta el tema de la muerte con tal de un buen chiste. De ese humor negro es aquello de que “le queda solo una afeitada”, a quien está a punto de expirar.

Y traigo a colación el tema tras la “pérdida” muy frecuente o no llegada, para ser más preciso, a la red de comercio, recaudadora o no de divisas, de esos artefactos que sirven para rasurarse la cara o cualquier otra parte del cuerpo, como se ha puesto en boga en los últimos tiempos, sobre todo por parte de jóvenes de ambos sexos.

Hacía buen tiempo que no se encontraban ofertas de ningún tipo de máquinas de afeitar desechables, ni cuchillas de repuesto de cuatro o más hojas. Lo más lamentable resulta que quien adquirió uno de esos artilugios de piezas intercambiables, bastante caras por cierto, está embarcado, para decirlo en buen cubano, pues solo dispone del mango.

Pero…siempre hay un pero… como repite el personaje encarnado por Omar Franco, Ruperto, en el popular programa televisivo humorístico Vivir del cuento, los revendedores las tienen “a pululu”, aunque no sean de la mejor calidad, es verdad ¿Quiénes se la suministran y de dónde salen? ¡Vaya a usted a saber! Lo que si queda claro es que ese tipo de artículo no es posible fabricarlo de manera artesanal.

Afeitarse forma parte de los hábitos de aseo personal. Luego, soy del criterio que tan necesario es disponer de una navajita, en cualquiera de sus formas, como del jabón o la pasta dental. Y que yo sepa, todavía no se ha inventado cómo eliminar la barba sin el uso de esos objetos, ya los tradicionales o sus parientes más sofisticados: las máquinas eléctricas.

¿De quién es la responsabilidad de las carencias cuando se pierden en el mercado y demoran tiempo en aparecer, de los compradores o de los suministradores? ¿No se tiene en cuenta la demanda sistemática de la población en un producto de primera necesidad como este?

Una encuesta entre dependientes de tiendas de las diferentes cadenas comerciales arroja la desconcertante respuesta de desconocer los motivos de la a veces prolongada ausencia de la oferta. En su mayoría se limitan a la simple expresión: “Ah, hace tiempo no tenemos y no sabemos el porqué”.

Aunque resulte macabro el percance, resulta triste pensar que, llegado el momento, puede que ni para la última afeitada sea posible disponer de la susodicha maquinita de afeitar.

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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