Náufragos

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La fumigación obligó a salir corriendo de la oficina como si fuéramos literalmente mosquitos a la fuga. Sin otra opción, le propuse a la entrevistada tomar café en El Rápido del Bulevar, allí sentadas podríamos hablar mejor.

Cuando los vasos plásticos ya tenían en su interior el líquido, nos dirigimos a una mesa alejada del tumulto. La conversación retomó el ritmo, mientras el azúcar caía en ráfaga sobre el expresso.

No habían pasado ni  cinco minutos y una “abuelita” nos interrumpió. “Mi niña tendrá un completo, es que mi mamá está encamada, y ya se me acabó la cuota. No tengo ni para darle una sopa…”. ¿Cuánto le hace falta?, le respondimos casi a coro. “50 centavos en CUC, después alguien me completa”, dijo con la voz apagada, casi de ultratumba. Le creímos y rastreamos en nuestras carteras proletarias hasta completar el menudo. Se alejó deseando los mejores días y mucha salud, mucha salud.

La grabadora volvió a prenderse. El portaminas garabateó sobre la agenda y la historia continuó. El primer buche de café llegó a la boca, pero ya su sabor no era igual con la imagen de la abuelita que no se iba de la mente.

Dio tiempo a hacerle unas dos preguntas a la interlocutora, cuando otra persona nos interrumpió: “Soy La gitana. Y las cartas me dicen que usted, la del vestido blanco, tendrá un porvenir dichoso en el mundo de las letras. También…, pero le digo más, si me ayuda con 5 pesitos”. No hubiese tenido dudas de sus conexiones con otros universos si tales revelaciones se refiriesen a quien escribe, como es lógico, no por lo del porvenir, sino por lo del mundo de las letras. Sin embargo, a quien apuntó era profesora de Matemáticas en una secundaria básica. Ante las caras impávidas de las “acosadas”, La gitana decidió tirar su última carta: “Me hace falta para el desayuno…”. Y allá volvimos a reunir los 5 pesitos para salir, entre otras cosas, de tan mal trance.

El café que quedaba se enfrió y ninguna de las dos lo volvió a tocar. La grabadora marcó otro 0.00 para retomar la historia en definitiva. Probablemente La gitana no había salido por la puerta cuando otro señor con un aspecto ignominioso comenzó a pedir mesa por mesa unas monedas para calmar su sed de refresco.

Por supuesto, llegó hasta la más alejada del tumulto. Nos dijo una pequeña poesía, mientras su fétido olor inundaba la existencia. “Por favor, unas monedas a este señor que vive en Camarones y de allá vengo a pie hasta aquí. Tengo sed”. Está vez las carteras se abrieron más rápido, los pesos aparecieron y su mano se fue ni se sabe con cuántas. No podíamos resistir ni un minuto aquel olor a hombre que hace mucho tiempo olvidó el horario del baño.

La agenda se cerró. Dimos por terminada la sección de entrevista y no puede dejar de pensar en qué momento las cosas cambiaron tanto como para que existan personas, sobre todo de la tercera edad, pidiendo en las calles, bares, parques, centros recreativos. Se suponía que nunca llegáramos a esto, aun cuando reconocemos que algunos de ellos lo han tomado como modo de vida.

La Constitución de la República de Cuba, en su artículo 3, del capítulo IV, referido a la Familia, establece que “los padres tienen el deber de dar alimentos a sus hijos y asistirlos en la defensa de sus legítimos intereses”, pero a los hijos solo les deja “la obligación de respetar y ayudar” a sus progenitores, aunque no especifica en qué consiste esa ayuda.

A pesar de la cobertura de salud y seguridad social que promueve el sistema social cubano, se requieren políticas más específicas y efectivas hacia grupos y personas que demandan mayor amparo. Igual un aumento de las pensiones a jubilados por el Estado, quienes en su mayoría trabajaron 30 o 40 años y ahora apenas les alcanza para cubrir sus necesidades básicas. Muchas cosas pueden ir mal, mas el tema de la atención a los de la tercera edad no parece solucionarse con las reformas económicas. Ellos sí tienen prisa.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

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