Náufragos en el alcohol

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Luis* es un Robinson Crusoe de estos tiempos. A sus 23 años, su barco naufragó en una isla sin posibilidades de futuro: el alcohol.

“Al verme separado de mis seres queridos (mamá fue a cumplir una misión internacionalista), quedé solo, y fui acogido por una familia, amistades. Pero debido a la soledad, me sentía mal y busqué refugio en la bebida. Las personas con las que convivía, tomaban, y eso se convirtió en un hábito diario.

“Con el alcohol conseguía evadir las horas. Era un día menos que pasaba y, por un momento, creía ser feliz. Y cuando vine a ver, estaba inmerso en un mundo tóxico: dejé de practicar deportes, perdí a mis amigos; me hallé encerrado en un círculo en el que todo se le subordinaba”.

Como muchos, comenzó con traguitos de cortesía, en los que nunca percibió otra intención, más allá del gesto de “compartir”. Fue así hasta convertirlo en algo cotidiano, y descubrirse superado por los deseos de beber con frecuencia y en mayor cantidad, sin reparar entonces en los perjuicios.

“A mis seres queridos, a los que me rodeaban, llegué a amenazarlos. No consumé el acto, pero pudo ocurrir. Y eso, atentar contra las personas que quiero, fue de las cosas que me hizo detener. Me dije: ‘algo está fallando, vas por mal camino, y antes que se agudice, debes cambiar el rumbo'”.

CIFRAS EN UN TRAGO

La historia de este joven posiblemente se parezca a otras tantas que navegan al interior de los hogares en Cuba, donde el 5 por ciento de sus habitantes están identificados como dependientes alcohólicos, según los criterios diagnósticos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

No obstante, un informe reciente del organismo internacional sitúa a la Isla entre las primeras diez naciones de América Latina en el consumo per cápita de alcohol. Ello sustenta el hecho, preocupante, de que más del 45 por ciento de la población mayor de 15 años consuma ese tipo de bebidas, de acuerdo con datos de la Unidad Nacional de Promoción de Salud y Prevención de Enfermedades.

Al registrarse en la región central el mayor porcentaje de su ingesta (53 por ciento), la realidad de Cienfuegos no dista mucho de las cifras globales que marcan al archipiélago.

María Magdalena Caro Mantilla, especialista del Servicio de Deshabituación a las Drogas, del Hospital Psiquiátrico, aseguró que el grupo de los dependientes alcohólicos en la provincia representa —como en el país— el 5 por ciento de sus residentes, cerca de 20 mil 385 cienfuegueros.

“Sin embargo, existe otro 10 por ciento que aún no podemos considerar alcohólicos, pero tienen problemas al beber. Se embriagan y causan daños en sus casas, actúan de manera violenta. No son de los que amanecen temblando, aunque su forma de ingerir sí es perjudicial. A eso le llamamos consumo nocivo de alcohol: los modos de beber que se apartan del consumo social, con cautela”.

Aun cuando los números no parecen alarmantes, la doctora insiste en tomarlos muy en cuenta al tratarse de un problema de salud. “Somos seres sociales y no vivimos solos en el mundo, afirmó. Hablamos de un individuo que pertenece a un hogar, a una comunidad y a un entorno, que también sufren las consecuencias del alcoholismo”.

La profesora Caridad Casanova Rodríguez, vicedecana de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Cienfuegos, observa el fenómeno como resultado de una conducta imitativa, en la que influyen los distintos grupos e instituciones que rodean al sujeto alcohólico.

“El contexto puede constituirse en una norma social a la que responder por sus niveles de exigencias, lo cual no significa que sea la generalidad, advirtió. El hijo del alcohólico no tiene por qué serlo, pero sí es más vulnerable. Por eso valoramos la influencia de los determinantes sociales, aunque tampoco los asumimos como única y absoluta tendencia.

“Otra serie de elementos —señaló— promueven el incremento del alcoholismo. Se dice, por ejemplo, que en una fiesta o actividad recreativa no puede faltar la bebida. Y ahí entran las políticas públicas y culturales; escritas y establecidas, no así reguladas ni controladas”.

¿TRANQUILO, YO CONTROLO?

Juan Carlos Alonso Sánchez era un adolescente de 14 años cuando decidió ahogar sus penas en el alcohol. Hoy tiene 51 y trabaja como ingeniero mecánico en la Empresa de Asistencia y Servicios. Fue allí donde le propusieron rehabilitarse ante los visibles síntomas de su deterioro.

“Llegué a beber hasta en el horario laboral, por esa razón entré a la terapia. Tuve pérdida de memoria, las relaciones familiares decayeron, mi esposa se sentía mal, y dejé de alimentarme bien. Mi desespero por beber rebasó los límites”. Él no lo sabía entonces, pero estaba enfermo.

Para la psiquiatra Caro Mantilla está claro que se trata de un padecimiento como cualquier otro, pese a tener características muy específicas y peculiares. “Se define a una persona como alcohólica —dijo— cuando ha perdido el control sobre el alcohol, o sea: bebe fuera de las normas sociales, y lo incluye en casi todos los momentos de su vida con disímiles pretextos.

“Su consumo excesivo afecta tanto el metabolismo del individuo, que al faltarle por horas, comienza a temblar, experimenta ansiedad, irritabilidad, dolores diversos, trastornos del sueño. Ello lo impele a buscar cada vez más la bebida, con un razonamiento de moda: ‘tranquilo, que yo controlo’; la eterna ilusión de los adictos”.

Los criterios médicos coinciden en que se trata de una enfermedad crónica, lenta, progresiva y mortal, con la singularidad de evolucionar de manera insidiosa en los sujetos, sin que logren percibir la trampa que les tiende el alcohol.

“Es, a fin de cuentas, una droga, apuntó Caro Mantilla. Una sustancia con la capacidad de esclavizarnos, pues actúa en un sitio de nuestro cerebro que genera dependencia, y expone a las personas a su consumo continuo e insaciable. Y, al ser legal, podemos considerarla como la peor de todas, porque existe acceso franco y abierto a ella en cualquier lugar”.

Los efectos de su ingestión desmesurada no solo se visibilizan en el ámbito social, sino en el estado físico y psíquico del bebedor. Así lo refieren varios estudios, al subrayar su significativa carga de morbilidad, asociada al desarrollo de alrededor de 200 enfermedades y lesiones. Las estadísticas en Cuba lo reflejan: en 2016 se reportaron en el país unas 505 defunciones por trastornos mentales debido al consumo de alcohol.

CARTAS DEL MOMENTO

Una garantía en la asistencia a los dependientes alcohólicos reside en el sistema sanitario estructurado para tales fines. El médico de la familia, el psiquiatra del área de Salud, el Servicio de Deshabituación a las Drogas y el Hospital Provincial conforman un régimen de atención consolidado a lo largo de décadas.

Zeida Horta Martínez, del municipio de Abreus, conoce las interioridades de ese programa, pues hace tres años le ayudaron a salir a flote cuando casi tocó fondo. “La bebida me comenzó a hacer daño, cambié el carácter, empecé a comportarme de forma agresiva, mis hijos me rechazaron. Yo misma decidí entonces que no podía seguir tomando. Llamé a mi hija y le pedí ayuda. Recuerdo que le dije: ‘no puedo más'”.

Como ella, son muchos los pacientes que concurren a las terapias del Servicio de Deshabituación o a los grupos de ayuda mutua existentes en la comunidad. Si bien algunos acuden por decisión propia, en la mayoría de los casos lo hacen a través de la familia.

“Si el enfermo está intoxicado de alcohol, corresponde primero la fase de desintoxicación, la cual puede extenderse de 20 a 30 días, y transcurrir de manera ambulatoria u hospitalizada, bajo tratamiento y observación médicos, apuntó Caro Mantilla.

“Luego de esa etapa —agregó la doctora— viene la deshabituación, que consiste en hacerle comprender al sujeto sobre su padecimiento, e infundirle ganas y motivos para que viva sin alcohol. Es como ‘resetear’ el disco duro de una computadora. Son personas acostumbradas durante años al consumo de esta droga, y, por lo tanto, les ha resultado hasta agradable”.

De seis a ocho semanas, los pacientes se sumergen en el aprendizaje e implementación de un estilo de vida diferente, tras el cual no pocos encuentran, por primera vez, la felicidad. “No todos lo consiguen, pero uno solo que rehabilitemos —destacó la psiquiatra—, es un hijo que vuelve a seguir el ejemplo de sus padres, una esposa o esposo que recupera a su pareja, una familia que retorna a la armonía, y vuelve a aportar socialmente”.

Luis lo entiende al paso de varias consultas. “El primer día me convencí de que esto no era para mí, y después quedé sorprendido, porque te ayudan y enseñan, confesó. Ahora me siento libre, sin depender del alcohol ni para ir a una fiesta, ni para hallarme cómodo. He notado el cambio al lanzarme a lo que Joan Manuel Serrat escribió en una de sus canciones: ‘juega las cartas que te da el momento, mañana es solo un adverbio de tiempo'”.

“En mi casa la transformación ha sido total: con mis hijos, la unión, el respeto, la consideración; todo maravilloso, comentó Zeida. No soy la misma de antes. Y desearía que nadie pasara por algo tan desagradable y feo, porque cuando uno se dedica al alcohol, deja de ser persona. Para el resto del mundo eres una borracha. Por eso les digo a los jóvenes que, en lugar de bebidas, compren ‘mentaplús’ y refrescos”.

Para Casanova Rodríguez, el alcoholismo —insiste— demanda regulación y control. “Necesita de la participación de las diferentes instancias (sociales e institucionales), en aras de contener un fenómeno extensivo, incluso, a edades cada vez más tempranas, pues representa la puerta de entrada para cualquier otro tipo de droga. Por el alcohol se comienza, sin saber a dónde llegar…”.

*Este testimonio fue dado en condición de anonimato, por lo que solo el nombre del entrevistado es ficticio.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

3 Comentarios en “Náufragos en el alcohol

  • el 14 junio, 2019 a las 11:50 am
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    pero si no tomamos medidas drásticas, este fenómeno alcanzará niveles estratosféricos difíciles de salvar. NINGÚN NIÑO DEBE CONSUMIR DROGAS; debería estar penado por la ley que la consuman. Cada cual tendrá su criterio, pero es necesario una sociedad mejor, con valores que se han perdido. Hay masturbadores en cualquier sitio, bocinas con ruido; peleas en una cola, el sálvese quien pueda; indolencia; poca solidaridad. En fin, y más.

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  • el 14 junio, 2019 a las 11:41 am
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    ¿De dónde las sacan? Debería estar prohibido bajo pena de sanción para tiendas, bares, cafeterías y particulares. Así como debería estar prohibido beber en la calle: que se beba en una bar o en la casa. Entonces lo ven como lo más natural del mundo; y pasar el estado de embriaguez en cualquier acera tirado es un cuadro que pudiera resultar gracioso para algunos, cuando creo que la policía debiera recoegerlo, llevarlo a un hospital o la celda. Lo último parece un tanto radical…

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  • el 14 junio, 2019 a las 11:33 am
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    Saludos. Sí, es una tema sensible el alcoholismo, por el deterioro a la salud que causa y a la sociedad, afectando al individuo como ser biopsicosocial. Ahora, la sociedad debe tomar medidas. Ya algunas se están implementando, como la prohibición a menores de edad de deambular luego de las 12 de la noche. También creo que se debería prohibir el consumo de sustancias tóxicas a este grupo etáreo. Sí, seguro muchos dirán que está prohibido en centros estatales; pero aún así las consumen. (continúa)

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