Narciso López y la Conspiración de Cienfuegos

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 54 segundos

Día de San Juan y Cienfuegos, tales fueron las coordenadas tiempo-espacio del plan de alzamiento del general español de origen venezolano Narciso López contra el gobierno colonial bajo el mando del capitán general de la isla de Cuba, Federico Roncali.

Falló aquel 24 de junio de 1848 el mecanismo de relojería que todo acto conspirativo precisa y esta villa perdió la oportunidad en la misma lista de los altares patrióticos precursores que conformaron luego Cárdenas, La Demajagua, Yara, Bayamo y Guáimaro.

Resulta en extremo llamativo el hecho de los numerosos nombres recibidos por la fallida conspiración. A saber: de Cienfuegos, lugar escogido para el pronunciamiento; de Trinidad, donde fue descubierta por las autoridades; de Manicaragua, jurisdicción en la cual López tenía fijada su residencia; de las Cinco Villas, a causa de agrupar a comprometidos de todo el Departamento, y de la Mina de la Rosa Cubana, el más reconocido por la historiografía.

En la relación de la toponimia de la conspiración aludida por José Antonio García Castañeda en el texto Narciso López. Su vida y su época precisa que el último identificaba a uno de los pozos de la mina de hierro explotada entonces en la jurisdicción de San Fernando de Camarones por el jefe del levantamiento, por diversas razones aplazado para mediados de julio siguiente.

También el fracasado complot iba a pasar a diferentes libros de historia con el auxilio del santoral al uso, Felipe, Narciso, Pedro y Fernando, indistintamente, además como La Fortuna, seudónimo paradójico por sus resultados.

Entre los apoyos cienfuegueros para la frustrada rebelión sanjuanera destacaban los del licenciado José Gregorio Díaz de Villegas, abogado y regidor del ayuntamiento, a quien el líder de la revuelta le reservaba el cargo de ayudante de campo. Otros complotados locales eran el licenciado Antonio Guillermo Sánchez, Gabriel Montiel, Rafael Fernández de Castro y el hacendado Juan Bautista Entenza.

El plan concebido para aprovechar las Navidades de San Juan, festividad religiosa de la época durante la cual las autoridades toleraban toda clase de diversiones, contemplaba que el propio general López tomara el Castillo de Jagua, única gran fortaleza militar española en el centro de la isla, mientras Francisco Díaz de Villegas capturaba el cuartel de la villa cienfueguera.

Juan Herrera y Dávila, gobernador de Trinidad, conoció del proyecto levantisco el 4 de julio, al parecer por la delación del padre de quien era el brazo derecho de Narciso en aquella localidad, el hacendado azucarero José María Sánchez Iznaga.

Aprovechó Herrera la estancia allí del comandante Juan Trespalacios, ayudante del capitán general, y lo envió a Cienfuegos para que pusiera en antecedentes a su colega don Ramón María de Labra.

Al día siguiente llegó aquí el emisario a bordo de la goleta Habanera y de la entrevista con el gobernador salieron varias órdenes de detención y un aviso al general López, invitándole a presentarse en Cienfuegos por razones de servicio.

Las peripecias que festonearon la escapada de Narciso López desde la región trinitaria hasta Matanzas, donde disfrazado de marinero tomó el vapor Neptuno rumbo a Estados Unidos, merecen todo un capítulo de la novela de su vida.

A Labra le escribió desde el ingenio La Josefa, en las cercanías de Caunao, y tras recibir su atenta invitación: “Amigo mío: me han entregado su oficio e iré para allá; no tengo aquí otro papel que este y por eso no observo la etiqueta. Su afectísimo q.b.s.m. Narciso López”. Y al portador del mensaje alentó verbalmente: “Vaya usted por ahí y dígale al gobernador que voy enseguida”.

Acto seguido montó en Macepa, el mejor caballo de su anfitrión Juan Díaz de Villegas, yerno de su tío José Gregorio, y de una cabalgata salvó a campo traviesa la distancia de costa a costa que lo separaba de Cárdenas, la misma villa norteña por donde iba a desembarcar con bandera nueva el 19 de mayo de 1850.

Tanto en aquella localidad, donde se hizo afeitar, como en Matanzas, próxima estación de la huida, tuvo la osadía de saludar a sus respectivos gobernadores, Francisco Quintayrós y José Falgueras, respectivamente. Antes de abordar el Neptuno le sobró sangre fría para cenar con Falgueras y su familia.

En noviembre del propio año 1848 el brigadier español Francisco de Velazco instruyó causa a Rafael María de Labra, gobernador de Cienfuegos, por presunta culpabilidad en la fuga de López, como consecuencia de la causa incoada por proyecto de infidencia.

La mina de hierro fue embargada para cubrir el pago de los costes del proceso judicial y el Real Decreto del 28 de agosto de 1848 estableció que “el Mariscal de Campo don Narciso López será dado de baja definitivamente del Ejército por haberse fugado de la isla de Cuba donde se hallaba de cuartel (retiro)”.

Pero el caraqueño era de armas tomar. Literalmente. Y con ellas en la mano iba a regresar dos veces más a la isla.

Al amanecer del primero de septiembre de 1851 aquel militar renegado que durante las guerras carlistas en la metrópoli española había ganado, además de grados en las charreteras, el sobrenombre de La primera lanza del Ejército, dejó su último suspiro en el corbatín del garrote vil instalado en la habanera explanada de La Punta.

Visitas: 19

Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

Un Comentario en “Narciso López y la Conspiración de Cienfuegos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *