Nada: la verdad de unas cartas apócrifas

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Con Nada, el Juan Carlos Cremata de los cortos Diana, Oscuros rinocerontes enjaulados (muy a la moda), y El Encanto, La Época y Fin de Siglo, es consecuente para con su modo de hacer y entender el cine: riesgo, osadía, goce, carnaval; vehículo insuperable de intercomunicación afectiva, emocional, sensorial; conductor inmejorable de las ideas. Con esta película, primer parto en el largometraje, su comunión espiritual con el celuloide, asume rasgos de pacto de alianza, ya el mimo llega al borde y el arrullo se hace táctil -tanto que literalmente lo raya, lo pinta, y eso bien que se palpa en la grumosa cinta. ¡Si hablaran esos cuartos de edición y postproducción en Madrid y París, cuántas más cosas dirían de la relación casi filial entre realizador y negativo!

Aquí, el placer de filmar la imagen queda luego trasfundido a la expresión de ésta, en un próvido festín de galanura visual e imaginería narrativa. En su pasión por este arte, a esos años 60 de la pantalla nacional, Manuel Octavio Gómez, los trazos jocosos de las comedias pioneras de Gutiérrez Alea; a su posterior Cartas en el parque y al más para acá Pastor Vega; a Pleasantville, la película norteamericana que como Nada juega con los planteamientos en la incorporación alterna de color al blanco y negro; a la estética desmelenada de los españoles Albacete y Menkes; a Harmony Korine; a corrientes básicas del séptimo arte durante el siglo anterior; a distintos y distantes nombres y obras, más que únicamente rendir homenaje, citar o integrar en forma de pastiche, Nada amalgama casi naturalmente a la diéresis –tales armónicos acoples yérguense como uno de los indicativos de su investidura posmoderna- en efluvio intertextual cuya cadencia desgrana los redobles de la música eterna del cinematógrafo. 

Lo cual acaso podría inducir a creer, siquiera de momento, que la magnitud de la voluntad de estilo sobrepasara la misión preeminente de la voluntad de discurso. Mas, no, pues la hay, e importa tanto cuánto se dice cómo de qué forma se hace. Cremata y su guionista, Manuel Rodríguez, se bajan con una descolocadota, acelerada, extrema, febril puesta al día de esos arraigados enunciados temáticos de la indagación existencial, la búsqueda de uno mismo, la añoranza de la realización personal, las batallas contra la incomprensión, la soledad y la ausencia de amor que el cine cubano ha validado en los rostros de Tulipa, Mario, Lina, Rachel, Diego, Amada, Teresa, Nancy, Julia… Ahora se llama Carla, rumia hastío, desolación y calor en una oficina postal. Sus lazos filiales están en el exterior del país, precisa encontrar una baranda interna para sujetarse. Entre tanto llegue algo a su parecer más definitorio, topará con lo que en definitiva le determinará hallar a la otra subyacente dentro de sí misma, a la ella en hibernación; y con eso completar los fragmentos para explicarse el rompecabezas de sí misma. 

Porque como consecuencia de ese afán de compartir bien y fe en cartas que por apócrifas no dejan de encerrar las verdades más inmensas del hombre -el amor, la esperanza- se reconoce y crece (como crece dramáticamente a lo largo del filme el bien delineado personaje luminosamente compuesto por Thais Valdés) –al punto de que con su actuación extraclase ayuda incluso a disimular, al apoyarlo, la orfandad histriónica de su contraparte amorosa, encargada al vocalista Nassiry Lugo). Y es así que aparece en la veta madre del filme el metal que le cualifica la alquimia, su vital y positivo plus humanista, su entrega de pistas para enfrentar soledades, grisuras, oquedades, limitaciones, limitadores y hasta la fauna vomitada por la época –la administradora de correos encarnada por Daysi Granados, caricatura aparte, encuentra su reflejo consuetudinario en la otra película nuestra del día a día. 

Tamaño alcance, si no cuenta con todo el poder para minimizar, sí al menos resta peso a que Cremata haya puesto a caminar tales intenciones en la madeja cenagosa –por ende, engañosa- de esos exabruptos en el manejo de los tonos y excesos farsescos, en el síndrome de cámara de gas de las atmósferas creadas por buena parte de nuestras más recientes películas, hipérboles injustificables y la mixturación orgiástica de las gradalidades del esquema cómico observado.  

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “Nada: la verdad de unas cartas apócrifas

  • el 5 noviembre, 2017 a las 4:47 pm
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    Coincidimos, compañero. Saludos y feliz domingo.

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  • el 25 octubre, 2017 a las 3:42 pm
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    Eh!!!! Me gusta mucho Nada, para mi por mucho lo mejor de Cremita, digooo, Cremata…. El personaje de Thais conecta muy bien con las últimas generaciones de cubanos, los hijos postmodernos de nuestra Matria etnocentra. Y puede que sea medio farsesca, o farsesca y medio, pero se disfruta el desparpajo. Los personajes más locos del mundo, me encantó Paula Alí, como siempre lo más grande como comediante!!!

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