Muchas series, pocas trascendentes

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Durante 2021 fueron batidos todos los récords históricos de realización de series en EE.UU., el mayor productor mundial de dicho formato televisivo.

El año concluyó con el estreno, allí, de mil 923 materiales de factura nacional, cifra que duplica y hasta triplica los resultados de tres o cuatro lustros atrás, cuando paradójicamente se filmaba mucho menos pero con mayor calidad.

Estas casi dos mil series significan un crecimiento de quinientas en relación con el año 2015, trescientas más en comparación con 2019 y casi cuatrocientas más que en 2020, cuando se registró una discreta retracción, vinculada a las dificultades de rodaje impuestas por la pandemia.

En 2021 aumentaron de forma exponencial las series de no ficción (mil 171), con nuevas plataformas especializadas para difundirlas como Discovery +; de manera discreta las dramáticas (484) y algo más las de animación (84).

Los expertos en este terreno de la industria audiovisual vaticinan que, pese a los notables incrementos productivos, aún no se ha tocado el techo.

Citado por el diario español El País, el analista de medios Gavin Bridge declaró a Variety que “las plataformas están actualmente en una carrera para lograr más suscriptores y satisfacer las expectativas de Wall Street, lo que supondrá más producción original en 2022. (…) No sería una sorpresa que el total de series originales en 2022 supere las 2 mil por primera vez en la historia”.

Con el apogeo de las plataformas de televisión en directo en internet y la expansión de gigantes como Netflix, provisto de una parrilla de contenido propio realmente alucinante en ángulos numéricos, resultan comprensibles los niveles de producción de los cuales estamos hablando aquí.

Ahora bien, el punto no estriba tanto en cuánto se filma; sino qué se filma y cuánta trascendencia tiene.

Lejanos ahora los años más próvidos de la llamada edad de oro de la televisión, en la actualidad el formato incurre en bucles de iteración que propenden a la oferta de un producto audiovisual sustentado en la explotación ad nauseam de fórmulas descubiertas hace mucho y probadas hasta la saciedad.

Se extraña hoy día la frescura e inventiva, también la garra y la fuerza dramática de los relatos televisivos, de aquellos tiempos ígneos de la HBO y AMC, ese período de entresiglos e incluso de la primera década del XXI, cuando en los Estados Unidos se fraguaba la mejor teleficción del planeta, con perdón de los incondicionales de la británica BBC.

Por supuesto que en la nación del norte siguen irrumpiendo en la pantalla chica -o no tanto ya con televisores que alcanzan o superan las cien pulgadas-, series adictivas, rodadas profesionalmente, bien interpretadas, para todos los targets o tipos de público; o placeres culpables a los cuales ni los espectadores más exigentes renuncian. Y lo afirma, con cabal conocimiento de causa, quien consume toneladas de estas al año: malas, regulares, buenas y óptimas, del género que fueren. Aunque, a fuer de sinceros, de esas óptimas casi no se hacen.

Buenas, sí, hubo unas cuantas durante el calendario que cerró ayer, de las cuales este columnista consignaría entre sus preferencias a las siguientes: Succession, Secretos de un matrimonio y Mare of Easttown (las tres pertenecientes a la, en términos de calidad, todavía imbatible cadena HBO); y Misa de medianoche, La asistenta y Supongamos que Nueva York es una ciudad (todas de Netflix). Son títulos que sobresalieron sobre el resto de la media; si bien tampoco constituyen, en ningún caso, obras de la categoría de Mad Men, Los Soprano o Breaking Bad. Mucho me temo que aquellos tiempos inigualables de la teleficción no serán reeditados, por más que frisen o rebasen las dos mil series anuales.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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