Misión en Marte: De Palma se atasca en el espacio

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Sinceramente, después que Tim Burton cogió para sus cosas a las películas de marcianos a través de su sardónica Mars attacks, no pensé que los grandes estudios se atrevieran tan pronto a rodar una superproducción relacionada con el planeta rojo, como: Misión a Marte (1999), del invaticinable Brian De Palma. 

De Palma es como un niño chiquito, nunca sabes con lo que se va a aparecer. Ha hecho lo suyo con unos cuantos géneros clásicos del cine. Le faltaba hasta aquí la ciencia-ficción que ahora acomete mediante este filme irregular, de momentos de profunda plasticidad y expresividad visuales, aunque en conjunto machacón y con tendencia a ir hacia el fondo como un hombre en el agua con un yunque amarrado. 

El yunque de Misión a Marte es su primitivismo intelectual; su orfandad de elementos originales de cierta dignidad; esos diálogos contracinematográficos que parecen indicar que en Cine no existen otros recursos narrativos para la yuxtaposición de la idea y la imagen, para cambiar de situación, para dar molde a las figuras. El diálogo, al respecto, es muy importante, mas no vital ni único. Las escenas iniciales de la fiesta previa al viaje planetario son desastrosas en este sentido. Parecen parlamentos de una película pornográfica, por lo sosos. Por añadidura, esta zona inicial es un panal de miel, el guión entristece demás a Gary Sinise, el cosmonauta que no puede ir a Marte de pareja estelar de la nave con su mujer, porque ella enfermó de cáncer; el compositor Ennio Morricone por detrás quiere aguarnos los ojos; el cosmonauta negro casi se echa a llorar porque su amigo, o mejor su ídolo blanco, Gary Sinise no llega a la despedida, y entre tanto se pone a hablar con su hijito que está deprimido encaramado en el palomar…, en fin.  Hay, de contra,  tanta parrillada americana cinematográfica en tales secuencias que te parece estar ante un refrito de otros refritos. 

Llegamos al Cosmos. Y viene lo mejor y lo peor de la película. La tormenta de tierra provocada por la fuerza extraterrestre ante la cercanía de los intrusos es técnicamente fabulosa. Aquellas escenas de la tierra que se movía en onda en Código, flecha rota o El pacificador son nada en comparación con lo que los efectos especiales hacen ahora con la arena. Hay que verlo. A causa de esto, mueren algunos cosmonautas, menos el pobre negro que se queda durante muchísimos años vegetando en el invernadero de la nave porque los marcianos lo dejan para que intente desentrañar su misterio. Sus neuronas no le darán para tanto -nos plantea abiertamente el relato-, y cuando consiguen llegar allí algunos de los astronautas en misión de rescate, darán progresivamente con el enigma. En el despeje tendrá gran influencia Sinise, a quien el guión del filme favorece en tiempo en escena y fuerza dramática (De Palma le dio ya un rol preponderante en el subvalorado thriller Ojos de serpiente).  

Desentrañado todo, resultará que hace cien millones de años, tras la separación de los continentes, los marcianos plantaron la Tierra y ellos son nosotros y nosotros somos ellos, aunque los marcianos de De Palma sigan sin parecerse en nada a los terrícolas y continúen semejándose a los marcianos de siempre que tanto nos asustaran en las películas de los cincuentas, y que en la película de Tim Burton carbonizaran la palomita de paz del ejército americano. Aunque aquí de buenos se pasan, y las muertes del comienzo deben perdonársele porque estaban en plan de inspección, del mismo modo que los incursores terrestres. Ese marciano guía de museo que patéticamente describe su historia del mundo ante los cosmonautas es antológico por la dualidad en que se enmarca su presencia: secuencias plásticamente superiores, perfecta utilización de la luz y el color, sensibilidad en el empleo de los efectos…, pero la cara de angustia del anfitrión constituye un atentado a la concepción formal de estos bellos momentos.  

Otra de las escenas cumbres del filme es la de la pérdida de Tim Robbins en el espacio exterior. A De Palma le queda tan bien como su helicóptero detrás del tren en el túnel del canal de La Mancha en la Misión: Imposible original.  En ratos semejantes es cuando demuestra que aunque suela perderse, representa uno de los maestros indiscutibles del cine norteamericano en el manejo de la tensión narrativa. Lástima que en Misión a Marte solo haya sido a ratos. 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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