Mejor llama a Saúl y La guerra y la paz

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Para rematar la falta de visión, gracias a la ignorancia de los programadores se pone en pantalla ahora Mejor llama a Saúl (Better Call Saul, AMC, 2015-2016), un spin off (proyecto nacido como extensión de otro anterior, en este caso el personaje del abogado Saúl, curiosa, aunque adyacente figura de la serie madre) de Breaking Bad. Ahora bien, al margen de no ser lo ideal, puede apreciarse sin problemas sin haber visto el antecedente, pues pese a que Saúl haya nacido en aquella, es aquí donde vamos a presenciar la real conformación del personaje desde su protohistoria. Además, Vince Gilligan, el creador de ambos materiales, guarda especial preocupación por establecer un universo propio. Las convergencias solo son apreciables por los conocedores y a veces (las de formas) resultan sutiles, no afecta el sustrato.

Mejor llama a Saúl es una delicatesen, manjar exquisito para el más refinado gusto seriéfilo. A ojos vistas, no estamos aquí frente al gran tablero de Breaking Bad. Esta constituye una obra mucho más de cámara, minimal, con menos meandros narrativos, pero igual de cautivante. Saúl Goodman (Bob Odenkirk, en el papel de su vida) no es todavía en las dos primeras temporadas de la serie transmitida en Cuba el abogado inescrupuloso y cínico en el cual se convertirá. Aún vive en el cuerpo de Jimmy McGill, cree en la inocencia y en conseguir algún sueño gracias a su laboriosidad. Mas, el mundo corporativo de la abogacía es ruin e inclemente. Jimmy deberá convertirse en Saúl y quien reventará de la crisálida no será una mariposa, sino el mejor bastardo a quien llamar en caso de cubrir legalmente una fechoría en el suroeste de EE.UU.

La relación de amor-desamor de él con su hermano Chuck representa uno de los grandes aciertos de un trabajo cuya fortuna mayúscula consiste justo en eso, en su estudio de caracteres, en visibilizar las aporías en lugar de los colores morales definidos, en la observancia del comportamiento humano y cómo las circunstancias pueden contribuir a moldearlo. Lo otro realmente bueno pasa por el rico humor negro, la peculiar parsimonia, el sentido de la elaboración del diálogo (causa-efecto, indagatorio, propositivo), su pinta old fashion relucida desde la cabecera y el personaje de Mike (Jonathan Banks), el “solucionador de problemas” de la serie madre, también explorado en esta suerte de precuela de Gilligan y Peter Gould desde los albores de su identidad.

La guerra y la paz (BBC, 2016), miniserie de seis capítulos igual proyectada en la televisión nacional, resulta el enésimo trasunto audiovisual del opus magno surgido de la bestial genialidad de León Tolstoi. No ha de incurrirse aquí en el huero lugar común de comparar a la serie británica con la fabulosa novela-río del escritor ruso. No tiene caso. Solo valorar, per se, el esfuerzo de los ingleses por establecer una aproximación bien redondeada a su espíritu. Críticos del Reino Unido le censuraron que no hablen en ruso y el continente demasiado sajón. Los rusos por su parte montaron en cólera debido a las —en verdad escasas— escenas de sexo, algo estúpido a estas alturas. Konsomolskaia Pravda impugnó una relación incestuosa no aparecida en el clásico. No ha lugar ni para Londres ni para Moscú. Es cierto que en el empaque formal de la serie se advierte el famoso toque “british” y el punto de “qualité” de la BBC. No obstante, no es óbice, sino incluso diría que hasta elemento casi indispensable en este caso en pos de consumar tal acercamiento académico a un material literario ante el cual precisa mantenerse sumo cuidado.

En la línea de cuidado y respeto de las producciones históricas de la BBC, la mesura del creador Andrew Davies no debe interpretarse como pacatería o miedo, sino como prudencia. En realidad, le va bien, adaptando cuando adapta. Las versiones televisivas de La guerra y la paz devienen proposiciones a leer esa excelsitud de la literatura publicada en 1869; imposible pedirles más. La de marras, expedita y eficaz en su gestión narrativa, es puente de aproximación al universo tolstoiano. Cumple su función, pésele a tirios y troyanos.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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