Media naranja

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¡Oye, Mongo, dile a la nueva puta, a esa Caridad, que esta noche vengo a tomarme unas cervezas con ella!”, dijo el corpulento moreno enfundado en el traje de sargento de la Guardia Rural, mientras transpiraba la lascivia de sus pensamientos.

La pretensión del sicario batistiano muy pronto llegó a los oídos de la supuesta meretriz. Cuando lo supo, un escalofrío la sacudió de pies a cabeza. Lo primero que le vino a la mente fue la imagen de su entrañable Israel, el esposo, que sabe Dios en ese momento en qué parajes del Escambray se encontraba.

Al hotelucho de mala muerte había llegado por orientación de los compañeros del Movimiento 26 de Julio. Para mayor seguridad personal tuvo que cambiar su identidad. Aunque le incomodaba, sabía que en el rol de prostituta improvisada le iban dos cosas, la vida y la concreción de su sueño: llegar desde Zaza del Medio, pueblecito donde había ido a parar, hasta las lomas insurgentes.

No podía perder tiempo. Llamó al primer vejigo que tuvo a mano y con una modesta bonificación logró trasmitir un escueto mensaje escrito a su contacto en el pueblo. Mientras esperaba respuesta, recordó los últimos acontecimientos desde que dejó a su pequeña Santi con la abuela en Manacas, para más tarde dirigirse a Cruces donde dejaría a cargo del padrino a Osvaldito, el menor de sus hijos.

En tales pensamientos estaba cuando el mensajero regresó a su cuarto. La orden era tajante, tenía que recoger las pocas pertenencias que llevaba consigo y marcharse a un lugar previamente fijado. Allí, esperar. Con las primeras sombras de la noche la contactaría la persona que la llevaría a sabe Dios qué destino.

 

NACE LA GUERRILLERA MIMÍ

Zobeida Rodríguez, Mimí para sus amigos, a la sazón una trigueña de 28 años, no era mujer de miedo; sin embargo, el tiempo que estuvo en el punto acordado esperando la llegada del guía, la idea de ser descubierta le rondó más de una vez su cabeza. Solo de pensar en el sargento y su apetito de semental le provocaba una rara sensación en el estómago, por demás vacío a esa hora de la noche. Si algo le daba fuerzas era la posibilidad del cercano encuentro con Israel, su esposo, una razón suficiente para desafiar cualquier riesgo.

“Para qué contar las vicisitudes que pasamos para llegar a las estribaciones del Escambray. Por si fuera poco, cuando ya estábamos en la zona de los rebeldes, y esto nunca lo había contado antes a la prensa, la tropa del Directorio 13 de Marzo, específicamente la del luego traidor Rolando Cubela, me retuvo en calidad de prisionera durante once días, hasta que dí con el comandante Faure Chomón y me liberó. Más tarde pude dar con la gente de Víctor Bordón, entre la cual se encontraba mi marido Israel Chávez. ¿El encuentro? Ya pueden imaginárselo cómo fue”, rememora esta singular combatiente a la distancia de 46 años de esos hechos.

En su libro “El nombre de mis ideas”, el periodista José Antonio Fulgueiras relata: “Tal vez algunos pensaron que Bordón no acataría su presencia en aquel colectivo guerrillero, pero…”, según cuenta el propio jefe: ” Vi una mujer que llegaba sola, que había dejado a un niño de meses, que llegaba hasta allí sorteando los obstáculos más difíciles. Conocía de toda su odisea allá abajo y me impresionó su actitud de dejar los hijos e incorporarse a la lucha. Enseguida me percaté que era una compañera valiente. Además, no había mujeres en el campamento (…) Admití su entrada y fui descubriendo después que no era una mujer cualquiera, si no una magnífica combatiente que hoy me llena de orgullo haberla aceptado”.

 

ENFERMERA A LA FUERZA, POR ORDEN DEL CHE

Con órdenes expresas del Comandante en Jefe Fidel Castro, el Che tiene entre sus misiones asumir, a nombre del Movimiento 26 de Julio, el mando de todas las fuerzas revolucionarias de la provincia de Las Villas. Con este motivo establece su campamento en Los Algarrobos, en pleno Escambray.

Impuesto de las divergencias intestinas que existían entre las principales fuerzas rebeldes establecidas en el macizo montañoso (Directorio 13 de Marzo, la tropa del 26 de Julio al mando de Víctor Bordón y el Segundo Frente a cargo de Eloy Gutiérrez Menollo, cuyas fechorías se conocen bastante) el jefe de la Columna Invasora Ciro Redondo manda a buscar a Bordón para aclarar la posición de su gente, al tiempo que le comunica la decisión de que todos deben subordinarse al mando bajo su jefatura.

Aquel primer encuentro lo relata la propia Mimí en el libro “El nombre de mis ideas”: “Cuando recibí la noticia de que el Che había llegado, me dije: Ahora sí se puso bueno esto. Saqué esa conclusión porque si él venía de una invasión no podía venir desarmado. Nos ordenaron que fuéramos a su encuentro en Las Piñas. Partí muy contenta para allá. Yo era una guinea caminando. Siempre iba delante de la tropa, porque como era la única mujer, si me daban deseos de orinar, me daba tiempo antes que llegaran los demás.

“Al llegar allí sentí un dolor en mi alma cuando vi, en el secadero de café, a aquellos invasores todos ripiados, con sus partes afuera, destrozados. Entonces vi a Rogelio Acevedo, lampiño y con el pelo largo, y me dije: Menos mal, viene una mujer. Pero, qué va, era un macho remacho. Allí nadie sabía que yo era una mujer, pues era muy delgada y me recogía el pelo para atrás. Esa noche me cortaron hasta la hamaca”.

En tales circunstancias fue que el Che se percató de la presencia de Mimí en la guerrilla, y de que mantenía relaciones con un oficial de la tropa de Bordón.

Zobeida ordena sus ideas y recuerda:

“Mandó a buscar a Chávez, quizás pensando que yo era algo así como una amante y le preguntó que si él andaba conmigo, y a la respuesta de que yo era su esposa, exclamó: ¿Cómo? ¡La señora suya!

“Según lo que me contó después mi marido, el rostro enseguida le cambió y le dijo: ‘Por el momento ella va a desempeñarse como enfermera, de ayudante, luego veremos’.

“Así fue que casi a la fuerza, empecé a desempeñarme en ese oficio en la manigua, bajo las órdenes del médico de la Invasión, Oscar Fernández Mell. Por el momento tuve que dejar a un lado mis deseos de combatir.

“A partir de ese momento el Che me bautizó para siempre como Media Naranja”.

 

LA GUERRILLERA DEL LLANO

No siempre la nostalgia viene de mano de la tristeza; evocar es vivir. Esa pudiera ser para cualquier filósofo popular una divisa de calle. O tal vez la letra de una tango o un bolero más o menos memorable. Por eso no es de extrañar que hace unos días, cuando Mimí acariciara con su vista los contornos verde-grisáceos de la cordillera de Guamuhaya, con cierto orgullo afirmara:

“En esas montañas pasé seis meses de mi vida, entre los rigores de la guerrillera, el amor de mi gente y de mi marido, y hasta las severas consecuencias de chistes machistas”.

Una nueva etapa se abría para Zobeida y la gente de Víctor Bordón desde la llegada de la Columna invasora. A partir de entonces los combatientes se fundían en un solo haz bajo el mando el comandante argentino. Al ataque del cuartel de Güinía de Miranda, le seguiría luego la toma del puesto militar de Banao.

El Che sostenía que el fusil había que ganarlo, arrebatándoselo al enemigo. Bajo este presupuesto Mimí se preguntaba: “¿Y cómo me lo voy a ganar, inyectando, curando o bañando heridos?”. Por eso, cuando sus compañeros de guerrilla marcharon rumbo a Fomento para tomar el enclave militar, convenció a unos cuantos de la tropa que habían quedado con ella para que la acompañaran hasta ese pueblo. El combate duró tres días, pero al final la rendición de los guardias propició que Zobeida se hiciera de un fusil Garand.

Como de costumbre, el jefe de la Columna invasora requisó todo el armamento ocupado. Cuando llegó a ella y la vio con su arma le preguntó, visiblemente molesto, cómo se la había agenciado. El Che catalogó la osadía de libretazo e indisciplina grave, por lo que ella, abochornada, comenzó a llorar a “moco tendido”. Al verla en ese estado él le dijo: “Levanta la cabeza, Media Naranja, que eres una encojonada, y el fusil te lo ganaste”.

A partir de ese momento fue una combatiente más en la escuadra del teniente Chávez, a quien le habían asignado una de las ametralladoras calibre 30 ocupadas en la acción, la mejor arma de que ahora disponía la gente de Bordón. Vendrían luego los combates de Cabaiguán y Guayos y la toma del puente de la Trinchera. Más tarde participan en la liberación de varios pueblos de la actual provincia de Cienfuegos, hasta que reciben la orden de marchar para Santo Domingo, con la encomienda de apoderarse del puente sobre el río Sagua, en manos del Ejército de la tiranía. Era ese un objetivo de importancia estratégica para impedir los refuerzos a la ciudad de Santa Clara, asediada entonces por el Che.

Mimí seguía a la tropa en aquellas difíciles y escabrosas misiones, anteponiendo siempre sus condiciones revolucionarias a las debilidades físicas de mujer. Ella era, por así decirlo, un fuerte acicate para la columna rebelde en los momentos más tensos y peligrosos.

En los breves descansos del acontecer guerrillero no fueron pocas las veces que Mimí se detuvo a repasar sus obligaciones de madre. En esos momentos el corazón se le debatía entre dos aguas. No pocas lágrimas tuvo que tragar en silencio cuando le venían a su mente las imágenes de sus hijos. Sin embargo, aunque pareciera paradójico, a ellos también recurría para justificar a la madre ausente. Si ella estaba allí, alejada de ellos, era para ofrecerles un mundo mejor, a los suyos y a los demás niños cubanos. Por eso era que luchaba.

 

DE REGRESO A LA TIERRA

La imagen que guardo de pequeño sobre Mimí es la de aquella muchacha atrevida y jaranera a más no poder. La recuerdo con sus negras trenzas a los hombros, la sonrisa siempre a flor de labios en preludio de una inminente broma o travesura.

Sin que nadie se percatara, cierta vez alarmó al barrio cuando salió con una “barriga” a punto de estallar. Fue tan ingeniosa la idea que pocos se dieron cuenta en esos momentos de que la maternidad llevaba su tiempo. Por eso muchos corrieron ante los gritos de “la madre a punto de parir”, para socorrerla en el parto. Así de bromista fue siempre.

Por eso nadie se sorprendió cuando un buen día, entre suspicacias y secretas complicidades, fue corriendo de boca en boca la noticia en el pueblo de que Mimí se había ido tras su marido para las lomas del Escambray. Las mujeres más conservadoras pusieron el grito en el cielo por aquello de los consabidos prejuicios de la época; tampoco faltaron superfluas emperifolladas que la criticaran injustamente…, pero en el fondo, en el corazón de los manaquenses de ambos sexos, prevaleció la admiración y el orgullo de contar con una coterránea de esa estirpe.

Cuando en los albores de la Revolución, en una tarde noche huérfana de electricidad, Mimí y sus compañeros de guerrilla arribaron a Manacas, escasearon los espacios vacíos para presenciar la marcha de la heroína local y el resto de los peludos rebeldes del pueblo.

Cuántos sentimientos se debatieron entonces entre los pobladores. Yo veía en aquella menuda figura enfundada en su raído traje verde olivo, con los crespos apiñados bajo un negro sombrero, a la amazona de a pie, que venía junto a su esposo y el resto de los combatientes a realizar los sueños infantiles de los protagonistas de aventuras radiales en un pueblo de campo.

La victoria era incierta todavía. En Santa Clara el Che ultimaba detalles para la toma de la ciudad, acción de la cual no se sabía con exactitud qué tiempo podía demorar. La orden indiscutible dada a los hombres de Bordón era una sola: por la carretera Central no puede pasar ningún refuerzo a la urbe asediada.

En Manacas, como en otros puntos cercanos del territorio, se adoptaban las medidas pertinentes para contrarrestar la ofensiva batistiana en su marcha por la única vía de acceso. La noticia de que un fuerte convoy del Ejército, con sus tanques e infantería y apoyado por la aviación iba rumbo a Santa Clara, movilizó a todas las fuerzas rebeldes de la zona, que formaron barricadas en varios sitios de la carretera. Una y otra vez martillaba la orden: no pueden pasar.

Recuerdo que como medida de seguridad, los niños, ancianos y mujeres de mi barrio fuimos a parar al templo Adventista del Séptimo Día, una sólida construcción del pueblo.

Ha prevalecido en el tiempo el relato de que Mimí, fusil en mano y parapetada frente a la iglesia, hizo frente al paso de la columna enemiga y al ataque de la aviación para defender a los inocentes que allí estábamos. Según el relato oral trascendido hasta hoy, alguien le pidió a la combatiente que cambiara su posición bajo el argumento de que los aparatos aéreos podrían ubicar la posición y convertirla en blanco de la metralla. Entonces agregan que Mimí, sin replicar, se marchó hasta el parque del pueblo, donde encaramada en una banco continuó fustigando a la aviación de la tiranía.

La historia real fue diferente. Mimí estuvo todo el tiempo junto a su esposo en la primera línea de combate, justo al lado de la logia masónica, a la entrada de la localidad. Pero la versión que ha trascendido fue la idealizada por la gente del pueblo. Hoy, incluso, no son pocos los que se niegan a aceptar el desmentido, como para enardecer aún más su imagen y proteger la leyenda popular tejida en torno a la valerosa hija de ese pueblo.

Unos días después del triunfo de la Revolución, el primer Día de los Reyes Magos verdaderamente para los pobres, se apareció Mimí a Manacas con un “pisicorrre” cargado de juguetes para los pequeñines del barrio donde habían quedado sus hijos con los abuelos el tiempo que estuvo ella alzada.

“Resulta que el día 5 de enero de 1959, en el campamento de la Cabaña, ya mis ojos no podían más de la hinchazón de llorar -recuerda. A todo el que me preguntaba le decía que la causa era por una fuerte gripe. No sé cómo, pero el Che se enteró de mi estado y me mandó a buscar. Para él no tuve secreto y le confesé la verdadera causa: la impotencia de no poder estar con mis hijos el Día de Reyes.

“¡Cuánta no sería mi sorpresa cuando me dijo: ‘¡Media Naranja, toma estos 150 pesos y compra regalos para los niños tuyos y los de todo el barrio!’. ¡Imagínense ustedes, nada menos que 150 pesos en aquella época!”.

 

EL CHE NUNCA MORIRÁ

A primera vista pareciera que esta mujer porta una coraza de acero. Le cuesta, confiesa, exteriorizar sus sentimientos más íntimos.

Sin embargo, para hacer brillar sus pupilas tras la transparencia de una lágrima bastaría solo recordarle la figura del Che.

“Caló demasiado en mi vida, porque fue un hombre fuera de lo común. Tuve el privilegio de conocerlo de cerca, de escuchar su voz, de seguir su ejemplo. Tantas anécdotas guardo de él, que a veces se atropellan mi mente. ¿Una?

“El Che estaba empecinado en ser piloto. Él todo lo que se proponía lo lograba, por su constancia, pero a veces la gente temía un toco su temeridad, y hasta lo esquivaban para no verse involucrados en algunas de aquellas intrépidas aventuras que se le ocurrían. Un día iba yo cruzando con mis dos hijos pequeños por un lado de la pista de aterrizaje. Él estaba junto a la avioneta en la que practicaba los vuelos, creo que presto a salir. Cuando mis hijos lo vieron, quisieron ir donde estaba. Los llevé allí, y para mi sorpresa me invitó a acompañarlo en la incursión aérea que iba a realizar. Le pedí permiso para dejar a los muchachos en algún lugar, pero insistió en que nos acompañaran también. ¡Imagínense ustedes. Al final me resigné!

“Sobrevolamos Casa Blanca y otros sitos cercanos a la Cabaña. Cuando descendimos, por supuesto intactos, pero yo con el corazón en la boca, el Che me acompañó hasta donde estaba Chávez junto a otros compañeros de la Unidad, y le dijo: ‘Mira, aquí tienes a tus vejigos y a tu Media Naranja enteritos. Ah, y se portaron mejor que otros pendejos que yo conozco por aquí’.

“Conocer a este hombre extraordinario que fue el Che y haber estado por un tiempo junto a él es lo más grande que me ha pasado en mi vida -dice con un halo de orgullo en su evocación. Fue un maestro para mí, en lo político y también en lo humano, porque era ejemplo en todo.

“¿Qué cómo lo recuerdo: ¡¡¡VIVO!!!”.

Y sus ojos descubren parte de lo que guarda como un preciado tesoro en su corazón.

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Armando Sáez Chávez

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos, Licenciado en Español y Literatura y Máster en Ciencias de la Educación

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