Máximo Gómez Báez: con Cuba en el corazón

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Registra la historia de Cuba nombres de personas ilustres quienes, no obstante ser naturales de otras tierras, amaron y sirvieron a la Mayor de las Antillas como lo harían los hijos más fieles. Máximo Gómez Báez es uno de ellos. Nacido en Bani, República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836, el insigne revolucionario y jefe militar dejó su impronta en la Isla por cuya independencia combatió con denuedo, y donde falleció el 17 de junio de 1905.

Durante más de 30 años ofreció sus servicios a esta tierra el honorable dominicano. Por su entrega y conducta mereció el título de ciudadano cubano pues “¿quién lo era más de corazón?”, diría el patriota Néstor Carbonell.

Hombre de excepcionales cualidades, Máximo Gómez llegó a ocupar las más altas responsabilidades dentro del Ejército Libertador de Cuba durante las luchas independentistas del siglo XIX. En su tierra natal había alcanzado el grado de capitán al mando de España. Participó, en 1855, en la lucha contra la invasión haitiana a aquél país.

Diez años después, se estableció en Santiago de Cuba con su familia en calidad de comandante del ejército insular. Al poco tiempo solicitó el licenciamiento y se trasladó a la jurisdicción de Bayamo para dedicarse a las faenas agrícolas. Allí constató los horrores de la esclavitud y comenzó a vincularse con los criollos que conspiraban contra el colonialismo español.

"Las revoluciones jamás se pierden cuando encarnan en ellas una idea grande", expresó Máximo Gómez, el Generalísimo. / Foto: Tomada de Internet.
“Las revoluciones jamás se pierden cuando encarnan en ellas una idea grande”, expresó Máximo Gómez, el Generalísimo. / Foto: Tomada de Internet.

“Por mis relaciones con cubanos entré en la conspiración, pero yo fui a la guerra llevado por aquellos recuerdos, a pelear por la libertad del negro esclavo; luego fue mi unión contra lo que puede llamarse esclavitud blanca, y fundí en mi voluntad las dos ideas y a ellas consagré mi vida; pero, a pesar de los años que han pasado, no puedo olvidar que acepté al principio la revolución para buscar en ella la libertad del negro esclavo”, rememoraría el Generalísimo.

Transcurridos cuatro días desde el inicio de la Guerra de los Diez años se sumó a las fuerzas insurrectas. Por sus conocimientos militares recibió el grado de sargento y la misión de instruir a los soldados jóvenes, pero poco más tarde, el 18 de octubre, Carlos Manuel de Céspedes lo ascendió a Mayor General y asignó a las fuerzas del mayor general Donato Mármol.

En esta etapa inicial, correspondió al dominicano organizar al incipiente ejército mambí, carente de conocimientos militares anteriores, y exhortarlo a la disciplina como elemento indispensable para lograr la victoria. Cuando la toma de la ciudad de Bayamo, fue uno de los encargados de defender ese bastión y brilló por la forma en que fustigó a las tropas españolas.

El 4 de noviembre dirigió la primera carga al machete. Con un puñado de hombres simplemente armados con esa herramienta de trabajo, aniquiló en breves minutos dos compañías enemigas. De esa manera otorgaba la primera lección sobre el empleo de la que sería hasta el final de la contienda la más temible arma de los combatientes cubanos.

Durante esa década de bregar en los campos insurrectos libró incontables batallas y descolló como el estratega más dotado y maestro de grandes jefes como Antonio Maceo y Calixto García. Dueño de un pensamiento militar brillante, defendió la concepción de que la guerra en Cuba se ganaría cuando se destruyera la base económica, verdadero sostén del yugo colonial.

Culminada la guerra con el Pacto del Zanjón, Máximo Gómez partió de Cuba muy pobre, tras rechazar tentadoras ofertas de España. Viajó por Jamaica y Honduras hasta establecerse en Montecristi, a donde le llegó la noticia de los preparativos para la nueva etapa de lucha, organizada por José Martí.

Junto al Héroe Nacional rubricó, en aquella ciudad, el Manifiesto que constituyó la piedra angular de la Revolución del ’95. Y con el Maestro arribó a las costas de la Isla para incorporarse a la gesta con el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador.

Así, tornaba en realidad el pensamiento suyo cuando expresó: “Siempre estaré pronto a ocupar mi puesto de combate para la independencia de Cuba, sin otra ambición que obligar a los cubanos a que amen a los míos y me recuerden mañana con cariño…”.

Una vez más brillaron sus dotes militares. Su plan de invasión al occidente de la Isla, ejecutado junto al Lugarteniente General Antonio Maceo, constituye una de las más grandes hazañas de todos los tiempos. Estratega y táctico por excelencia, en ambas guerras fue un general que no conoció la derrota a pesar de comandar un ejército de oficiales y soldados sin instrucción militar anterior y combatir contra la mayor concentración de tropas dispuesta por una potencia colonizadora en América, comandada por experimentados generales y armada con los más modernos pertrechos de la época.

Sumido en profunda frustración tras la ocupación militar norteamericana y la entronización de una república en nada parecida a la soñada por los próceres, Máximo Gómez falleció en La Habana el 17 de junio de 1905.

Maestro de la guerra irregular, la figura de Máximo Gómez estaba signada por cierto magnetismo. De acuerdo con los historiadores, su personalidad se distinguía por una esmerada educación, sencillez y modestia.

Tal fuera su deseo, el Generalísimo permanece en los corazones de los nacidos en esta Isla. Su nombre rutila en la memoria y no solo como aquel guerrero invencible, aquel Aquiles que, al decir de Carbonell, “guió, a sangre y fuego, el ejército desarrapado de los libertadores”, sino también como al auténtico revolucionario que dio muestras de avanzadas ideas sociales, al hombre de profunda sensibilidad, profesante de un amor incontenible hacia las masas hambreadas y explotadas.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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