Martí, la historia y la estrella que alumbra Cuba

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José Martí signó la conferencia que sobre la ética ofreciera recientemente a un grupo de periodistas cubanos el Dr. Eduardo Torres Cuevas, director de la Biblioteca Nacional.      

En esa ocasión en que recorrió nuestra historia para demostrar con sus hechos y personalidades relevantes la evolución de un pensamiento nacional, volvió el historiador una y otra vez al Héroe Nacional.

Empeñado en que reconociéramos e irradiáramos en nuestra prensa el valor de la historia, no como pretérito anquilosado en vitrinas, sino como explicación y sentido del presente y del devenir, —tal como lo es para cada ser humano la ascendencia de sus padres, de sus abuelos—, nos recordó el profesor por qué que Martí alcanzó la estatura de Apóstol de la independencia.

¿Qué lo formó, cuáles fueron las circunstancias que rodearon aquel 28 de enero de 1853 un alumbramiento —en todo el sentido de la palabra— para el futuro de Cuba?

Nació justo el año en que morían desterrados el reformista Domingo del Monte y el primer gran pensador independentista de Cuba, el padre Félix Varela, dos ilustres cubanos.

Latente estaba entonces la experiencia de Haití, la primera guerra de independencia de América Latina que atemorizara a los hacendados criollos, quienes prefirieron mantenerse a la sombra de España por más tiempo que el resto de los países del continente.

Antes, en 1848, fue la oleada revolucionaria “primavera de los pueblos” que estremeció a Europa; después, en 1861, el estallido de la guerra de Secesión en los Estados Unidos que haría triunfar al capitalismo, un sistema más avanzado, y del que pronto se verían los efectos negativos sobre “nuestras tierras de América”.

Fue ésa justamente la misión histórica de la guerra entre el norte y el sur.

Después la agresión a México, la lucha de Benito Juárez, el Benemérito de América, el triunfo de las fuerzas revolucionarias en uno de los capítulos decisivos de la historia, que ejercerían una inmensa influencia en la vida y el pensamiento de José Martí.

1871 trajo la Comuna de París, el primer gobierno proletario del mundo, mientras ya en tierras cubanas el grupo más radical de los nacionalistas en la parte oriental de la isla, había consumado la hazaña fundadora de la nación, haciendo estallar la guerra de independencia contra España el 10 de octubre de 1868.

Tenía Martí 15 años y fue ésa una experiencia forjadora que defendió con su pluma, aunque le costara el presidio político y el temprano destierro.

Al decir del profesor Torres Cuevas, fue ese suceso el que fraguó al Martí anticolonialista tenaz, como la llaga causada por los grilletes y que nunca sanara; y sin esas circunstancias que rodearon sus primeros años, y que supo sagazmente interpretar, hubiera sido otro, diferente al que describiera Jorge Mañach, uno de sus más notables biógrafos: “a aquel hombre no se le agotaba la fe, y era, además, de los que pensaban que la queja era una prostitución del carácter”.

Prefirió Martí elegir. “O Yara o Madrid”, o el sitio donde se produjo el primer estallido mambí, o la urbe colonial, como rezaba su texto juvenil, signarían su destino encauzado por la herencia nacionalista que habían engendrado figuras como el Padre Varela, el poeta José María Heredia o el filósofo José de la Luz y Caballero, y su propio maestro Rafael María de Mendive que le enseñó mucho más que la gramática, le enseñó a entender a su Patria como un “un clarividente que descubría el destino cubano a punto ya de entrar en un nuevo período histórico”, tal cual lo definiera la profesora, crítica y periodista Loló de la Torriente.

En tiempos en que se conmina a la desideologización, a olvidar la historia, Martí nos remite a la semilla, a la raíz de un pensamiento que como la genealogía propia, nos hace hijos de nuestro tiempo de particulares circunstancias que nos conmina a definirnos: ser cubanos, —por conciencia y por voluntad—, porque al decir de Don Fernando Ortiz, no basta con saberse sino que hay que tener la convicción para serlo.

La historia nos da las señas. Inequívoca la martiana, desde su nacimiento hace 164 años.

Porque había luz ya en la nación que emergía, y Martí la tomó nutriendo el espíritu que brotaba de padre oriundo de Valencia y de madre natural de Islas Canarias, aquel espíritu profundamente cubano, cantado por generaciones: “Abrió los ojos el niño./ Y dijo con la mirada/ -¡Madre, yo quiero esa estrella/ Para alumbrar a mi Patria!

Y no importa si los indicios del expediente militar de Don Mariano fuesen confirmados algún día y ubicasen el escenario de su nacimiento fuera de la casa familiar de la calle de Paula. Nadie se atrevería a poner en duda los inspirados versos de la profesora Adelaida Clemente: “Era un enero sin Sol (…) pero al nacer ese niño se abrió la fuente del alba”.

Martí hizo la luz y aún nos convoca.

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