Maritza, mujer ruda de rojo carmín

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La encuentro dentro de un platanal, en plena faena, compartiendo ciencia con sus trabajadores. Por la vestimenta nadie creería que se trata de una mujer que trabaja en el campo: camiseta roja de mangas largas, una gorra, prendas doradas y carmín en los labios. Así se mueve entre los surcos Maritza Díaz Rodríguez, especialista en Agronomía, y que no lo piensa dos veces cuando le inquiero por su edad, aun a sabiendas que es una interrogante prohibida para las mujeres. “43 años muy bien vividos”, me contesta con desenfado.
Es la jefa de la finca Cabezal 25, dice que ella hubiese sido más creativa para nombrarla, pero que cuando asumió ya muchos la conocían así. Pertenece a la Empresa de Cultivos Varios y de Acopio Juraguá. “Tengo ocho trabajadores a mi cargo y atendemos una caballería de tierra. El riego es localizado y da buenos resultados, esperamos producir para cumplir el plan y hasta sobrecumplir. Esta zona siempre fue conocida como la capital del plátano y queremos volver a ganar esa fama.
“A las 5:00 de la mañana ya estoy en pie y a eso de las 6:30 a.m. en el campo, porque hay que aprovechar la jornada antes de que el sol caliente. Vivo en el mismo Juraguá, como a un kilómetro y algo más de la Finca, pero vengo con mi esposo en el tractor, que es transporte y medio de trabajo. Tengo dos hijas, una de 25, enfermera de profesión y mi brazo derecho; y otra de 5. Una tremenda diferencia entre ambas. La primera, en medio de la inexperiencia y la segunda, hija de la madurez”.
Un detalle anuncia que allí “manda” una mujer: a la entrada de cada surco de plátanos o calle, como se le conoce, hay sembrada una planta de jardín, el toque femenino que da alegría y belleza a “Cabezal”. Todo está limpio, sin malas hierbas, organizado y los frutos de la banana auguran un buen “parto” este año, porque los cuidados que la gente de Maritza prodigan a la tierra, así lo anuncian.
“A los hombres no les gusta que los dirija una mujer, mucho menos a los de estos lares, que son guajiros de pura cepa, como esos plátanos que ves, pero no es el caso, lo míos resultan de los buenos y hacemos equipo, somos dos mujeres y el resto hombres, de generaciones distintas, acá cuento con Reymundo, que ya tiene 75 años y le conoce un mundo a la agricultura.
“Soy una mujer como otra cualquiera, me gusta la cocina y en los ratos libres leer, ese el mundo en el que me sumerjo, el de la lectura. Ah, y me arreglo las uñas, nada de andar con ellas llenas de tierra colorá, disfruto ser mujer, tengo una linda familia. Provengo de una prole numerosa de cinco hermanos. El trabajo en el campo es duro, pero a la vez es lindo, nada como ver el fruto de lo que una hace y saber que tiene un fin social. Lo más duro es el sol, no hay protección que valga contra él”.
Maritza me muestra “sus” plátanos, al tiempo que explica todos los cuidados que deben prodigarle, y hasta tomo notas de los tecnicismos agrícolas para pasarlos a mi padre, y mientras lo hace se siente complacida con el trabajo, su vida, una dura y de sacrificios, pero que al llegar a casa en las tardes sabe que de ese fruto parido por la tierra y ayudado con sus manos de uñas color rosa, sale el sustento de la familia y el alimento de otras tantas. Y se acuesta en la noche con un libro y amanece en el surco, sembrando.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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