Mariana

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Este 27 de noviembre se cumplirá el aniversario 125 del fallecimiento de Mariana Grajales, la Madre de la Patria, hecho situado como uno de los momentos principales de la actual primera etapa de la Jornada Conmemorativa Aniversario 60 del Triunfo de la Revolución, la cual nos involucra a todos, bajo la divisa compartida “De Céspedes a Fidel, una sola Revolución”.

Dicen que Mariana era de baja estatura, pero robusta, nerviosa, de rápidos desplazamientos: como si los pasos quisieran alcanzar a las ideas aglomeradas en su mente.

Los dibujos de su rostro la hacen imaginar severa aunque accesible. Esa faz nos la revela como una mujer dueña de una decisión, abocada a cumplirla, si bien no distanciada de la vida y sus placeres cotidianos, que la convierten justamente en eso: vida y no tragedia, aun en medio de la guerra.

Más allá de los años vitales a los que remite la iconografía, todavía se advierte belleza, sensualidad, pasión en la cara de Mariana Grajales.

No necesariamente de mujeres así de magnas nacen hijos excelsos; mas no fue ese el caso de la familia Maceo Grajales: un núcleo filial que acaparó el interés por su connotación política e histórica en el siglo XIX cubano.

Mariana dio a luz a grandes patriotas, esenciales en las guerras de liberación nacional. Inmensa por sí sola, además generó vástagos ilustres a quienes mostró, con su ejemplo personal, cuál es la forma de actuar cuando tu suelo es colonizado, o puede serlo.

A los 125 años de la pérdida de la santiaguera hija de dominicanos, cabe recordar la significación crucial de la educación familiar, colectiva, social, humana: concepto que esta mujer comprendió y llevó tan bien a la práctica.

Ejemplo personal y decálogo vivo de dignidad, gallardía, decoro, justicia, amor a la patria, honradez, entereza, fe, disciplina y fidelidad al empeño, en su actitud se refrenda la verdad cardinal de que solo se consigue lograr el bien en la persona mostrándole el camino del bien.

De emplearse en la —ojalá algún día posible— biografía fílmica de ficción de la heroína esa imagen en la cual, toda optimismo, hace decir a sus hijos de rodillas y frente a un crucifijo de Cristo: “Juremos libertar a la Patria o morir por ella”, contribuiría mejor a la comprensión del sentido ético de nuestro itinerario como nación. El cine cubano tiene una deuda con la progenitora de Antonio, José, Rafael, Miguel, Julio, Tomás y Marcos Maceo Grajales; y de Felipe, Fermín, Manuel y Justo Regüeiferos Grajales, once varones de los cuales solo le quedaban cuatro tras finalizar la epopeya del ’68; a ellos sumada la pérdida de su segundo esposo, a menos de ocho meses de iniciada esa Guerra.

Dicha deuda con la hija de José Grajales y Teresa Coello la comparte igual la Educación actual y nuestros medios de difusión masiva. Todavía, a estas alturas, se hace necesario dar a conocer con más asiduidad, tanto en las escuelas como en los medios, las facetas de esta dama de la manigua insular; no solo a la vera de efemérides señaladas.

No en balde, en evento científico una destacada especialista nacional en el tema consideró que ha sido poco divulgado su papel en la inteligencia mambisa, la creación de hospitales de campaña u otros servicios prestados a la Revolución, algunos de ellos inéditos.

Martí, quien solo puso una palabra en su tumba: “Madre”, ha sido quien de manera más nítida nos la dibujó para la posteridad. Al fallecer en Kingston, en 1893, él escribió en el órgano del Partido Revolucionario Cubano:

“Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible, en la mirada y en el rostro todo, cuando se hablaba de las glorias de ayer, y de las esperanzas de hoy, vio Patria, hace poco tiempo, a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña. Murió en Jamaica, el 27 de noviembre, Mariana Maceo”.

Justo entonces, Antonio le escribe a nuestro Héroe Nacional: “Ella, la madre que acabo de perder, me honra con su memoria de virtuosa matrona, y confirma y aumenta mi deber de combatir por el ideal que era el altar de su consagración divina en este mundo. (…) A ella, pues, debo la consagración de este momento”. Él siempre lo había creído e igual así lo supo su amigo Martí.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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