María Cabrales o la solidaridad en cuerpo y alma

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María Magdalena Cabrales y Fernández no fue solo la mujer de Antonio Maceo; fue mujer de Cuba, mujer incansable, de la eterna lucha.

Este 28 de julio se le recuerda nuevamente a través de su amor, hazañas, su peregrinar y el reencuentro con la Patria, luego de haber hermanado pueblos en otras regiones de América.

Así la evocamos: como una figura que, tras la firma del Pacto del Zanjón y la Protesta de Baraguá, marchó al exilio, pero con un inmenso dolor por dentro de que su patria no fuera tierra liberada.

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En su periplo por zonas del Caribe, específicamente en Kingston, conoce a José Martí, el 12 de octubre de 1892. En los anales quedaron plasmadas unas palabras suyas, evocativas y fraternas cuando dicen que le comentó: “Martí, yo quiero ayudarlo”.

Doce días después, constituyó el Club de señoras y señoritas José Martí en la isla de Jamaica, con el fin de “prestar su débil, pero patriótico concurso a la obra de la independencia patria, adhiriéndose en todo a las Bases y Estatutos del Partido Revolucionario Cubano”.

Pero su peregrinar continuó por diferentes países del área y Centroamérica, incluso hasta los Estados Unidos, luego de la Guerra del 95.

Fue entonces cuando regresó a Cuba y fundó dos clubes revolucionarios: Martí y Hermanas de María Maceo. Luego de la caída de su esposo, permanece otro tiempo en el exterior.

Costa Rica la acoge nuevamente, y otra vez Jamaica en 1899, hasta que retorna a Cuba, a su natal Santiago de Cuba. Allí fungió como directora superintendente del asilo Huérfanos de la Patria, cargo que según sus palabras: “Ha tenido a bien confiarme el Consejo de Veteranos y que he aceptado desinteresadamente con el fin de tener el gusto de seguir prestando todo el servicio que pueda a la pobre patria”.

Así fue, así es recordada, pero quizás no como debiera una heroína encarnecida, con un hondo sentido de la solidaridad, como hasta entonces jamás mostró mujer alguna en la historia de este país.

Quebrantada su salud, en 1905 fallece en la finca San Agustín, propiedad de su familia. Escoltados por 100 jinetes, sus restos mortales se expusieron primeramente en el ayuntamiento de San Luis y luego en la sede del Gobierno Provincial de Santiago de Cuba.

Según la prensa de la época, en toda la ciudad se izó la enseña nacional a media asta y se colocaron cendales de luto en los frontispicios de las casas. Los santiagueros, devotos a su legado, abandonaron las viviendas para situarse a ambos lados de las vías por donde desfiló el cortejo fúnebre: “Una afluencia extraordinaria, colosal, imposible de describir”.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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