Entre el mar, la montaña y un cohete luminoso

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Fueron mayores que el calor las ganas de salir a explorar y estar en contacto con la naturaleza, cuando el sábado 3 de agosto de 2019, dos amigos fueron a echarle una mirada cercana a la línea costera sureste de la provincia de Cienfuegos. 

Como siempre, con mochilas al hombro, casas de campaña y avituallamientos para la aventura de fin de semana, se montaron en la “Yutong” de la ruta Cienfuegos-Trinidad.

Apenas salieron de la terminal a las 12:30 p.m. y ya rodaban por la carretera del Circuito Sur, disfrutando de las bellas vistas que brinda esa popular vía: por la derecha, el litoral enmarañado con pequeñas elevaciones que ocultan algunos sitios de interés local como Boca Ambuila, la ensenada de Guajimico, la hacienda La Vega o la escultura del indio aborigen que se alza cercana al entronque de la Tatagua. Y por el otro costado, el relieve irregular de las cercanas montañas del Macizo de Guamuhaya.

En media hora llegaron al frente de la villa turística: se bajaron y quedó conformado el panorama caluroso de todo el enclave, signado por un caserío, las instalaciones de la villa, el río, un extenso puente de catorce metros de altura, la playa, y una atalaya de color blanco en la distancia. Todo lo anterior compone el cuadro general del Valle de Yaguanabo, perteneciente al municipio de Cumanayagua.

El nombre aborigen designa al cauce de agua dulce que baja de la montaña por 16 kilómetros, desembocando allí mismo, debajo del tramo de carretera colgante que rebasa los 373 metros de largo, resguardando también al conocido balneario cienfueguero. 

Al caminar por encima de la estructura, los dos muchachos pensaron en esa gente que —por estupidez o adrenalina—, en temporada lluviosa se lanza desde las barandas hacia el cauce del río, aunque esté terminantemente prohibido por la autoridad local.

Faro Río Yaguanabo
Faro Río Yaguanabo. /Fotos: del autor

Siguieron desandando hasta el extremo opuesto, por el oeste, y se adentraron en el pequeño Sendero de Valle Iguana; corto recorrido de solo dos kilómetros y medio.

Cero iguanas, obviamente. Pero sí atisbaron un perro siguiendo un rastro y a un puerco negro muy feliz, revolcándose en los huecos cavados por los cientos de cangrejos que allí habitan.

Es una zona de suelo salino, blanquecino, con abundante vegetación de manglar y arbustiva. Fue sorprendente el cambio drástico de la flora al dejar el primer kilómetro, y pasar luego a un vasto palmar que termina en un rústico muelle construido sobre el río, que forma su meandro por allí.

Aquel lugar era fabuloso: una quietud pasmosa en la que solo la brisa y el canto de alguna bijirita adornaban el sonido ambiente.

El calor vespertino y aquel vergel de paz les hizo permanecer tumbados en la yerba casi una hora; cual si estuvieran esperando el arribo de una balsa para llevarlos desde el muelle de madera hasta el corazón de las montañas.

Al regresar, exploraron un poco la costa y se toparon con la escultura del camarón gigante que señala la entrada de la Camaronera Yaguanabo. Adyacente, solo cien metros a la derecha, estaba el misterioso faro blanco de 58 m, que se detecta a kilómetros entre la espesura del mar y las lomas.

yaguanabo cienfuegos
Imagen antigua realizada desde la colina del pueblo. /Foto tomada de Facebook

Más que un faro, les pareció mejor un cohete espacial, triste y suspendido para siempre sobre la maleza. Los dos jóvenes aún conservan las ganas de subir hasta la cima, porque el impenetrable candado que custodiaba la puerta de metal carmesí se los impidió.

De la colina bajaron a la playa e instalaron enseguida la casa de campaña junto al río.

Aquella noche de agosto estuvo marcada por las conversaciones, la música y el parloteo incesante de los pueblerinos encima del puente, sitio que, sin dudas, funge como el malecón de la comunidad, idóneo para que el mar se trague todos los chismes y se llenen los celulares del salitre traído por el viento.

Así fueron despidiendo la velada, no sin antes zambullirse en el mar oscuro y luego en la ribera, con el mudo tin tin luminoso que emite cada diez segundos el “cohete” de concreto, que sigue y continuará resguardando de esa manera el sureste marítimo de Cienfuegos.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

4 Comentarios en “Entre el mar, la montaña y un cohete luminoso

  • el 30 marzo, 2021 a las 8:34 am
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    He recorrido contigo, mi querido Delvis, por todos esos lugares. Sabes?, esa del circuito sur es mi ruta preferida, montañas a un lado, mar al otro, y los ríos que bajan a juntarse con el agua salada..
    , daría todo por recorrerla ahora. Una crónica de viaje muy bien contada

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    • el 30 marzo, 2021 a las 12:28 pm
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      Muchas gracias, Magalys. De seguro volveremos en otro momento.
      Quién sabe si logremos encontrar la llave del candado y cumplir con el deseo de subir hasta la cima del cohete.

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  • el 29 marzo, 2021 a las 1:55 pm
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    Debió de ser una experiencia muy linda el poder explorar lugares que a veces por la rutina de la vida pasamos por alto, el estar en contacto con la naturaleza es una de las oportunidades que no debemos desperdiciar nunca. Espero que más adelante…cuando pase estos momentos en los que como país estamos viviendo y que esta etapa pandémico haya quedado como un recuerdo en el que nos incite a no descuidar cuidados para mantener la raza humana puedan disfrutar de la escalonada a ese faro en forma de cohete.

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    • el 30 marzo, 2021 a las 12:31 pm
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      Desandaremos la zona otra vez, y seremos más ambiciosos: llegaremos hasta el pueblo de Yaguanabo Arriba. Allí seguro habrá otras historias que contar.

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