Mal Tiempo: 125 años de un combate que no termina

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Un pequeño obelisco evoca la grandeza de aquel combate. Los ecos de la victoria militar retumban todavía sobre la llanura de Mal Tiempo, en el municipio cienfueguero de Cruces, tras 125 años de haberse rubricado esa página.

El general Miró Argenter relata en sus Crónicas de la guerra, que la mañana del 15 de diciembre de 1895 sería memorable para la causa independentista cubana contra el colonialismo español. “Por las limpias guardarrayas de los sembrados se esparcirá —escribió— el gran tropel de la caballería, levantando a su paso, en vez de nubes de polvo, olas de fuego”.

Mal Tiempo era entonces un caserío, rodeado de ingenios azucareros y de una amplia red ferroviaria. Se cuenta que muchos de sus vecinos guardaban intereses comunes con las autoridades españolas, lo cual llegó a justificar la existencia de entre 8 mil y 10 mil efectivos militares en las cercanías de ese poblado. Por tanto, más allá del paso firme de la invasión mambisa hacia el occidente de la Isla, el escenario se antojaba impredecible para cualquier desenlace.

Sobre sus campos secos irrumpieron las tropas cubanas cuando aún el sol disipaba los bostezos del amanecer. Lideradas por Máximo Gómez y Antonio Maceo, marchaban con la encomienda de cargar al machete contra el enemigo, sin consultas ni dilaciones. Fue así que al tropezar con la columna hispana del teniente coronel Narciso Rich —formada por 550 hombres—, se desató la más encarnizada de las luchas. Maceo dio la orden en una frase: “entró la nave al mar”.

La narración de la batalla es el retrato de una carnicería. “En el frenesí de aquella carga, al grito atronador de ¡Viva Cuba!, se soltaron todas las iras: fue una incontestable avalancha de machetazos… Los cascos de nuestros caballos atropellaban cadáveres, o pasaban arrollando los desordenados grupos enemigos. En ellos, el espanto; la desesperación; España perdida en América”, contó después el general de brigada Enrique Collazo, otro de los protagonistas de la heroica escaramuza.

Fue una derrota desconcertante para la infantería española a la que todo parecía favorecerle. Sufrieron 300 bajas, de las cuales casi la mitad quedó tendida sobre la explanada de Mal Tiempo en apenas quince minutos. El triunfo dejó para los cubanos un copioso botín de guerra compuesto por 150 fusiles Máuser, 60 Rémington, seis cajas de municiones, caballos, equipos y botiquín médico, junto a la bandera y documentación del batallón aniquilado.

Luego de esta hazaña, sus propios artífices reconocen que el camino se hizo más fácil, pues multiplicó el espíritu de la gesta y probó la capacidad de las fuerzas revolucionarias ante un adversario que presumían infranqueable. “Allí, —apuntó Collazo— se cubrieron de eterna gloria las armas cubanas, y ganó el ejército invasor, mucho más que una victoria, la decisión feliz de esa campaña (…) guárdese, en una urna de corazones, una memoria de aquel día de patrio júbilo, que aseguró la libertad”.

Al asistir a otro aniversario de la épica batalla cabe repensar en su trascendencia en las horas que vivimos. No para venerarla y sí para entender cuánto vale nuestra soberanía en momentos en que, como otras tantas veces a lo largo de la historia nacional, los enemigos de la Revolución se afanan en socavar la más preciada conquista del pueblo cubano. No se trata de vivir de lo que fuimos, sino de jamás traicionar lo que hemos sido hasta ahora. Mal Tiempo es una epopeya interminable.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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