Maestros cubanos en tiempos de pandemia

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La noticia de un nuevo coronavirus viajó de China a los demás países del mundo cuando 2019 cerraba el calendario. Luego vino el aterrizaje nacional y la Covid-19 se hizo endémica y residente en territorio cubano. Una problemática sanitaria, que desde entonces, parecía exclusivo de la gestión médica y gubernamental.

Sin embargo, los maestros de Cuba ni han dejado solos a sus alumnos en el confinamiento ni dimiten de aportar a diario en los centros de aislamiento y comunidades. Ponen el cuerpo para doblegar la muerte y el desamparo educacional, dejándonos una lección sutil y hermosa: los docentes están en cada episodio de la Cuba colorida.

Dejan el pizarrón para domesticar las redes sociales, reajustan programas curriculares legendarios para potabilizar un curso a distancia, graban en audio o videos las aclaraciones de dudas para que los estudiantes digieran mejor los contenidos y, de paso, sientan que no están solos en tiempos de pandemia mundial.

Dejan el pizarrón y se visten de verde para limpiar los cubículos donde duermen los enfermos, trasladan en bolsas negras los desperdicios de una sala entera, sirven la comida y friegan los calderos de una cocina silenciosa.

Se contagian con Covid-19. Viven la soledad del aislamiento. Les inyectan. Se retuercen con los síntomas de la enfermedad. Respiran. Se recuperan. Vuelven al sitio donde les toca cumplir; allí nadie les pregunta su grado científico ni sobre las últimas publicaciones en revistas de impacto. Se esmeran y le sacan más brillo al piso pandémico.

Actualmente, en la provincia están activos cinco centros de aislamiento que pertenecen al sector educacional, además de las dos sedes de la Universidad de Cienfuegos “Carlos Rafael Rodríguez”, los cuales se nutren para los procesos de servicios del personal que es plantilla en esas instituciones.

Más de 450 trabajadores de Educación laboran en esos espacios físicos y otros cientos en los del nivel superior, sin contar aquellos que guían las tareas de impacto en las comunidades y se incorporaran a labores productivas en el surco cooperativista.

Los maestros en Cuba no están atados al pizarrón, ellos se desvisten con una naturalidad asombrosa, quizás los únicos capaces de hacerlo. ¿Cuándo ha ido un agricultor a limpiar las aulas de un centro educativo en construcción? ¿Cuándo un médico ha escogido voluntariamente las tantas toneladas de arroz que consumo un comedor escolar? ¿Cuándo un abogado ha dejado el portafolios para llenar a cubos los tanques de una escuela? ¿Cuándo se abre el paraguas para no dejar mojar al maestro jubilado? Existen casos aislados, pero no es la generalidad.

No se trata de comparaciones extremas, sino de reconocer ese rol altruista que a diario llevan sobre sus hombros quienes educan en el país y que, muchas veces, ni los propios medios de comunicación legitiman. Ellos han estado siempre con la puerta abierta para dibujar la esperanza más allá de los muros.

Dejan el pizarrón, porque un maestro es un caballero o una dama social, ponen el cuerpo y andan sin miramientos.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

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