Machito, las montañas y la nostalgia por San Blas

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Lo encontramos a la vera de la carretera que conduce a la despulpadora de café en San Blas, asentamiento donde comienza la escalada a Loma Ventana. Quizá bajó a por víveres o vaya usted a saber; es temprano y el rocío aún moja los pies, por eso va con botas de goma. La vestimenta no es la de un campesino común, pero tratándose de un joven puede ser, muy bien, ropa de trabajo.

El fotógrafo no pudo dejar de apretar el obturador ante el imponente paisaje montañoso en lontananza. El macizo de Guamuhaya, visto desde el pequeño valle donde se sitúa el pueblo, parece posar para ser perpetuado en imágenes. Mientras, el jinete, que se me antoja llamarlo Machito, sigue su camino rumbo al puente que cruza el río Mataguá, el mismo que, cuando hay “crecidas”, divide a San Blas en dos.

Cuentan como los esclavos y dueños de fincas productoras de café fueron los primeros pobladores del lugar; de ahí proviene el mestizaje que hoy colorea a los habitantes del sitio, gente a quienes les corre el sudor por la frente, mientras transcurre su vida a la sombra de los cafetales.

Y lo del jinete Machito, su caballo y las lomas, puede resultar la excusa perfecta para escribir sobre San Blas —ese pueblito de la premontaña, donde el aire es bien puro y la temperatura  agradable—, porque el lugar viene con la nostalgia de recordar que, a finales de los años 60 del pasado siglo, mis padres fueron maestros allí, y mi hermano y yo aprendimos a caminar por los portales de la casa-escuela. Y quiero pensar, entonces, que Machito puede ser el nieto de alguno de aquellos muchachos que aprendieron a leer y a escribir con mis padres.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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