Los “tumbapalos”

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El monte parece impenetrable. Los hilillos de la luz del sol se bifurcan al atravesar las ramas y hacen figuras caprichosas con las partículas de polvo que siempre existen en el aire, aunque haya llovido torrencialmente. No pregunto, pero imagino que la zona debe estar llena de insectos poco comunes, como las culebras y otros “bichos”. También deben anidar el Tocororo, el Negrito, el Tomeguín del Pinar…

El DT-75, tractor de estera con bastante fuerza en su motor, ronronea desafiante ante los pinos que se yerguen derechitos, en una especie de desafío al cielo. El operador escoge el sitio donde se agrupan los más delgados y “parte” por el medio para abrir la trocha. Avanza y retrocede, avanza y retrocede, poco a poco, hasta que el sendero comienza a dar paso.

Había imaginado que una brigada forestal en la zona montañosa cienfueguera era similar a un pelotón militar, con decenas de hombres, “armas” y equipos. Nada más equivocado. El colectivo donde estamos en Gabiña, uno de los puntos más conocidos de la serranía, es bien pequeño: dos operadores de equipos (un DT-75 y un tractor), uno de motosierra, una medidora del grosor de los troncos (con un pié de rey del tamaño de ella en las manos para poder determinar los metros cúbicos), uno o dos boyeros y el jefe.

¡Y qué trabajo! Pocas labores se pueden comparar en exigencia, rudeza y complejidad. No es cuestión sólo, como podría pensarse, de cortar y trasladar. Tumbar palos, como gustan ellos llamar a su quehacer productivo, no requiere de estudios universitarios, pero sí de experiencias y habilidades de las cuales depende hasta la vida misma.

Mientras el DT-75 abre la trocha, Primitivo González, el operador de la motosierra, descansa sobre unos troncos recién cortados. Alguien me dice en tono seguro y con matiz de elogio que “ese viejo es una fiera”. Lo saludo. Le pregunto y él responde. Cuenta que es Vanguardia Nacional del Sindicato de Trabajadores Agropecuarios y Forestales, “yo creo que por 12 o14 años seguidos…, no me acuerdo bien”, dice. Vive en La Sierrita.

“Conmigo aquí basta…, no hace falta más nadie”, asegura.

¿Por qué?

“Porque yo corto todo lo que hace falta… Cuando echó a andar este aparato (se refiere a la motosierra) y parto pa’l monte…, no hay quién me pare…, es mucho el pino, el algarrobo o cualquier tipo de palo que dejo tira’o en el suelo”.

Pero… ¿hay que tener mañas para este trabajo?

“Hombre…, si te descuidas un poquito te mata un palo, porque te cae arriba…, cuando le das bien el piquete no te da tiempo a na’. La práctica aquí es lo principal”.

¿Qué edad usted tiene?

“64 años”.

¿Y no se siente cansado?

“A decir verdad, todavía estoy como un jiquí, pero ya el humo de la motosierra me hace un poco de daño en la respiración”.

¿A qué hora comienza a trabajar?

“Bien temprano…, a eso de las 6 ya estamos pega’os y no soltamos hasta las 5…, claro, siempre en dependencia del agua…, si se desprende un aguacero hay que salir del monte y guarecerse”.

¿Cuánto puede cortar en una jornada?

“Hasta más de 100 metros cúbicos…, y cuida’o…, si hay equipos para sacar los bolos, nadie sabe…”.

¿Y por qué tantos años en este trabajo tan difícil?

“Yo empecé cuando era un niñito… Esto es lo único que he hecho en mi vida. Usted se va a asombrar si le digo que me gusta. Yo estoy orgulloso de ser ‘tumbador’ de palos”.

¿Entonces usted debe conocer todos los puntos de las montañas?

“No hay un pedazo de tierra donde no haya estado…, son los muchos los años acá arriba, mi’hijo”.

¿Cuál es el palo más peligroso de cortar?

“El algarrobo, porque los troncos son muy gordos y después que uno le hace la cama (abertura) hay que huir, porque va pa’l suelo como un demonio”.

¿Y el más duro?

“El caguairán, que también le dicen quiebra hacha…; ése hasta le arranca de cuajo los dientes de la motosierra”.

Primitivo es delgado y bajito. Se lo comento, pensando sobre todo en las exigencias físicas de tan dura labor. Sonríe y responde: “Uno grande y gordo como tú no camina ni dos pasos aquí en el monte”. Y suelta una carcajada. Pide permiso y va hasta una casa cercana. Al poco rato regresa con dos vasos y un jarro de aluminio con café recién colado. A esa hora, cerca del mediodía, y en medio de aquel lodazal marcado con grandes surcos por el trasiego de los bolos, el néctar adquiere ribetes de elíxir divino.

 

SIN FRENO, PERO CON CAJA

Casi en el punto que marca el inicio del descenso de la empinada y peligrosa Loma de la Ventana está detenido y cargado un KpA 3, camión de triple tracción, altura considerable, fuerza poderosa e, increíblemente, con la cabina del conductor y el ayudante, hecha de madera en la base. Son de procedencia soviética y llegaron a Cuba fundamentalmente para movimientos militares. A pesar de estar viejos y haber sido reparados muchas veces, no hay en este momento otro equipo en la Empresa Forestal de Cienfuegos para sacar la madera de la serranía.

Manuel Mejía González es el chofer del “Katanga”. Hace más de doce años que anda y desanda los montes donde las brigadas cortan los bolos y él y su compañero de batería los montan sobre la cama con un sistema de autocarga y los llevan al aserrío, desafiando las curvas, los derriscos y las irregularidades propias de la geografía del macizo.

Le pregunto cuáles deben ser las condiciones de un conductor de un equipo de ese tipo. “Mucha precaución, mucho cuidado…, saber siempre que tienes el peligro delante de ti…, y que si este monstruo se te va de control…, ‘adiós Lolita de mi vida’ “. Sonríe.

Cuenta que comenzó de cargador de madera en un aserrío donde administraba su padre, después fue ayudante de carro y cuando le dieron la oportunidad de conducirlo, no lo pensó ni un segundo y agarro el timón. Le hablo de los frenos.

“Fíjese usted…, aquí uno tiene que olvidarse de los frenos, aunque parezca mentira, hay que manejar con la caja de velocidad, reduciendo en las lomas, porque no hay freno en el mundo que aguante un camión cargado hasta ‘el moño’ con bolos de madera bajando esa ‘Ventana’…; lo que sí no puede fallar es la caja de los cambios””

 

MUSEO ACTIVO

En el poblado de La Sierrita, en la premontaña, funciona el aserrío Pedro Lantigua.

Félix Capdevila, el administrador, y Roberto Chávez Negrín, director de la Empresa Provincial Forestal de Cienfuegos, hablan con mucho orgullo del centro, y de “los hierros del 21”. Se refieren al equipamiento técnico, construido en 1921 en una fábrica norteamericana, los cuales fueron instalados en una zona cercana. En 1962, con el reordenamiento considerado en las medidas iniciales de la Revolución, se trajeron hasta esta comunidad con el propósito de acercar el proceso a los lugares de corte y extracción.

Resulta difícil describir la conformación estructural de los equipos. Grandes poleas, hojas enormes de acero, motor de combustión interna, afilado manual… Es un retrato del siglo pasado, un museo activo en función aún de la economía.

Sus trabajadores, caracterizados por la estabilidad, procesan parte de los bolos de madera que se bajan desde las montañas. Pinos machos, algarrobos, eucaliptos, cedros, caobas…, quedan cercenados por el filo de las hojas y hechos tablones o tablas con las medidas necesarias.

Solo el ingenio, el interés y la voluntad mantienen esta reliquia tecnológica en funcionamiento. Por ejemplo, tradicionalmente las hojas de acero imprescindibles para realizar los cortes de acuerdo con la dureza y demás características de la madera, cuando se partían, debían soldarse con fundente de plata. La adquisición de ese producto en el mercado internacional es muy costosa, debido a lo cual las operaciones quedaban paralizadas con frecuencia. Pues un trabajador hizo en una ocasión la soldadura con un alambre de cerca y el fuego de una antorcha, y el problema quedó resuelto…, y la solución, generalizada. La modestia de estos trabajadores es tal que ni siquiera patentaron el invento.

Quienes conocen del trabajo en los aserraderos aseguran que “sin el cuarto filo no hay corte”, porque cada tipo de madera requiere de un afilado especial de la hoja. En un pequeño local dos trabajadores se encargan de hacerlo de forma manual, con las conocidas limas que también utilizan los obreros agrícolas.

La Empresa Forestal cienfueguera tiene otros dos centros de ese tipo, pero con tecnologías mucho más modernas. No obstante, el “abuelo de los aserríos” sigue siendo un verdadero orgullo.

Estos trabajadores, con sus historias, sueños y realizaciones, son los que de manera anónima garantizan toda la madera necesaria en las obras de los Programas de la Revolución.

Del árbol que corta Primitivo, transporta Manuel y asierra “el abuelo”, pueden estar hechas las ventanas de una escuela, la puerta de una policlínica o la mesita donde juegan los niños en un círculo infantil.

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Ramón Barreras Ferrán

Periodista de la Editora 5 de Septiembre, Cienfuegos.

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