Los pilares de la tierra, teleseries e historia

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A partir del best-seller homónimo de Ken Follet (el cual para inri personal no he leído y por tanto no puedo decir ni pitoche), Los pilares de la tierra fueron introducidos a suelo profundo en el universo de la teleficción, por intermedio de la cadena de cable Starz. La también productora de esa pornosangrienta e idiotizante pieza nombrada Espartaco —300 en clave softcore— lucha a brazo partido por “hacerse de un nombre” dentro de un juego de tronos donde no hay siete reinos, sino uno solo —HBO— y otros cuantos adelantados: léase AMC, Showtime, FX, Netflix…, no mucho más para ser del todo realistas.

Siguiéndole rindiendo pleitesía a la verdad, es Los pilares… (junto a la muy recomendable El jefe), lo más sobresaliente nacido en tal factoría de suerte media. ¿Qué la levanta por arriba de otras mediocridades de la cadena?: su guion y concepto dramatúrgico total en primerísimo orden; manejo orgánico de los meandros o cauces dramáticos; calado, complejidad de los personajes; casting e interpretación colectiva (con especial destaque el villano obispo Waleran, compuesto por Ian McShane); la nada explícita e inteligente forma con la cual es manejada la pulsión sexual desprendida por el personaje femenino central de Aliena, interpretada por Haylen Atwell; precisión del vestuario, escenografía y reconstrucción de época general de la Inglaterra del siglo XII donde focalizan la trama; equilibrio entre pasajes de densidad dramática y set-pieces de brillantez técnica e inmarchitable ritmo.

Las últimas fueron filmadas con solvencia cinematográfica, merced a la pericia del equipo al frente de este flanco y los 40 millones de respaldo entregados por una compañía alemana, de consuno con la productora de Ridley y Tony Scott. Viejos zorros los integrantes de dicho tándem filial, con un muy buen olfato televisivo, pues los hermanitos británicos también promovieron La buena esposa: todo un suceso masivo dentro de los Estados Unidos.

No creo, cual otros comentaristas anotaran, que el academicismo del drama histórico televisivo estrenado en 2010 le robe enteros. Siempre resultará preferible la “convención” de Los pilares de la tierra, que el desmadre “posmoderno” de barriles de sangre, desfogue uterino, abdómenes a lo muñequito tipo Hasbro de la anti-serie seria histórica por excelencia que es la antes citada Espartaco. Puro sofisma, la mentecatez en estado puro.

Vamos, tampoco representa Los pilares… lo mejor del desfile ni un tratado de “respeto histórico”. Aquí ponen hora los relojes de la ficción y por ahí redoblan, en pretérito, los ecos de exponentes superiores en tal sentido como la ya veterana Yo, Claudio; Roma o la primera temporada de Los Tudor. Sí, nada más la inicial, porque a medida que —el por la serie desvirtuado física y psicológicamente— Enrique VIII se nos pone más cachondo e irascible la teleserie de Showtime va desinflándose; y ya en sus últimas, cuando no quedaba esposa con cabeza, era casi volutas de nada. Si hablamos de “fidelidades” —término en franca corrupción, degradación o desapropiación por parte del lenguaje audiovisual—, las dos primeras definitivamente.

Y si pretendemos todavía mayor genuinidad —aunque sabedores que nunca la exacta, porque ningún historiador por erudito que fuese y documentos a su acceso poseyera, jamás estuvo en el lugar de los hechos—, acudir siempre a los buenos escritores de esta literatura, de ficción o ensayística. Verbigracia, Roma, una historia cultural, de Robert Hughes. Seis meses antes de morir, Carlos Fuentes le dedicó enjundiosa reseña a dicha obra.

Decía el excelso escritor mexicano en Roma Caput Mundi (Babelia, 15/10/2011): “Sabíamos de la legendaria fundación por Rómulo y Remo, amamantados por una loba. La Guerra Púnica y la Ley de la República. Julio César, los Idus de Marzo y el imperio de Augusto. La decadencia del imperio, el triunfo del cristianismo, el Papado y el exilio en Aviñón. La Roma del Renacimiento, Brunelleschi y Donatello, Alberti y Da Vinci, Rafael y Miguel Ángel. San Pedro, la Capilla Sixtina, la Última Cena. El Barroco, Caravaggio y Bernini. La Piazza Navona, la Fuente del Tritón, Piranesi. El turismo del siglo XVIII, Goethe y Winckelmann. Canova (y Paulina Bonaparte). Napoleón, en efecto: ‘Italia es sólo una expresión geográfica’. El regreso del pasado, la unidad de Italia, Garibaldi, Pío Nono, los ultramontanos, D’Annunzio, el futurismo y el fascismo. Mussolini, la guerra y la república. Hughes nos hace felices de saber todo esto, de saberlo como él y de hacerlo parte de una cultura compartida. Pero el encanto de este libro proviene no sólo del recuerdo de lo sabido, siempre reconfortante, sino de las sorpresas de lo ignorado. Es esto lo que le da su peculiar sabor a la Roma de Hughes. Por ejemplo: la loba es antigua pero Rómulo y Remo, bebiendo su leche, datan apenas —como esculturas— del siglo XV y son debidas al artista florentino Antonio Pollaiuolo. Los sacerdotes antiguos —los Flamens— no podían usar nudos en su ropa. Julio César llegaba al Capitolio con cuarenta elefantes, cada animal con una antorcha en su trompa. Cleopatra no era ninfomaniaca. Nerón y su pandilla recorrían las calles golpeando y arrojando a las alcantarillas a los pasantes. La primera inscripción en italiano vernáculo es ‘hijo de puta’ y se refiere al clero cristiano. El emperador Constantino ‘hirvió’ a su esposa en un aposento ardiente. ¿Qué era el misterio cristiano de la Trinidad? ¿Tres personas en un carruaje o tres carruajes en una persona? Las catacumbas romanas sepultaron a casi un millón de fieles cristianos. ¿Cómo distinguir a un cátaro de un católico? Matándolo: Dios lo reconocerá”.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

3 Comentarios en “Los pilares de la tierra, teleseries e historia

  • el 31 agosto, 2017 a las 3:46 pm
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    Pues yo vi “The Pillars of the Earth” cursando el segundo año de la universidad. La miniserie nos cautivó a todos (pues sirvió de material complementario para estudiar la asignatura de Arte Universal).
    En sentido general, este producto cautiva como dice el periodista, por su concepto y guion: indagar por los saberes del mundo arquitectónico medieval europeo atrae siempre a televidentes curiosos. Más aun si eres estudiante de ingeniería o arquitectura; puedes hasta sentarte a verla con el único objetivo de cogerle pifias conceptuales o históricas.
    El caso es que también atrae la actuación genial del villano (McShane), que en lo personal, llego a odiar y a la vez a amar; él se lleva todos mis aplausos. Va mucho más allá del clásico obispo hermético casado con el “Dios avernal”: es McShane a toda potencia.
    Por último (y me gusta siempre destacar): la banda sonora. La OST de esta miniserie a cargo de Trevor Morris, (autor terriblemente bueno, para mí) para este tipo de productos; hace gala de toda su excelencia con Los Pilares de la Tierra: basta solo echarle el oído al opening de la teleserie: la disfrutas tanto, que te erizas y extraes con tu editor el pequeño fragmento para escucharlo siempre. Hay fuerza, emoción, color, violencia, explosión…es el “summary” de lo que verás en la serie.
    Por supuesto, este autor tiene en su cajita musical otras bandas sonoras geniales, como la The Tudors, The Borgias o de las mejores hasta el momento con Vikings: cadenciosa, oscura, experimental…lo tiene todo.

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  • el 8 julio, 2017 a las 12:05 pm
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    Héctor. Estaba fuera de la provincia y, al llegar, leo tu comentario, por el cual te agradezco de forma personal y en nombre de los lectores, por tus aportes al tema. Gracias. Saludos del autor.

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  • el 6 julio, 2017 a las 11:20 am
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    Hermano mío, yo tuve la suerte de leerlo, y te confieso que desde el primer renglón, hasta el último, me atrapó la trama que Follet hace girar en torno a la familia del protagonista Tom Builder, un albañil empeñado en hacerse con los secretos de la construcción de arcos en la iglesia gótica de su pueblo para recrearnos al detalle la Inglaterra de la Edad Media. Confieso que la teleserie la pude ver a ‘pedazos’, y lo que vi no me satisfizo. Me quedo con el libro. Como no la vi completa, tampoco puedo dar fe de si están en la teleserie fundidos los dos tomos, porque ocho años más tarde de haber publicado Los pilares…, Follet completó la saga con un segundo título: Un mundo sin fin (2007), que igualmente me sustrajo del teclado y la pantalla, para asombro de mi gente en casa. Una lástima que la obra del británico no esté en nuestras librerías. Llegué a él gracias a la bonhomía de un amigo común, el Dr. Felipe Delgado, quien en fecha más reciente me facilitó la última trilogía de Follet publicada bajo el título general de La Centuria, y que a fuer de sincero, no me ha colmado ni medianamente, entre otras cosas por que no sé si para satisfacer los gustos de las editoriales, este autor, tan celoso en la recreación epocal, falsea la historia más reciente —léase de la Primera Guerra Mundial a esta fecha— a diestra y siniestra. Terminé La caída de los gigantes, el primero de los tres tomos, a empujones; y del segundo, El invierno del mundo, no he conseguido pasar del primer centenar de páginas. A este paso dudo que logre transponer El umbral de la eternidad, el que da cierre. Si por casualidad tienes a mano la serie, te agradecería copiarla.

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