Los palos de Lapulapu en Cienfuegos

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Similar al resto de las artes marciales en la fluidez de movimientos y rutinas, la eskrima kali se diferencia de estas en el uso del kahoy, de nombre en apariencia complejo y cotidiana traducción: un palo, de dimensiones cercanas al metro de longitud, utilizado como un arma de defensa personal. Proviene de una tradición filipina, de cuando la lucha de los nativos contra el colonialismo español en el siglo XIX, y constituye una modalidad relativamente novedosa en el país y también en la ciudad de Cienfuegos, aunque ya aquí cuenta varios años de existencia.

En áreas de la otrora escuela Roberto Casales tiene hoy su espacio el grupo de practicantes más asiduos y de forma organizada. Sorprende la presencia de varios niños, dadas las tipicidades del ejercicio, y otro tanto le añade al asombro conocer que, después del profesor, un pequeño de apenas 13 años es el más avezado en el manejo de dichas “armas”.

Hábil en sus ejecuciones y elocuente en el trato con sus compañeros, Jesús Manuel Fajardo León muestra muchas reservas para la entrevista. Se resiste a las preguntas, mas no le sirven las tácticas de defensa tantas veces ensayadas. No le queda de otra; entonces responde.

“Pasaba por aquí, los veía entrenando y me llamaba mucho la atención, comenta. Un día me decidí y entré. Me gusta la forma de combatir, sobre todo en manos libres y también con distintas armas. Ya llevo cuatro años y en todo este tiempo le he puesto mucho interés, por eso aprendí tanto. Siempre ayudo a los demás con cualquier duda: ‘Jesús, ven acá’, me dicen y yo voy y les explico. Uno se siente responsable cuando otras personas dependen de ti”.

Cerca, Lídice León Casales, la mamá de Jesús, contempla su desenvolvimiento. “El tema de las armas, los kahoy, siempre es difícil de asimilar para cualquier madre, asegura. Sin embargo, el profesor es muy serio y eso me tranquiliza. Además, el niño es muy cuidadoso.

“Él está muy contento en el deporte, ha avanzado muchísimo, insiste. Antes era un poco distraído, tímido; te imaginarás, criado por mí, debajo de mi saya como se dice… El deporte le ha puesto límites: sabe hasta dónde llegar en cada situación, nada de guapería ni violencia, conoce las medidas. De hecho, solo practica aquí, con su profesor, nunca en la calle”.

Atractivos más, reservas a tono, la filipina variante suma adeptos ente los más jóvenes. “Es diferente, no todo el mundo puede hacerlo, explica Isabel Rodríguez Castro, de diez años. Primero empezó mi hermano, Néstor Oscar y por curiosidad fui a una exhibición de ellos y me gustó. Recién empecé; hasta ahora solo sé el desplazamiento y un poco del uso de los kahoys”.

EL VIAJE

Como acontece con sus similares, la finalidad de la eskrima kali no radica en la acumulación mecánica de pericias, sino el desarrollo de ciertas habilidades, tanto físicas como mentales, necesarias en un eventual combate.

“Soy cinta negra en karate y en taekwondo, pero en ellas no tenía el dominio de estas armas y por eso me cautivó la eskrima kali, sostiene Dael Monzón Martínez. Como toda arte marcial tiene su reglamento y en él prohíben utilizar los kahoys en la calle, a no ser en un caso extremo, al ser agredido y a modo de defensa”.

“Incluso en situaciones de ese tipo, ya en un momento muy crítico, persuadimos de golpear al oponente en el brazo o la pierna; nunca en la cabeza, señala Francisco Manuel Pérez Díaz, el maestro guru y primer rango del grupo. Esa es nuestra concepción y tenemos mucho cuidado: lo primero es la seguridad”.

Ante tales argumentos y con el consabido dominio de las “armas” como factor determinante en el ascenso dentro del deporte, surgen algunos cuestionamientos. Si bien es el kahoy el instrumento básico, los atletas también emplean técnicas del cuerpo e incluso armas blancas. ¿Acaso es permitido en lo concerniente a los menores de edad?

“Los rangos (del noveno al primero) exigen un número de requisitos a superar, detalla el maestro Pérez Díaz. En el caso de los niños, como el de Jesús, su evaluación está detenida pues no pueden utilizar armas de verdad. Como paliativo en el entrenamiento, confeccionamos implementos de aluminio o madera para desarrollar las habilidades; pero nunca tocan un arma de verdad. De hecho, ninguno de los aquí presentes está capacitado para manejar armas de verdad”.

Sin las condiciones materiales adecuadas –tema complejo en tiempos actuales-, sin un espacio apropiado o al menos una iluminación suficiente persisten, cada lunes, miércoles y viernes, los habituales y curiosos por esta singular expresión de las artes marciales.

“A Cuba entró en 2002, informa Pérez Díaz. A Cienfuegos llegó cinco años después; aunque algunas personas lo practicaban desde antes, oficialmente se recoge esa fecha. Como escuela, nos estrenamos en 2012, un 22 de diciembre y como verá, ya cumplimos cuatro años. La nombramos Lapulapu, en honor al cacique filipino, el primero en utilizar los kahoys al enfrentarse a la dominación española.

“Empezamos con cuatro niños y en la actualidad contamos con personas de todas las edades. Hoy conforman el grupo unos catorce integrantes y ya tenemos 32 exhibiciones en diferentes lugares y eventos. Incluso nos visitó el Presidente Mundial de la disciplina. También se practica en Aguada de Pasajeros, en ‘1ro de Mayo’ y ahora en enero pretendemos abrir otra escuela en áreas de ‘Frank País’, con un muchacho graduado de aquí… Esa es la idea: fomentarnos, expandirnos…”.

Jesús (izquierda) e Isabel (derecha): del más experimentado a la novata del grupo. / Foto: Ández
Jesús (izquierda) e Isabel (derecha): del más experimentado a la novata del grupo. / Foto: Ández

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Darilys Reyes Sánchez

Licenciada en Periodismo. Graduada en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas en 2009

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