Los niños en el cine iraní (III Parte)

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Fundan los pilares ideoestéticos de esta parcela de cine con niños (en ningún momento digo infantil, porque en verdad sería constreñirlo en demasía, habida cuenta de su mucho más amplio marco de recepción y de su lejanía de las fórmulas melifluas de este tipo de piezas, o de su rechazo al melodrama o el happy end) la sedimentación de la tradición narrativa literaria, oral del área en su textura parabólica lindante entre lo lírico y lo mágico, pero en expresión mayor la capacidad para configurar apuestas dramatúrgicas sustentadas en la apelación a la sencillez (muy probablemente derivada de ese mismo precedente), los pequeños detalles, como recurso más caro de explanación de un discurso delimitador frontal de certezas telúricas, humanas, culturales, políticas…

Son relatos de connotaciones universales pese a su carácter local, de tal que una de sus principales aportaciones es situar sus enfoques desde perspectivas ecumenistas que atraviesan -a veces con la sutileza de la filigrana-, cualquier frontera moral, social, religiosa, ideológica en cuanto a evidenciar su posicionamiento en contra de la intolerancia, la mentira, el dolor, la humillación, mal que varios críticos occidentales tendieron a manifestar su desilusión por el “tímido” o “nulo” mensaje político de dichas películas.

No solo subyace tras sus líneas de diálogo o sus encuadres (esos primeros planos bien locuaces al rostro de criaturas tan elocuentes ellas como la cámara que los toma), sino aflora, y más, los determina, la baza de la honestidad en tanto herramienta de legitimación de una voz crítica sustentada en la presentación de la verdad, sin ambages, pese a la cuerda simbólico-fabular en que a veces precisan sostenerse.

El finado crítico español Ángel Fernández-Santos, desde su eterna lucidez, consideró que constituyen “filmes construidos con recursos de documento, mediante una escrupulosa selección de intérpretes naturales, que en su mayor parte son espejos de sí mismos, lo que da una fortísima verdad a la imagen”. Otra característica coincidente la advierte Jonathan Rosembaun, renombrado crítico del Chicago Reader, autor de un libro sobre Kiarostami, conocedor y estudioso de la pantalla persa: “Creo que la principal lección que le ha dado el cine iraní al mundo es ética. Es el cine más ético y también nos enseña cómo hacer filmes a partir de una simplicidad de medios. No son películas caras, muy pocas de ellas fueron hechas en estudio, no usan actores profesionales, etc. Y hay algo más, algo que los críticos no hablan mucho pero que creo muy importante: tenemos muy pocas oportunidades de saber sobre Irán como país fuera del cine. Esto solo, convierte al cine iraní en algo muy importante (…) Se puede ver un filme iraní y aprender más cosas sobre la cultura y la gente que vive en ese país que lo que se aprendería mirando noticieros, por lo tanto es un medio para acceder a su gente y a su vida”.

(Continuará…)

 (Texto publicado originalmente en la revista El Caimán Barbudo)

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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